LA historia de Trillo, hasta ayer flamante embajador en Londres, ejemplifica a la perfección el fundamento más sólido del régimen político instaurado por el Partido Popular: la impunidad. En Inglaterra han dimitido ministros por muchísimo menos de lo que el Consejo de Estado ha hecho responsable al opusdeista Trillo: el accidente del Yak-42, sobre el que obviamente mintió con descaro. El embajador del Reino de España no dimite, no se retira, no asume el ser responsable de la muerte de 75 personas que han venido reclamando justicia y se ven burladas; y si pide el reingreso en el Consejo de Estado que acaba de condenarle y al que pertenece, es porque sabe que puede y que no hay obstáculo ni legal ni moral ni ético que se lo impida. No se trata de decencia, sino de poder. Ese es el problema, que pueda, que él y otros como él puedan porque cuentan con una parte de la sociedad que lo permite. Es inútil oponerse. Es inútil porque los creadores de opinión que pueden influir están a su servicio, por acción u omisión. Las instituciones no están podridas, no porque no lo estén, sino “porque no” y porque da igual, si de lo que se trata es de que el poder no se resquebraje y el enriquecimiento de los a él arrimados continúe. Suena grosero, sí, pero porque lo es. Como suena grosero que el Consejo de Estado haya tardado 14 años en llegar a la conclusión a la que ha llegado, 14 años... y no pasa nada.

El caso pues no es ni nuevo ni irrepetible, pertenece al estado de cosas que hacen que Rato esté en libertad y sortee uno tras otro los cepos legales que le están reservados. Y junto a Rato toda una jarca de intocables cuyos nombres están en boca de todos hasta el aburrimiento. La impunidad elevada a sistema hace que los tribunales puedan cantar misa si quieren, que sus sentencias solo se acatarán si convienen, y es raro que no convengan, porque para eso están, para que su actuación favorezca al gobierno, al sistema, al poder.

Me temo que si Luis, que ya no sé si es o no El Cabrón de las cloacas del partido de la libertad, ha aguantado de firme, dentro y fuera de las rejas, con o sin sus famosos papeles en ristre, ha sido “en interés general de interesados que se interesan”, que decía un capitán de barco que había falsificado el parte del seguro de un siniestro marítimo para cobrar más. Resultado: hace ya mucho que no oímos hablar de sus papeles y anotaciones contables que señalan una farra digna de la cueva de Ali-Babá por cuenta de vaya usted a saber qué o quién. Todo es triquiñuela, escamoteo, impunidad.

Alarmante resulta que la ministra de Defensa, que se hizo indemnizar por Bárcenas, y a cuyo marido señalan como pieza angular de un pringoso tablero de corrupciones, haya relacionado a refugiados con terrorismo con el fin de crear una opinión contraria a su acogida y de no cumplir los propios compromisos gubernamentales. ¿Es indecente? Sí... ¿y qué, a ver y qué? Nada. Otro síntoma, malo, de algo que está por venir: la creación de un estado de alarma generalizada que permita a quien tiene la fuerza hacer un mayor despliegue de esta con fines no preventivos, sino represivos y de control ciudadano.

Para el presidente del Gobierno todo lo relacionado con Trillo son cosas que pasaron hace mucho y no deben ser tomadas en consideración. Los familiares de las víctimas del accidente piensan de otro modo, pero qué importa, casi todo lo que sucede y pueda dañarle carece de importancia y pasó hace mucho o no ha pasado nunca. Para él la actualidad, la rabiosa actualidad, la que muerde y hace daño e inquieta a la ciudadanía, está en el Marca y si no está en el Marca no está en parte alguna. Hablar de ceguera moral es poco, hay algo más, una cierta perversidad de espíritu, alguna patología. “Cosas”, “Hace mucho”... Que un presidente eluda hasta nombrar aquello que de verdad inquieta a buena aparte de sus ciudadanos no es solo síntoma de deficiencias personales de índole general, sino una manifestación cruda de algo asombroso, de que a Rajoy le importa un comino todo, salvo conservar el sillón y hacer de las suyas con el beneplácito y aplauso de sus votantes, que consienten todas y cada una de las fechorías que cometen los gobernantes, y en quienes hay que apreciar algo más que ceguera moral: un peligro real.