El primer mensaje de Gabon
LA obra La guerra después de la guerra. Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría, del profesor de Historia Contemporánea Melvyn P. Leffler, ilustra en un libro que aúna descripción histórica y retrato psicológico hasta qué punto el factor humano, la capacidad empática y de perseverancia, la habilidad para estrechar lazos personales con los antagonistas políticos, son claves para deshacer nudos gordianos. Esa puesta en valor de lo humano se ejemplifica perfectamente en las notas tomadas por el miembro del Politburó del PCUS, Chernyaev, cuando narra cómo, tras un viaje a Washington en 1987, Gorbachov comentó que allí había comprendido “tal vez? por primera vez, la importancia del factor humano en política internacional”.
En nuestra más reciente historia política, quizá la persona, el personaje, que mejor encarna el valor de la subjetividad de la naturaleza humana como elemento central para el establecimiento de acuerdos sea José Antonio de Aguirre y Lecube. El hombre que ha sido calificado de “Profeta Pragmático” por varios reputados autores de nuestra historiografía, fue capaz de constituir en un contexto de guerra civil, un primer Gobierno Vasco en el que lo políticamente transversal, la unión entre diferentes (nacionalistas, republicanos, socialistas y comunistas), se convirtió en un valor de primer orden.
El 22 de diciembre de 1936, en una emisión difundida a través de las ondas de Radio Euzkadi, el primer lehendakari se dirigió a la sociedad vasca, como máximo representante de “un Gobierno joven del viejo pueblo de los vascos”, para hacer llegar a sus compatriotas un mensaje de esperanza. En este que puede considerarse como su primer Mensaje de Gabon ya que su alocución hace referencia a los momentos en los que “la humanidad celebra acontecimientos y recuerda palabras que fueron heraldo de paz y amor”, el lehendakari ensalza los frutos del trabajo callado de su gabinete (mantenimiento del orden, tribunales garantistas, creación de un ejército defensivo, planificación de la asistencia social) y atribuye una importancia capital a un programa de gobierno unitario “que une a hombres de tan diversas ideologías en un empeño común”.
Una declaración de principios En un claro intento de insuflar optimismo a una población atenazada por el avance de las tropas fascistas, dispone que el objetivo primordial de su “gabinete de guerra” no es otro que el de lograr la victoria, “arrojar al enemigo”, pero al tiempo expone una firme determinación de respetar y garantizar todos los derechos individuales y colectivos, incluidos, muy explícitamente, los religiosos, “respetando al sacerdote que, afortunadamente, ha estado y se ha mantenido al lado del pueblo”. Sus palabras en este apartado encierran en sí mismas toda una declaración de principios humanistas cristianos, a la vez que buscan trasladar a la opinión pública internacional, “intoxicada” por la propaganda franquista, la imagen de un “oasis vasco” situado en las antípodas de otros territorios republicanos en los que la conculcación de derechos y la represión anticlerical estaban a la orden del día.
No es menos reseñable, por su modernidad y porque sitúa el planteamiento político del PNV en parámetros ideológicos absolutamente progresistas, su referencia a un avanzado programa de justicia social, que se desarrolla en un marco de comprensión popular, en el que se plasma como objetivo el acceso del trabajador “al capital, a los beneficios y a la coadministración de las empresas”, todo ello sin descartar medidas nacionalizadoras que pudieran asegurar una pronta victoria bélica. Tampoco se olvida el primer mandatario vasco de la tarea en pro de la Reforma Agraria (uno de los caballos de batalla de la II República), remarcando la función social del contrato de arrendamiento y la necesidad de que la propiedad de tierras y caseríos se transfiera a sus cultivadores.
