COMIENZO con unas líneas de Cerrando círculos de Paulo Coelho: “No podemos estar en el presente añorando el pasado, ni preguntándonos el porqué. Lo que sucedió, sucedió. Los hechos pasan y hay que dejarlos ir. Por eso, a veces es tan importante destruir recuerdos, romper papeles, tirar documentos y regalar libros. Los cambios externos pueden simbolizar procesos interiores de superación, dejar ir, soltar, desprenderse. En la vida hay que aprender a perder y a ganar. La vida está para adelante, nunca para atrás”. Soy ciudadano vasco, pertenezco a un país, Euskadi, que en épocas históricas más o menos cercanas y difíciles como guerras, dictaduras y convivencias sociopolíticas duras ha vivido con la esperanza de un futuro mejor. Y hoy, con la miel de la paz en los labios, más si cabe. Pero como afirmaba Vaclav Havel, primer expresidente poscomunista checoslovaco, en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas en París (27-X-92), hay dos maneras de esperar. Una, esperando la llegada de Godot como encarnación de un sujeto exterior definitivo de salvación total y universal. Así, la espera pasiva de muchas personas suele situarse intelectual y vitalmente en esta posición. La otra espera, en cambio, apuesta proactivamente por los matices progresivos, animada por la creencia de que resistir, y vivir, trabajando, buscando e intentando la foto de un futuro mejor es una cuestión de principios, es decir, se hace porque sencillamente se debe de hacer. Y punto.

Esta es una espera fuerte y consciente, sin la puntual y tentadora preocupación de una eventual revalorización de este intento, sin saber ni tener conocimiento de si algún día este esfuerzo triunfará o por el contrarío, será ahogado, simplemente olvidado o archivado por imperativos de oportunidad o coyunturas. Esperar despierto, erguido e ilusionado trabajando por una foto mejor y de integración tiene sentido en sí mismo, aunque solo sea por intentar abrir una brecha, por agrietar el paisaje congelado e inerme, por romper los personalismos protagonistas que rodean nuestro yo vital. Una foto más perfilada y con más luz que entienda la política como la creían en la época de la creación de la democracia en la antigua Grecia, o sea, como un servicio a la nación, al pueblo y al ciudadano. Servicio que nace de la ética. Que tiene la ética como comportamiento y la política como práctica posible y real de la moral. Y que nadie sabe ni cuándo ni cómo, pero sí que brotará orgullosa y echará robustas y firmes raíces en esta tierra vasca de nuestros amores y desamores. Espera proactiva inspirada en la firme convicción de que fortalecer el músculo de nuestro instrumento político -en nuestro caso, EAJ/PNV- y hacerlo todavía aún más efectivo para articular una sociedad vasca más integrada, más integradora, más inclusiva, más abierta y moderna, más cohesionada y solidaria para con los más necesitados y castigados por la vida, es decir una Euskadi más humana, una Euskadi de las siete tierras vascas en la que haya cabida para todos y todas, protagonista de su futuro, reencontrada en sí misma, tolerante en su compleja variedad, más justa para con los que nos vienen buscando una vida mejor para ellos y los suyos. Una Euskadi igualitaria y socialmente articulada.

Una Euskadi lingüísticamente normalizada, bilingüe/trilingüe/plurilingüe, abierta con naturalidad a idiomas y lenguas bien cercanas, o no tan tanto, e ilusionada, que vaya tenazmente paso a paso recuperando y utilizando el euskera, una Euskadi en la que el atractivo euskera se use progresivamente, sobre todo en los más jóvenes, cada vez más y más y más en todos y cada uno de los espacios que configuran la vida individual de una persona y la colectiva del conjunto de la sociedad.

