Verdad y posverdad
LOS que no quieren ser vencidos por la verdad, dice san Agustín, son vencidos por el error. Aquí me referiré a verdad como sinónimo de la sinceridad humana en general, que se manifiesta en lo que una mayoría está de acuerdo en llamar honestidad y buena fe. El bueno de Agustín de Hipona se refería al error en sentido amplio, en el que cabían perfectamente las conductas que ahora señalamos como posverdad, un peligroso eufemismo enemigo de la verdad que, lejos de denunciar la mentira, pretende establecer una nueva falsedad. Una actitud que el escritor Ricardo Menéndez Salmón define con precisión: “Lograr que el lenguaje diga lo que la realidad niega”. Algo que para él es, además, “una de las mayores conquistas del poder”.
La posverdad resulta más fácil -y cómoda- que la verdad. Parece un neologismo de nuestro tiempo, pero su paternidad tiene veinticinco años, se remonta a cuando el dramaturgo Steve Tesich se inventó el término, allá por 1992, para denunciar que el concepto verdad carece de importancia o es irrelevante; y lo hizo en un artículo sobre el escándalo Irangate en la venta de armas, con Ronald Reagan en la Casa Blanca. En abril de 2010, resurgió el término en un artículo de David Roberts sobre la posverdad referido a los políticos que negaban el cambio climático.
A diferencia de otras mentiras, lo grave cuando se ataca a la verdad mediante esta actitud torticera y sofisticada es que los hechos objetivos acaban por no ser lo decisivo en la formación de la opinión pública. Lo cual vacía a la ética de cualquier objetivo de convivencia. Y su permeabilidad en la sociedad le ha despojado de la gravedad que subyace tras ella. Claro que esta actitud llamada posverdad no es nueva, pero se consagró con otro nombre a partir de la sofisticación que logró Joseph Goebbles, el que fuera ministro nazi de propaganda: “Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Ni siquiera el escritor Émile Zola y su compromiso moral escribiendo el artículo Yo acuso (un verdadero manifiesto que todavía estremece) sobre el caso Dreyfus, apenas logró cambiar la opinión de algunos intelectuales, y eso que se publicó en la portada del diario L’Aurore.
Más recientemente, algunas oleadas de opinión en las redes sociales desbaratan la verdad y a ver quién puede reponerla con todas las emociones manipuladas en su contra. Lo más descarado del uso reciente de la posverdad ha venido de la mano de una periodista afín a Donald Trump: Kellyanne Conway. Cuando intentando defender unas declaraciones falsas del portavoz de la Casa Blanca le recordaron que dicho portavoz había caído en una “mentira demostrable” a ojos de todo el mundo, Conway respondió que su compañero solo había presentado “hechos alternativos”.
La equivocación de los que pretenden combatir al Donald Trump de la posverdad es tomárselo como si fuera una disputa racional, sobre hechos concretos. La realidad es que Trump ha convertido los hechos en armas de guerra que manipulan las verdades en beneficio de sus intereses. Así es como creo que hay que verlo.
Lo cierto es que a nadie le gusta que le mientan, al menos con ese nombre. No hay nada tan negativo como el engaño mendaz y cínico, como hemos visto en Goebbles, Conway y compañía. Es algo que acaba propiciando la pérdida de confianza en el ser humano. Pocas cosas nos rompen más por dentro que la traición a nuestra confianza o que nos traten como a niños inmaduros. Pero es lo que está pasando con muchos gobiernos en total impunidad moral y legal. Es el vértigo de sentirse fuerte vapuleando la verdad en beneficio propio, a corto plazo, pero a costa de oscurecer la historia.
Una vez que se miente por sistema manipulando los sentimientos y los legítimos intereses, se pierde toda veracidad. A partir de ahí, todo se pone en duda y mil verdades juntas no pueden contra el escepticismo, haciendo peligrar la convivencia misma. La verdad, en cambio, construye, y cuando prevalece en las conductas, se convierte en veracidad; es entonces cuando la persona se vuelve creíble toda ella. Educar en la verdad conduce al conocimiento de lo que somos, a respetarnos y al mejor humanismo posible. Pero está de moda lo contrario, sin preocuparnos de que perdamos todos a medio plazo, y lo sabemos, cada uno en lo más íntimo de la persona. Solo la verdad nos hace libres.