El lehendakari, marcando una gran distancia con las formaciones derechistas, denuncia el colaboracionismo de estos sectores conservadores con los facciosos, “Vivíais con hartura, a final de año os sobraba mucho, pero os alzasteis; unos, con las armas en la mano; otros, apoyando financieramente el movimiento, secundando la rebelión de quienes, desleales con la palabra empeñada, sirven a lo que ya es caduco”. Y los acusa de aliarse con fuerzas mercenarias, en referencia a las fuerzas moras, italianas y alemanas, “aunque caiga rota la dignidad por los suelos”.
Para José Antonio Aguirre, “sépalo el mundo entero”, la contienda civil no era una guerra religiosa sino económica, en la que se enfrentaban dos concepciones antagónicas: “la vieja concepción capitalista, aferrada al abuso y al privilegio, y un hondo sentido de justicia social, latente en las muchedumbres que trabajan y sufren”. Aguirre condenaba con dureza la instrumentalización del sentido cristiano y no faltaron en su exposición aceradas críticas a la jerarquía católica por su estruendoso silencio ante el asesinato de sacerdotes “por el mero hecho de ser amantes de su pueblo vasco”. Con profundo dolor como católico practicante e implorando al Vaticano para que hiciera cesar aquel silencio, exclamaba así ante las ironías del destino: “!Sacerdotes asesinados en tierra vasca ocupada por los facciosos, mientras los sacerdotes y religiosos son respetados en la jurisdicción ocupada por el Gobierno Vasco!”.
Una certera reflexión El mensaje, que además de querer ofrecer confianza al pueblo, buscaba asimismo encontrar un hueco en el concierto internacional, contenía además una certera reflexión acerca de las consecuencias que en el orden mundial iba a tener la conculcación del derecho verificado. Con una enorme carga de profundidad, premonitoria como se pudo comprobar después para el devenir del panorama político europeo, aseveraba así el lehendakari: “O triunfan los poderes legítimos que el pueblo se ha dado a sí mismo, o es inevitable la guerra europea”.
Como presidente de los vascos, “espiritualmente también de todos aquellos que viven esparcidos por el mundo”, Aguirre, subrayando el logro de haber transformado unas milicias dispersas en un disciplinado ejército regular, apelaba a una épica de la resistencia, en la que con alusiones al relato del indómito carácter vasco (“impidiendo que jamás invasor alguno, ni godo ni mahometano, invadiera nuestros lares patrios”), abogaba por una lucha de liberación nacional y social que no estuviera asociada al espíritu de venganza: “Los pueblos han de forjarse siempre en la generosidad. Si en los pueblos entra el espíritu de venganza, nos parecemos más a una tribu de caníbales que no un pueblo civilizado”.
Y, por último, el primer presidente tampoco se olvidó de la cultura vasca. Con medido orgullo, exponía el logro de la creación, a partir de una sencilla facultad de medicina, de la Universidad Vasca, “nuestro centro de cultura superior”. Su alocución finalizó en euskera con una frase que condensa en su breves palabras la trayectoria política del PNV, “Errijak ez dira egiten egun batean” (los pueblos no se hacen en un solo día) y con unas sentidas palabras dirigidas a los gudaris que luchaban en los frentes: “Aurrera mutil zintzoak, aurrera. Bildurra izan dedila aurrian ez gure artian. Ludi guztiko errijak gure begira dagoz. Gure erri zarra izango da antxiñan legez diña zintzua ta gogorra. Pozik nago zurekin gudari maiteak. Jarraitu bide ortatik, jarraitu ba, zure eskuetan lagata dago Aberri maitearen itxaropena ta zoriontasuna. Euzkadi’ren ixenian zubei danori milla esker. Gabon ona igaro” (Adelante, leales jóvenes, adelante. Que el miedo esté frente a nosotros, no en nosotros. Todos los pueblos del mundo nos contemplan. Como antaño, nuestro viejo pueblo será fuerte y honesto. Estoy orgulloso de vosotros, queridos gudaris. Seguid por ese camino, seguid, porque en vuestras manos está la esperanza y la felicidad de la amada Patria. En nombre de Euzkadi, muchas gracias a todos vosotros. Disfrutad de una buena Navidad).