lA prácticamente consumada derrota del Estado Islámico (EI) en todos los frentes no nos debe hacer desviar la mirada sobre la cruda semblanza de la guerra civil siria. El informe de Amnistía Internacional (AI) denunciando los crímenes cometidos por los principales bandos en disputa compila la magnitud de este horror sin poder emitir un sonido. Solo espanto.
Las cifras de muertos (más de 300.000 sin contar los heridos) y de desplazados (unos cinco millones) ya son bastante elocuentes, amén de las imágenes que hemos podido ver de las ciudades completamente arrasadas y liberadas, como Alepo, victorias absurdas por lo que implica la destrucción tu propio país. Pero los testimonios que se recogen en dicho informe de las víctimas sobre el terreno son todavía más escalofriantes y crudos.
El Estado Islámico ha dejado tras de sí innumerables fosas comunes de centenares de personas que fueron liquidadas en nombre de un orden superior que solo ha buscado imponer un régimen totalitario y cruel. Sin embargo, el gobierno de El Asad tampoco ha actuado de forma más noble durante estos acontecimientos, sitiando por hambre a las ciudades rebeldes, sin importarle la suerte que corría la población civil -algo que también hicieron los rebeldes- participó en el uso de armas químicas, aunque se ha negado a reconocerlo, a la par que bombardeaba por tierra y aire incesantemente las ciudades sitiadas hasta lograr la quiebra de la resistencia y su rendición por aplastamiento. Además, habría que añadir las torturas salvajes, violaciones, asesinatos impunes? En suma, toda una colección de horrores que parece mentira que puedan producirse; primero, porque se desarrollan contra el pueblo por el que se dice luchar; y segundo, por la mera capacidad del ser humano de llegar a tales extremos de crueldad en pleno siglo XXI.
Un grado de sufrimiento más Es como si la historia nos preparase (no es verdad) para tolerar todavía un grado de sufrimiento más, cuando sabemos incluso lo que eso comporta. La guerra, una vez más, solo tiene un fin, la victoria, y por loable y justo que sea su propósito, como pudiera ser el caso de los rebeldes sirios contra El Asad, siempre acaba traicionando su misión. Amnistía destaca cómo tanto las tropas gubernamentales como los rebeldes se han empeñado en destruir los cultivos con todos los medios a su alcance, así como las huertas y los campos, para impedir que los suministros de alimentos básicos pudieran llegar a las urbes enemigas. Como si no se dieran cuenta de que este atroz comportamiento devasta el país de una forma miserable y ruin, y, en sí mismo, de la manera más deshumanizada posible. Solo la presión internacional, en este caso de Rusia y, en menor medida, de la ONU, ha logrado que esta situación se haya paliado un poco, gracias a la apertura de cordones de seguridad para que llegue ayuda humanitaria en convoyes a algunas de tales ciudades. Sin embargo, pretender curar una herida sangrante sin coserla es imposible. Al menos, mientras no se den por finalizadas las hostilidades, solo es un espejismo para millones de sirios que viven hacinados y en precarias condiciones en campamentos de refugiados o todavía se hallan en plena línea de fuego (y no se debe olvidar el número de sirios que habrán perdido la vida buscando el refugio de Europa en su huida precipitada).
Han transcurrido nada menos que seis largos años de contienda y no hay buenas noticias sobre su pronta resolución. Aunque en los primeros meses fue una violencia puntual, mientras se iban definiendo los frentes, hemos visto como el país se ha fragmentado, con los rebeldes sirios, fuerzas ligadas a Al-Qaida, kurdos, las milicias del EI, aunque ya en franca derrota, y los ejércitos de El Asad y sus aliados, tropas iraníes y de Hezbolá. Sin olvidarnos, por supuesto, de la intervención de fuerzas rusas que, gracias a la decisión de Putin, apuntalaron un régimen que parecía moribundo.
¿Y el futuro del país? De momento, la fiereza de los combates ha remitido por puro agotamiento de los bandos. El objetivo prioritario que ha permitido este impasse para destruir las bases del EI tanto en Siria como en Irak está ya prácticamente completado, pero nada se sabe sobre el futuro del país. Si habrá, por fin, unos acuerdos de paz, aunque sea de mínimos, para que se pueda volver a una normalidad que garantice la paz, ciertas libertades y la reconstrucción del país. Sin embargo, sabemos que las guerras civiles son crueles y amargas incluso cuando concluyen y a la vista está con las atrocidades cometidas. Porque cada bando considera que sus sacrificios han de tener su recompensa y ninguno piensa ceder ni, sobre todo, aceptar el fracaso de sus opciones.
Para los defensores del viejo régimen, solo ha existido, desde un principio, una única opción, la victoria total y absoluta contra lo que han denominado “terroristas”, aunque la lucha ha sido algo más que intentar abatir a un puñado de rebeldes. En cambio, aquellos que se han unido para luchar contra la denostada dictadura, el Ejército de Liberación Sirio, no puede consentir que todo siga como antes, que el tirano El Asad ocupe el poder, sabiendo que su gestión de la posguerra será la de consumar su propia victoria trágica. Porque ¿quién les asegura que tras recuperar el control del Estado sobre la población se limite a imponer, de nuevo, su ley y persiga con mayor saña a los insurrectos? Salir del atolladero sirio es complicado, ya que, además, hay fuerzas que han militado en uno u otro bando por mero oportunismo, armadas y radicalizadas debido a la fiereza del conflicto, aparte de que están en el norte las aguerridas milicias kurdas, que han luchado con encono por sobrevivir ante los golpes del EI.
Una vez más, sería importante que la ONU recuperara su papel como mediador internacional y que fuera capaz de imponer una paz firme, lo más justa y reparadora posible. Pero mientras los intereses geoestratégicos de Rusia, Estados Unidos, Turquía, Irán y otros sigan allí, Siria seguirá siendo, además de un cruce de caminos, un polvorín de intereses y violencias.