ESCRIBÍA recientemente Jesús González Pazos un artículo en DEIA contra lo que califica como “campañas continuas” para “convencernos de que todos debemos ser emprendedores”. A mi juicio, sus artículos rezuman prejuicios ideológicos por doquier y parten de bases equivocadas y hasta diría que superadas por la historia. Voy a rebatir sus argumentaciones al mismo tiempo que defiendo la existencia de una renta básica universal, que nada tiene de neoliberal.
La primera verdad que González Pazos discute es que el empresario (o emprendedor) crea empleo. Esto es absolutamente indiscutible y es precisamente lo que diferencia al autónomo del empresario, dos figuras que él tiende a confundir y que lo único que tienen en común es que están acogidos, por imperativo legal, al mismo tipo de afiliación en la Seguridad Social.
La iniciativa personal, que González Pazos defiende como nexo común de los dos, no es suficiente para definir a un emprendedor. De hecho, hay muchos trabajadores por cuenta ajena que la tienen a raudales y que incluso se empiezan a autocalificar de “intraemprendedores” por su constante búsqueda de un mejor futuro para ellos y para las organizaciones en las que trabajan.
Lo que realmente define a un empresario es la menor aversión al riesgo. Es decir, su disposición a jugarse su dinero, incluyendo muchas veces la casa en la que vive, para hacer realidad algo que inicialmente es solo un sueño en su cabeza. ¿Que lo hace por codicia como denuncia González Pazos? Generalmente, sí. Pero precisamente porque ese enriquecimiento personal es lo que le motiva, lo que debemos hacer es estimularlo y no penalizarlo, para que siga habiendo vocaciones.
La menor aversión al riesgo, una cualidad que González no menciona en ningún momento, es la característica que mejor califica al empresario. Admiro a esos emprendedores como Eneko Knörr o Mikel Urizarbarrena, que después de haberse hecho millonarios siguen creando nuevas startups. Yo personalmente he puesto en marcha varias iniciativas a lo largo de mi carrera como emprendedor, habiendo tenido que cerrar la mayor parte de ellas, con la consiguiente pérdida económica, generalmente de mi bolsillo.
Es dinero que podría haber dedicado a viajar, una afición que me produce muchas más satisfacciones que la de estar encerrado en una oficina de 9 a 9 de la noche día tras día, fines de semana incluidos.
Porque otra cualidad del empresario (y también del autónomo y de todo aquel que no tiene asegurado un sueldo a final de mes) es que para su proyecto no hay horarios ni otras prioridades que se le antepongan. Y sí, como bien dice, la mayor parte de los emprendedores fracasamos.
¿Entonces por qué emprendemos? En primer lugar, por una especie de autorrealización, de aspiración ascética por hacer realidad un proyecto o por superarse haciendo uno más complejo. En segundo lugar, por ganar mucho dinero para poder, por ejemplo, retirarse antes de los 65 años. Los emprendedores depredadores que solo buscan competir entre sí creo que solo existen en la imaginación de los sindicalistas que analizan la economía en sus laboratorios de ficción.
Igual que los que, según González Pazos, tienen como objetivo “acabar con la clase obrera”. Confunde aquí lo que es mera evolución tecnológica, que va poco a poco eliminando a los trabajadores que no aportan valor añadido a una labor meramente mecánica, con teoría política, que está muy bien para los libros o las clases de la universidad pero que nada tiene que ver con lo que realmente ocurre en nuestras empresas.
Los obreros no están siendo sustituidos por emprendedores sino por máquinas y programas informáticos que cada día se parecen más a los seres humanos. Y sí, este fenómeno está generando parados que va a ser muy difícil que sean sustituidos por otros trabajos de nueva creación. A no ser, claro está, que generemos empleo humano tan barato que pueda competir con las máquinas, que entiendo que tampoco es a lo que aspira González Pazos.
Nos quedan dos opciones por tanto: o desarrollar profesionales inquietos que sepan buscar nuevas oportunidades en el mercado (emprendedores) o seguir ampliando el presupuesto de la Renta de Garantía de Inserción (RGI) para poder dar cobijo a más y más personas que nunca podrán trabajar. Las dos alternativas probablemente tengan que convivir y, a mi juicio, deberían ir de la mano.
La RGI tiene, por ejemplo, una enorme virtud a la hora de neutralizar la aversión al riesgo. Si todos tuviéramos la seguridad de que, aunque nos vaya mal, el Estado nos va a garantizar unos ingresos mínimos, creo que habría muchos más emprendedores. Es verdad que también habría más gente que se dormiría en los laureles, pero estoy convencido de que se despertarían más emprendimientos.
En Euskadi disfrutamos de esa RGI universal y los últimos estudios no nos ponen precisamente muy bien en cuanto a vocaciones emprendedoras. Precisamente porque en nuestro ámbito se ha extendido sobremanera la visión de que emprender no es positivo ni los empresarios son buenas personas. Así que lo que necesitamos es más campañas como las que critica González Pazos.
Y quizás también más recursos. Una sugerencia para la reflexión: ¿por qué no crear una RGI especial para el emprendedor? Una renta básica que ofrezca, durante un tiempo limitado, algún incentivo especial para el que ha emprendido y se ha arruinado. Sería una forma de neutralizar aún más la aversión al riesgo y de favorecer, por tanto, que haya más emprendedores.