HAY muchos asuntos pendientes en España. Cuando se van dejando asuntos sin resolver para ocupar todo el tiempo en dar solución a otros, suele ser debido a una de estas dos razones: o se consideran más urgentes unos que otros o se postergan los que quedan pendientes porque no se tiene, o no se encuentra, ninguna solución nítida ni sencilla. Sin embargo, cuando elegimos ocuparnos de un asunto, y darle preferencia sobre los otros, nos vestimos de profunda responsabilidad y somos capaces de exponer todo tipo de razones para justificar que lo que afrontamos es lo esencial y no lo accesorio.

Ahora mismo la obsesión de los españoles, incluidos los catalanes, es el procès. Esta es la palabra acuñada en un principio para que el trámite contuviera ciertas dosis de misterio. En realidad, el procès únicamente preocupa a los nacionalistas más extremos, es decir a los independentistas irredentos, sean catalanes o no, y a los imperialistas españoles que se muestran incapaces de compartir soberanías y protagonismos. Yo soy político y me siento señalado cada vez que otros políticos de diferente signo y condición proponen cambios que modifican las reglas de juego que deben servirnos a todos para convivir. Es esta fruslería la que me tiene muy pendiente de cuanto Puigdemont ha planteado, nada más ni nada menos que la independencia de Cataluña.

Sin duda, si estuviera en edad escolar agradecería incluso que se culminara con éxito, porque el libro de Geografía Española perdería algunas páginas y yo libraría algunas horas de estudio, pero a mi edad y por mi condición de personaje público no puedo desentenderme de ningún asunto, ni siquiera de este procès catalán, máxime cuando siento una gran admiración por Cataluña, un gran aprecio y respeto hacia los catalanes y un compromiso humano y humanitario con España. No obstante, ¿no estamos dedicando demasiado tiempo y esfuerzo a buscar solución a lo que Puigdemont y Rajoy no parecen dispuestos a solucionar? ¿Imagináis a Adolfo Suárez y Pujol, a Felipe González y Maragall, en la misma tesitura? ¿Alguno de ellos hubiera dejado que el asunto se fuera de las manos y convirtiera la situación en un difícil atolladero?

Y aquí abandono el procès catalán, que no me parece lo esencial ahora mismo, para recordar cuánto hemos abandonado -y quizás, olvidado- en el más recóndito rincón de la memoria. Al lado de la quimera existen las preocupaciones más variopintas, pero sobre todo permanecen adormilados un montón de problemas que amedrentan y acorralan a los humanos. Ancianos con pensiones raquíticas y servicios sociales destinados para ellos nada ambiciosos; trabajadores amenazados por el paro creciente que ya se ha hecho estructural en nuestra sociedad; parados que perciben exiguas prestaciones y que, poco a poco, van perdiendo toda esperanza de conseguir un empleo; jóvenes que se han preparado para el futuro y no encuentran por ningún lado ese futuro para el que se han preparado; mujeres que buscan sentirse más libres a través de su esfuerzo laboral pero son valoradas injustamente por debajo de sus homólogos masculinos; mujeres maltratadas o asesinadas a manos de desalmados que dicen actuar poseídos por un amor irresistible; hombres, mujeres y niños que cruzan desiertos, libran montañas y atraviesan océanos poseídos por ese deseo de alcanzar la siempre inalcanzable “tierra prometida”; millones de personas que se mueren a causa de enfermedades fácilmente superables en el primer mundo por la escuálida razón de vivir en el tercero o cuarto mundo; pobres que dormitan en barracones abandonados, en rincones de las calles, protegidos por cartones, o bajo puentes donde comparten su vivienda con la humedad y con cuantos bichos de mal agüero se les aproximan...

A un lado de estas urgencias, nuestra sociedad debate sobre otras necesidades también perentorias. El dinero, a causa de su extraño reparto, no alcanza a todos por igual, la desigualdad provoca no solo pobres y ricos sino rivalidades entrambos, que generan inseguridad ciudadana y otro tipo de riesgos para la convivencia. El medio ambiente ha venido sufriendo un importante deterioro que ha hecho mucho más vulnerables las vidas de todas las especies naturales y no está de más recordar que dicho deterioro responde a que la conservación de un medio ambiente adecuado siempre está supeditada a factores muy diversos, que siempre responden a la generación de riqueza material a cualquier precio. El cambio climático, que acontece como consecuencia de prácticas abusivas y nocivas para el medio natural y el medio ambiente, está pidiéndonos a gritos que cambiemos nuestros comportamientos y modos de vida, lo cual influirá también en nuestras economías domésticas, y también en esa otra economía derivada de nuestras formas de vida basadas en un consumo desmedido. La invasión del territorio por todo tipo de vías -caminos, carreteras, viaductos, autopistas, vías férreas, rutas aéreas y marinas, etc.- e infraestructuras, va reduciendo nuestro espacio vital, como humanos, y supeditando nuestras vidas al uso del espacio sobrante. La comercialización del suelo ha llegado a límites tan excesivos que resulta cada vez más difícil encontrar espacios en los que nuestro ocio no se halle sujeto al pago de algún precio público o arancel. Las nuevas tecnologías apenas surgen se convierten en viejas dejando rastros por todos los lados, huellas que no ocupan lugar y salen de nuestro control para convertirse en nuestras vigilantes y nuestra obsesión?

Y bien, añadamos a todo esto que nuestras mentes son cada vez más limitadas para abarcar los nuevos tiempos porque mientras nuestras inteligencias progresan matemáticamente el cúmulo de cuanto tenemos que conocer, comprender y cultivar progresa geométricamente. Por no alcanzar, nuestras mentes se sienten superadas por aspectos muy básicos, incluso la nueva nomenclatura nos sobrepasa. Un ejemplo: ahora mismo, un hacker es mucho más que un científico o investigador de la antigüedad, e incluso ya no se le elogia ni se le premia como antaño se hacía con los científicos, sino que se le teme, porque sus posibilidades para causar perjuicios son superiores a las de producir beneficios. Ya los filósofos son rara avis, no proliferan, todos peinas canas porque la vieja Filosofía parece nos servir para casi nada; incapaces de interpretar las vidas actuales, se retiran a vivir en hábitats extraños e inventar teorías que provocan controversias y discusiones que no les llevan a ningún puerto feliz.

Siempre nos quedará el amor, pero el amor real, ese sentimiento que une a unos con otros casi siempre con buenas intenciones.

Termino. ¿Es posible que mis ocupaciones y preocupaciones, que son todas las que he expuesto y alguna más -salud, envejecimiento, longevidad, etc.- me dejen algo de tiempo para pensar en el procès? Pues parece que sí, poco, aunque bien sé que no se merece tanto tiempo de reflexión como el que le dedico. Es tanto lo esencial que lo accesorio -es decir, el procès-, me parece un capricho de Puigdemont y de los suyos, ni siquiera me parece una inquietud real de los catalanes y catalanas, aunque sean ellos los que están sufriendo las consecuencias de este juego de trileros que Puigdemont y sus amigos vienen exhibiendo, con la lógica preocupación aunque aquiescente de Mariano Rajoy. De momento ofrezco un primer paso, muy sencillo, hacia la solución: ¡Puigdemont y Rajoy, a casa!