EL ministro del Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, ha señalado sobre la exhumación de los restos de los militares alzados contra la República Emilio Mola y José Sanjurjo de la cripta del Monumento a los Caídos de Pamplona, que “lo que interesa a España y a los españoles, a Navarra y a los navarros, es mirar al futuro, no mirar aquello que nos divide, sino mirar aquello que nos une”. Lo mismo se puede decir sobre ETA, ¿verdad? Porque no ha pasado tanto tiempo de sus desmanes y son muchas las personas que cuentan entre sus padres y familiares con víctimas directas de ambos generales -y del franquismo en general-, que inexplicablemente están enterrados con honores oficiales en el panteón más grande de toda Vasconia.

El teniente general Sanjurjo era navarro. Ocupó importantes puestos en la dictadura de Primo de Rivera, protagonizó un fallido golpe de Estado a la República en agosto de 1932 para acabar exilado en Portugal. Fue uno de los militares más activos en el golpe de Estado de 1936, al punto que llegó a ser el comandante en jefe de los sublevados al inicio de la rebelión. Pero murió en accidente de avioneta cuando se dirigía a tomar el mando rebelde. Le apodaron El león del Rif por sus andanzas en Marruecos, sobre todo en el desembarco de Alhucemas como máximo responsable de las tropas de tierra.

Del Rif a Nafarroa El portavoz de ERC en el Congreso, Joan Tardá, presentó en 2005 una proposición no de ley para que se investigara si España utilizó gas mostaza en la guerra del Rif. La proposición fue rechazada y el caso no ha sido estudiado oficialmente. Tras el Desastre de Annual (1921), los afrikáners, entre los que se encontraba el entonces coronel Francisco Franco, se juramentaron en vengarse de aquella derrota y España fue una de las primeras potencias que, según se cuenta, utilizó armas químicas contra la población para acabar con el espíritu independentista de los milicianos marroquíes dirigidos por Abdelkrim frente al colonialismo español.

El caso de Mola es peor, si cabe. El gobierno del general Berenguer le nombró director general de Seguridad (1930), puesto desde el que organizó una dura represión contra los movimientos estudiantiles y republicanos. En 1932 fue separado del Ejército por connivencia con el fallido golpe de Estado del general Sanjurjo, pero un posterior gobierno de la derecha (Lerroux y Gil Robles) le amnistió nombrándole jefe de la Alta Comisaría de Marruecos (1935), donde también participó en el Rif y Alhucemas hasta llegar a general por méritos de guerra.

Mola fue el instigador del golpe de Estado, desde Pamplona, conspirando con los militares más reaccionarios: Franco, Varela, Yagüe (el carnicero de Badajoz), Kindelán, Sanjurjo... hasta que asumió el mando del ejército del Norte, cargo en el que destacó por sus métodos de represión. Hasta el punto de ser acusado de crímenes de lesa humanidad, sobre todo en Navarra, donde el alzamiento fue un éxito rotundo y sin acciones represivas republicanas. Sí hubo oposición ideológica al general Emilio Mola y los suyos y, por ello, el número de muertos por la represión ideológica que este desató en Nafarroa fue cuatro veces superior a todos los muertos causados por ETA en 50 años. Era el candidato de Hitler, por encima de Franco, para dirigir España. “No pensaba más que en matar”, solía repetir el que fuera su secretario, José María Iribarren.

Bombardear numerosos municipios de Bizkaia, incluido Gernika, tuvo su premio. Según consta de las investigaciones de Gerediaga Elkartea, a los legionarios italianos que mataron a más de 300 personas civiles y religiosas, Mola les invitó a celebrarlo con prostitutas. Y Franco condecoró en León a la Legión Cóndor. No solo es necesario recordar todo esto ante la reacción de sus familiares por la petición de exhumación de sus restos del monumento de Navarra “a sus muertos en la Cruzada”, y porque nadie ha pedido perdón por los crímenes de estos dos canallas en particular ni del franquismo en general, todavía impunes, sin Memoria Histórica oficial. También porque ahora todo ello se reclama con ETA insistentemente, lo que me parece muy bien, pero el huevo terrorista se incubó dentro de la gallina genocida.

Y, de repente, surge Edurne Portela con su último libro estigmatizando a todos los vascos a causa de la actitud con ETA. Me revuelve el estómago el adoctrinamiento con el que se expresa en una entrevista reciente, en la se permite citar a Primo Levi con la carga ideológica de exterminio planificado que tiene, para que cale como un baldón social general en lo vasco con el terrorismo de ETA, cuando -insisto- el terrorismo solo de estos dos pajarracos afrikáners causó estragos mayores y con más víctimas que en toda la historia terrible de ETA.

Aunque sea tarde Reclamo la parcialidad democrática, señora Portela, porque todavía esperamos una condena oficial de aquel infausto golpe antidemocrático que causó carnicerías varias, amén de una dictadura de cuatro décadas. Al menos, una declaración oficial del gobierno español de turno, reconociendo el dolor causado por aquella ilegalidad delictiva, el daño producido que dignifique a la verdad y a tantos miles de inocentes sepultados en el silencio cómplice.

No es menor lo que me duele igualmente que mi Iglesia siga mirando para otro lado sin sacar arrestos evangélicos y valentía para aceptar su enorme responsabilidad apoyando la Cruzada de los afrikáners, para condenar al franquismo y pedir perdón, aunque sea tarde.

Edurne Portela parece ocultar la cara más oscura que generó la aberración de ETA: “La verdadera normalización no será mantener lo normal, que es seguir evitando los temas, ni considerar el conflicto superado porque hayan cesado los muertos”. “Todos estamos implicados y el relato no puede ser parcial”. Esta y otras frases redondas no las aplica a la sociedad española con el baldón genocida del franquismo que tan blandamente ha sido tratado.

“La actitud de la sociedad vasca ha sido de complicidad y la complicidad tiene la idea de culpa implícita”. ¡Qué barbaridad! ¿Sería justo salpicar a toda la sociedad española al referirnos a tantos años bajo la bota militar dictatorial, a la falta todavía de responsabilidades criminales mientras sus mejores asesinos tenían sus nombres en las calles y plazas más importantes?

Hasta ahora, han estado enterrados Mola y Sanjurjo en el Monumento a los Caídos en Iruñea, cuyo nombre oficial es “Navarra a sus Muertos en la Cruzada”. Y ahí se mantiene la aberración ética del Valle de los Caídos en El Escorial. Demasiada infamia para que siga en el limbo de los perdones pendientes.