El valor de la renuncia
CUANDO los sesudos analistas políticos califican la victoria de Theresa May en las legislativas británicas como de “pírrica”, locución que alude a las batallas ganadas a un coste muy elevado (“Otra victoria como ésta y volveré solo a casa”. Pirro, rey de Epiro), el líder laborista, Jeremy Corbyn, insiste en la petición de renuncia a la premier del Brexit duro.
Esta circunstancia -lógica para las formas políticas anglosajonas, pero no tanto para otras latitudes de la vieja Europa- y la teatral última dimisión ofrecida hace ahora apenas dos meses por la anglófona Esperanza Aguirre, me llevan a reflexionar sobre el concepto de renuncia en la vida política pública y partidaria en el Estado español. Hace unos días me decía un amigo que “hay muchos tipos de renuncia, pero que no todas tienen el mismo valor”. Yo le respondí que no podía estar más en lo cierto.
Más deudor que heredero (acepción que implica gran responsabilidad y saber estar a la altura) de aquellos políticos que lucharon tras largas y dramáticas décadas de exilio (exterior e interior) por lograr espacios de democracia y libertad para mi país, me pregunto qué queda de aquella cultura en la actual política. Qué queda del ejemplo de aquellos hombres y mujeres del ideológicamente plural destierro republicano que, en aras a la defensa y ampliación de las conquistas políticas y sociales y en el mantenimiento de unos irrenunciables principios doctrinales y de servicio público, supieron renunciar a la comodidad de una vida segura, a los amigos de antaño, al dinero y a la tierra misma donde se nació. Una renuncia para ganar un futuro colectivo en paz y libertad.
La renuncia ética Si aquel ejemplo de fortaleza indomable se ejercitó en la larga travesía de la oposición al franquismo, los hombres y mujeres del exilio también escribieron otra memorable página de este mismo concepto al declinar convertirse, en muchos casos, en líderes de sus respectivas fuerzas políticas durante el periodo de la Transición. En el campo nacionalista vasco, Manuel Irujo, desde su exilio parisino, escribió pocas semanas después del fallecimiento del dictador Franco que “hoy lo que se haga ha de ser de allí dentro y con gentes actuales en todos los sentidos de la palabra”; y el máximo responsable del PNV en el interior, Juan Ajuriaguerra, adoptó la misma postura al ceder el liderazgo orgánico de su formación al joven abogado navarro Carlos Garaikoetxea. La ética de la renuncia para dar paso a las nuevas generaciones.
En el panorama actual, el concepto de renuncia política parece situarse al borde de la extinción por su corta traslación al ámbito práctico, por su casi nula materialización. Pero en los escasos casos en que se ejerce, tampoco adquiere el mismo valor.
Dejaciones al límite La mayoría de las veces, la renuncia de los representantes políticos, ya sean públicos o partidarios es una dejación al límite, obligada por la constatación de actos impropios al cargo, presionada por la opinión pública y por los mismos partidos, una renuncia precedida de actitudes numantinas y falsedades que ilustra hasta qué punto los apelados a la dimisión entienden los cargos políticos en un sentido meramente patrimonialista. Son renuncias arrastradas, forzadas tras un largo proceso de demolición evidente que solo el protagonista se niega a ver; dimisiones unidas muchas veces a una visión mesiánica de la realidad política en la que, a fuerza de trienios de mandatos, se interioriza como cierta la frase del “o yo o el caos”.
Son renuncias que reciben de los compañeros de partido el falso atributo de la “ejemplaridad” cuando en verdad su única virtud es la de la contumacia, entendida como tenacidad en mantener un error. Por lo demás, adolece de cualquier valor. Este tipo de renuncias son propias de políticos mediocres, acostumbrados a rodearse de aduladores y colaboradores más mediocres aún, que nunca les harán sombra. Son dejaciones asociadas a un concepto maquiavélico de la política en el que la preservación del poder, a costa de lo que sea, resulta un objetivo de primer orden.
Echarse a un lado En la minoría de las ocasiones, la dimisión se ejecuta desde firmes y profundas convicciones y desde posiciones del conjugar el nosotros solidario y no un yo egoísta. Son renuncias basadas en reflexiones meditadas y certeras sobre la realidad circundante, sobre la continua y permanente necesidad de la regeneración democrática, sobre la convicción de que echarse a un lado equivale a despejar nuevos senderos y abrir estos a la circulación de nuevas personas y nuevas ideas. Es la renuncia facilitada solo por los que en verdad son grandes políticos (no confundir con los políticos grandes) que, como es sabido, son aquellos que se rodean de personas inteligentes cuyos éxitos también serán suyos. En este modelo, la renuncia adquiere todo su valor al ofrecernos el sacrificio de la vanidad en aras al bien común. Es la aplicación del concepto aristotélico de la política en el que lo comunitario prima sobre el interés privado.
En estos tiempos en los que la política está sometida a continuos test de estrés, a exámenes inmediatos a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías de la información, en estos tiempos en los que la dimensión del empoderamiento comunitario en el ámbito político es cada vez mayor, en los que el nivel de transparencia exigida a la clase política ha ganado muchos enteros y en los que la rapidez en que se suceden los acontecimientos genera un desgaste más acusado en nuestros representantes, la renuncia como fuerza ética va llamando a la puerta de los políticos con fuertes aldabonazos. De nuestros próceres depende su apertura.