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Disolución saturada

NOS cuentan los químicos que si vamos añadiendo soluto a un disolvente llegaremos a un punto donde ya no será posible que se disuelva más; es decir, si vamos echando sal y más sal al agua habrá un momento en el que ya no cabrá más y aunque le demos vueltas y más vueltas seguiremos viendo granos de sal en el fondo del vaso. Es lo que se denomina disolución saturada. De manera similar, el sistema financiero europeo está llegando a su saturación de liquidez. El BCE introduce más y más dinero en el sistema pero este, en lugar de distribuirse, vuelve en gran medida al BCE, donde se deposita. Las medidas comunicadas por el BCE tras su última reunión podrían ser más sal en una disolución cercana a su punto de saturación.

No podemos olvidar que el comienzo del estallido de la crisis se remonta a abril de 2007, cuando algunas hipotecarias americanas especializadas en productos de alto riesgo quebraron y comenzaron a colapsar vehículos de inversión sofisticados, generando tensiones crecientes de liquidez, tantas que forzaron la intervención coordinada de los bancos centrales. Luego se implantaron medidas de apoyo a la economía, quebró Lehman Brothers, conocimos varias crisis bancarias, de bonos soberanos e incluso el propio euro estuvo en riesgo, todo ello sin olvidar que hace tiempo que existe una soterrada guerra de divisas, que Japón lleva años estancado, que la economía china ya no es lo que era, que el terrorismo global cada vez es más visible en Occidente? Han pasado muchas cosas en estos casi nueve años y sin embargo la economía mundial aun no está sana, algo que no nos debe sorprender pues la Gran Depresión de 1929 no se dio por superada hasta bien entrada la Segunda Guerra Mundial.

En primavera y verano de 2007, los bancos dejaron de prestarse entre sí y el 9 de agosto todo el sistema financiero mundial estuvo al borde del colapso porque ya nadie prestaba a nadie. Las lecciones de la crisis de 1929 sirvieron para entender que en ese momento había que regar el mundo con liquidez extra para evitar un colapso equivalente al de casi un siglo antes. Desde hace casi nueve años, los bancos centrales aplican las medidas que les son propias, las monetarias; primero, bajando los tipos de interés y, luego, desplegando medidas no convencionales; primero, aceptando activos de peor calidad a la habitual (Qualitative easing) y, luego, directamente imprimiendo billetes (Quantitative easing). Se han practicado con intensidad en Estados Unidos, en Japón y en la zona euro, pero solo en Estados Unidos se han demostrado relativamente útiles, probablemente porque se aplicaron en una fase temprana de la crisis. En Europa, sin duda, las medidas no ortodoxas comenzaron tarde y, aunque ahora sobra liquidez, la economía sigue débil. Hacen falta medidas de otro tipo para estimular la economía, fundamentalmente fiscales.

Las inyecciones de liquidez han venido muy bien a la economía financiera, pero a la real parece que le han venido menos bien por la obsesión de los gobiernos de la zona euro de priorizar la reducción del déficit, incrementando impuestos y reduciendo el gasto. Sorber y soplar a la vez no es sencillo y parece que esta vez tampoco se ha logrado. El crecimiento se ha fiado a la exportación, asumiendo que un euro débil aprovecharía el consumo y la inversión de alguna parte del mundo. Pero quienes diseñan las políticas económicas parece que se olvidan de que el mundo en el que vivimos es global y todas las monedas ahora son débiles, de que además hay pocos lugares en crecimiento, solo los emergentes, que por vender sus productos en los países desarrollados están también frenándose. No está claro si estamos en un círculo vicioso, en uno virtuoso que no comienza a rodar o simplemente en una cosa que ni siquiera tiene forma de círculo.

Lo que parece innegable es que la economía financiera se ha distanciado de la real. El dinero sobra en el mundo financiero pues no fluye a la economía real todo lo que se toma prestado, sino que se devuelve al BCE, algo que desde luego no es lo buscado por quienes diseñaron las medidas actuales. Por eso, el BCE cobra por el dinero que le prestan los bancos, algo contraintuitivo. Keynes ya describió un fenómeno similar, la trampa de liquidez, un momento en el que por más dinero que se inyecte al sistema este no corre. Y aunque no hay medidas keynesianas, es decir de gasto público, que completen su modelo, es innegable que el dinero está estancado, no circula y eso provoca que los grandes actores financieros, los gestores de fondos, lo muevan de vez en cuando provocando alguna que otra ola en un charco que crece a pasos agigantados.

Probablemente este exceso de liquidez es lo que explique los vaivenes de las bolsas ante cualquier hecho aislado, como la caída del precio del petróleo o el desencanto con el crecimiento chino. Quienes manejan grandes cantidades de dinero se mueven de un lado a otro, generando volatilidades y sustos, cuando no disgustos, a los inversores minoristas.

No es sencillo predecir cuándo y cómo saldremos de esta situación porque no hay precedentes históricos, pero los indicadores son como poco raros. La mayoría de las economías desarrolladas tienen una deuda pública que ronda, cuando no supera, el 100% de su PIB y los balances de los bancos centrales de Europa, Estados Unidos y Japón primero perdieron la calidad de los activos que los componían y ahora se han multiplicado por dos o tres veces desde antes de la crisis. Hay mucho, muchísimo dinero estancado, sin movimiento ni retribución. Puede haber una salida nada ortodoxa, los bancos centrales acordarían entre ellos hacer desaparecer parte de la deuda que tienen en sus balances; es decir, asumir una quita ordenada de bonos soberanos de primera categoría, siendo los bancos centrales los únicos perjudicados. En el fondo, ellos han creado el dinero, ellos lo pueden destruir. También podría llegar a descontrolarse la masa monetaria y tendríamos un lío en forma de desequilibrios monetarios y alta inflación entre otros síntomas. Lo que no es previsible es una salida ordenada ortodoxa porque el sistema ya se encuentra en una situación excepcional? O a lo mejor simplemente nos acostumbramos a convivir con lo excepcional y seguimos así por tiempo indefinido.

Pero, pase lo que pase con la economía financiera (que seguro nos afecta, y no solo en nuestros ahorros), hay que centrarse en la economía real. Únicamente Estados Unidos ha salido de verdad de la crisis, de hecho lleva un ciclo de bonanza largo y más pronto que tarde ya le toca recaer. Europa ha dado pasos para adelante, pero también hacia atrás, con crecimientos raquíticos, tal vez por la obsesión por la austeridad; la economía japonesa está zombi desde hace años y la de los emergentes se frena porque los desarrollados no tiran y las materias primas se abaratan. El mundo no puede afrontar con garantías otra crisis por lo que algo hay que hacer. Si los dirigentes de las principales economías se reunieron en octubre de 2007 para coordinar esfuerzos tras haber evitados los bancos centrales el colapso del sistema financiero en el agosto previo, deberían hacerlo ahora de nuevo pues la munición de los bancos centrales ya es insuficiente. El BCE puede bajar más los tipos, pagar porque se coja el dinero, pero si este no llega a la economía real nunca saldremos del bache y, además, con la actual curva de tipos se está cargando la rentabilidad de la banca a quien sin embargo quiere y debe proteger porque es vital para el funcionamiento del sistema. La munición monetarista, tanto la ortodoxa como la heterodoxa, se ha terminado; es hora de los estímulos fiscales, es decir, de bajar los impuestos y de incrementar el gasto público, productivo, ordenado y sin corrupción, eso sí. Y si crece la deuda pública, los bancos centrales pueden hacerla desaparecer de manera coordinada.