ANTE la variedad de propuestas que están aflorando para mejorar la calidad de la escuela pública vasca y sin desdeñar los muy interesantes planteamientos, quisiera centrarme, desde mi propia experiencia en las diferentes redes educativas, en un aspecto más estructural que coyuntural del propio sistema.

Iniciaremos el análisis bajo un símil: el hundimiento del célebre barco Titanic se produjo porque intentó virar tardíamente su rumbo para poder esquivar el iceberg. Debido a su gran tonelaje, para poder ejecutar esa maniobra necesitaba más tiempo, pero si hubiera sido un barco de menor tamaño lo hubiese sorteado sin dificultad. Pues bien, tal y como está actualmente estructurada la escuela pública, ésta se ha convertido en un fabuloso Titanic. Si durante el siglo XX su forma de gestionar los retos educativos podía acoplarse a los cambios socioeconómicos y tecnológicos de la época y eludir el fatal choque, no está sucediendo lo mismo en los inicios del siglo XXI, cuando la inusitada rapidez de las innovaciones tecnológicas adaptadas a los medios de producción genera continuos cambios en todos los aspectos de las estructuras sociales.

Hoy en día, son necesarios barcos de menor volumen capaces de eludir, con rapidez de giro, los incesantes icebergs que se encuentra en el camino la comunidad educativa. No basta con invertir en motores más potentes, ya que el buque seguirá siendo demasiado pesado y continuará careciendo de suficiente agilidad para afrontar los nuevos retos educativos.

Así, la cuestión se centra ineludiblemente en cambiar el barco de grandes proporciones por naves más ligeras, que en el símil educativo correspondería a la autonomía de los centros, tal y como se da en algunos países del norte de Europa.

En primer lugar, se deben descentralizar los centros educativos tanto desde un punto de vista organizativo como funcional. Aplicando el principio de subsidiariedad, donde el organismo más próximo a la ciudadanía y a la realidad del entorno asume las atribuciones administrativas. Así, los ayuntamientos se harían cargo, con su debida reforma financiera, de las necesidades del centro. Por ejemplo, la contratación de personal para llevar a cabo sus planes educativos o funcionales recaería en la dirección del centro en coordinación con el ayuntamiento y una vez consensuada con la comunidad educativa. Ahora bien, cumpliendo todos los requisitos de equidad y profesionalidad.

Esta flexibilidad organizativa se adapta mejor tanto a la rapidez en los cambios de los retos educativos globales como a los inherentes al medio más próximo, generando sus propios proyectos, que también podrían ser comunes a otros centros aunando así las diferentes estrategias. En cambio, la estructura vigente se nos muestra especialmente inflexible debido a la maraña burocrática que la rodea por su estrecha dependencia de organismos superiores, lo que dificulta considerablemente la planificación de estrategias que demandan soluciones adecuadas al momento.

En segundo lugar, también es esencial la estabilidad de los distintos estamentos que componen la comunidad educativa. En una sociedad que demanda cada vez más el trabajo en equipo, el sistema actual fomenta justamente todo lo contrario, es decir, el individualismo. Con los años, he observado que el peculiar engranaje administrativo, como por ejemplo el sistema de las adjudicaciones o la adquisición de privilegios de ciertos funcionarios, te lleva a asumir el dicho que “cada cual se apañe como pueda” para conseguir el puesto o la asignación del trabajo más conveniente para los intereses propios, incluso en ocasiones por encima de las necesidades del centro. Mientras tanto, curiosamente, se inculca con persistencia al alumnado la indispensable actuación cooperativa para crear equipos, es decir, la preeminencia de los valores comunitarios sobre los meramente personales.

Esta falta de hábito grupal conlleva inexorablemente a la carencia de un contexto que impulse iniciativas educativas, provocando con mayor frecuencia que en otras redes la interrupción o ralentización de proyectos a medio y largo plazo que se están ejecutando, bien por la movilidad de sus componentes, bien por la falta de motivación de sus promotores ante la indiferencia del grupo, originada en parte, por las conductas inducidas del propio sistema.

Por tanto, ante los diferentes cambios que se avecinan en el conjunto de nuestra sociedad, deberíamos estar preparados para afrontarlos con la agilidad que requieren estas transformaciones bajo el prisma de la innovación y de la motivación. La flexibilidad que requiere la estructura educativa pasa indudablemente por la autonomía de los centros en todos sus aspectos, a no ser que al igual que el Titanic, debido a su gran volumen, no pueda girar con la rapidez necesaria para esquivar los cada vez más inquietantes icebergs que se va a encontrar en el camino.