PRESERVAR la paz debería ser el principal cometido de cualquier líder político. Lo contrario es llevar a la población a un sufrimiento innecesario. Esta premisa sirve tanto para contextos cercanos en los que últimamente estamos inmersos como para aquellos en los que se registran conflictos bélicos cuyas principales víctimas son siempre la población más vulnerable: los niños y niñas.
Hoy, 20 de noviembre, se conmemora el 28º aniversario de la Convención de los Derechos del Niño, el tratado internacional más ratificado del mundo. Desde su aprobación, se han registrado avances muy importantes en el cumplimiento de los derechos de la infancia en cuanto a supervivencia, salud o educación. Pero en este tiempo también ha sido necesario avanzar en el desarrollo de protocolos que garanticen su protección.
Preocupada por los efectos perniciosos que tienen para los niños y niñas los conflictos armados, así como por sus consecuencias a largo plazo para la paz, la seguridad y el desarrollo duraderos, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por unanimidad el 25 de mayo de 2002 el Protocolo facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño, relativo a la participación de los niños en conflictos armados. Este Protocolo condena el hecho de que, en contextos de guerra, se conviertan en blanco de los combates, así como los ataques directos contra bienes protegidos por el derecho internacional, incluidos los lugares donde suele haber una considerable presencia infantil, como escuelas y hospitales.
Por lo tanto, en la actualidad, contamos con un marco legal que considera que la infancia víctima de conflictos armados merece una protección mayor debido a su especial vulnerabilidad. Hasta aquí, todo perfecto. Pero, por otro lado, tenemos unos Estados que no siempre respetan ese marco legal y que, en muchas ocasiones, son cómplices de los ataques a lugares donde hay gran presencia de niños y niñas. Para muestra, un ejemplo significativo: muchas de las armas que se emplean en estas guerras llegan desde países como el nuestro.
Nuestras armas, sus muertos En lo que va de año, más de 110 contenedores con la palabra “explosivos” han salido del Puerto de Bilbao rumbo a Arabia Saudí. El Estado español es el tercer mayor exportador de armas a este país. Este armamento militar puede estar destinado al conflicto de Yemen, que ya se ha cobrado la vida de más de 4.000 niños y niñas yemeníes y que está llevando al país a la que puede ser la mayor hambruna declarada en décadas. Los conflictos nos quedan lejos, las armas con las que se mata, amedrenta y recluta a niños y niñas soldado, en cambio, las tenemos muy cerca. Nuestras armas son sus (nuestros) muertos.
Durante 2016, los conflictos armados mataron, mutilaron o forzaron a convertirse en soldados a 15.500 niños y niñas. Pero las guerras no sólo matan o mutilan, en Save the Children sabemos que también dejan huellas psicológicas para toda la vida. Los niños que viven en zonas de guerra son testigos de todo tipo de atrocidades, quedan huérfanos, pierden a seres queridos, quedan expuestos al hambre y a las enfermedades, no pueden ir al colegio y, en ocasiones, son víctimas de abusos y explotación sexual.
El año 2017 ha estado marcado por la guerra en Yemen, Irak y Siria, por el siempre altamente sensible conflicto entre Israel y Palestina, las guerras africanas de Malí, Somalia, Sudán y República Democrática del Congo o el conflicto en Birmania, que ya ha provocado el éxodo de más 600.000 rohingyás, de los cuales 300.000 son niños y, de ellos, 36.000 han quedado huérfanos. Todos huyen víctimas de la persecución y la desesperación.
Siempre hay otras opciones Dice Margaret MacMillan en su libro 1914. De la paz a la guerra que la Gran Guerra se produjo por dos motivos fundamentales: “La falta de imaginación para ver cuán destructivo sería un conflicto semejante; y, segundo, por la falta de valor para enfrentarse a quienes decían que no quedaba otra opción que ir a la guerra. Siempre hay otras opciones”.
En la actualidad, la situación no ha cambiado, los conflictos son más complejos, la geopolítica y los intereses estratégicos juegan un papel predominante y seguimos echando de menos líderes políticos que se crean que la paz es posible y que primen el mantenimiento de la paz frente al negocio de la guerra.
En el caso del Estado español, en los últimos diez años, la exportación de armas ha aumentado un 391%. En el periodo que va de 2006 a 2016, el valor de las exportaciones del sector ha pasado de 720 millones de euros a 3.720 millones de euros. Aumenta la duración de los conflictos, aumenta el negocio de armas y, sobre todo, aumenta el número de víctimas civiles.
Hoy conmemoramos un día importante, el día en que la comunidad internacional apostó de manera decidida, y prácticamente unánime, por garantizar y proteger los derechos de la infancia. Hoy es un día para que la sociedad piense por algo más que un instante en los más vulnerables, en aquellos que sufren a diario bombardeos, secuestros, asedios y destrucción. Los niños y niñas víctimas de la guerra se merecen que exijamos a los gobiernos que dejen de alimentar conflictos con la venta de armas que solo generan dolor y sufrimiento. Hemos de exigir el cese de exportaciones de armas desde nuestros puertos. Es nuestra responsabilidad y nuestra oportunidad de apostar por una cultura de paz.