Todo lo anteriormente mencionado es, sencilla y llanamente, trabajo e ilusión, deber y obligación. Este deber y obligación, esta espera proactiva es un estado tenso, es esperanza dinámica en la convicción de que la rectitud jamás se impondrá con rodeos, atajos ni artimañas. Esperanza ilusionada en la que jamás la verdad se impondrá mintiendo, ni el espíritu democrático con disciplinas autoritarias, sino con sincera reflexión y serena autocrítica. Esta esperanza consciente y responsable es contraria a la desesperanza, la pasividad y la dejación. Esta espera añora que germine el brote de grano sembrado, es lo contrario a esperar a Godot, porque esperar a Godot significa esperar la floración de una orquídea nunca plantada ni regada.

Se puede perder incluso la esperanza de encontrar la foto de futuro mejor, pero nunca la necesidad de la propia esperanza, aunque Godot, el esperado, no exista y por lo tanto no llegue nunca. Godot el enviado, no es sino la sustitución de la propia esperanza, la esperanza de los que no la tienen. Es una quimera quebradiza. Esperar a Godot no tiene sentido alguno, es engañarse a uno mismo, una miserable e inútil pérdida de tiempo. La otra espera no pierde el tiempo sino que lo cumple. Para ello basta con comprender que nuestra activa espera sí tiene sentido, que no es dejación ni aburrimiento, sino tensión mantenida en la siembra. Porque siempre será época de siembra de ilusión, de trabajo y de caras nuevas, siembra de actitudes nuevas, de respeto y de espíritu de superación y conciencia, siembra de proyectos colectivos compartidos y de utopía pegada a la realidad. Se trata de sembrar con frescura, cuidar con paciencia y regar pacientemente. Se trata de saber esperar y conceder a las orquídeas el tiempo que les es propio.

No, Godot nunca ha existido, no sembró nada, nunca, en ningún sitio, nunca recolectó ninguna cosecha previamente sembrada, nunca supo entender lo que significa y encarna potencialmente una pequeña y humilde semilla. Siempre las menospreció. Godot nunca creyó en un proyecto de futuro, y menos en uno líder, integrador, abierto y amplio, aunque realmente Godot nunca existió. Este proyecto de futuro, líder, se trabaja y gana, lo ganaremos, trabajando entre todos codo a codo y día a día. O no se ganará para nadie, porque al fin y al cabo todos y todas somos parte voluntaria, vital e ilusionadamente, de ese mismo proyecto a futuro, abierto y amplio. Godot nunca existió, pero ello no debe desanimar a nadie, al contrario, porque “repensar”, según la última edición del Real Diccionario de la Lengua Española, es un verbo transitivo, sinónimo de reflexionar y, según el Diccionario Ideológico de Casares, significa “volver a pensar con atención”. Pues eso, seguir caminando, reflexionando, repensando, actuando, haciendo, influyendo, trabajando y abriendo con audacia y prudencia combinada nuevos e ilusionantes caminos al futuro compartido por encima siempre de las naturales y lógicas dudas, miedos e incertidumbres.

Esta espera proactiva, este pulso dinámico pasa del campo teórico a la experiencia histórica que está por escribir. Los vascos, nuestra férrea voluntad de querer seguir siéndolo, estamos una vez más, y lo queramos o no, convocados activamente al futuro, a un futuro que será compartido o que no será. Pero estoy que será compartido y que por lo tanto sí será. Y ello aunque Godot no existió nunca, no, ni existirá jamás, tampoco aquí, tampoco en esta nuestra Euskadi. Seamos pues, serenamente, muy ambiciosos. Con pies y raíces bien anclados en la tierra, mirando esperanzados a lo más alto de la cima, con todas las ramas extendidas y siempre abiertos al mundo diverso. “Eman ta zabalzazu munduan fruitua” que diría en su tiempo el bardo Jose Mari Iparragirre. Sigamos acertando. “Amoz eta jakitez, ekin eta jarrai”. O parafraeando a los Infanzones de Obanos “Pro libertate patria, gens libera state”, que se ha traducido por dos posibilidades con sus variantes: “En nombre de la patria, sed libres”, o “estad preparados, gente libre, a favor de la libertad de la patria”. Pues eso. Katea ez da eten.