Batzokis y calumnias
EL primer lugar de encuentro al que llamé “batzoki” se encontraba en la que hoy es calle Kareaga Goikoa, frente a Los burros, una escultura que pretendía rendir tributo a Dos Caminos -Bidebieta-, el toponímico que había dado lugar a la aglomeración urbana que posteriormente se sumó al municipio de San Miguel de Basauri, desgajada de la anteiglesia de Arrigorriaga, y que nunca llegó a tener silla propia en la Junta General de Gernika.
Los burros representan en hormigón la imagen de una diligencia, método antiguo de transporte vinculado al camino del señorío, ruta entre Bilbao y la meseta que bordeaba el Nervión, ascendía por Orduña y recalaba en Castilla a través del desfiladero de Pancorbo.
Allí, frente a aquel mamotreto al que llamábamos Los burros, estaba el primer batzoki que conocí. Era un local amplio. Majestuoso. De dos plantas más bajera a modo de taller. Pertenecía a un veterano militante nacionalista, Goikoetxea, que lo había cedido al Partido Nacionalista Vasco -todavía clandestino- para que lo utilizara como punto de encuentro de afiliados y simpatizantes. En aquel inmueble, tras las primeras elecciones democráticas (1977) recuerdo haber celebrado las primeras asambleas. Allí, en la segunda planta, me dieron mi primer carnet. Y en la planta baja, en el mismo lugar que se impartían clases de euskal dantza, donde se instruía a tocar el txistu, se organizaba la infraestructura de combate. En ese local se preparaban los carteles, las pinturas y demás herramientas de campaña proselitista.
Gracias a Goiko, aquel benemérito abertzale que se jugó parte de su patrimonio, de su seguridad y la de su familia ante el búnker gubernativo franquista, el PNV salió de las catacumbas en Basauri.
Pero aquello no era plan. Una organización política no podía fiar su porvenir a la bienintencionada acción de uno de sus militantes. Pronto, miembros de la Junta Municipal echaron la vista a un amplio local en desuso. Mucho más céntrico. Junto a la plaza del mercado y la estación ferroviaria. Constituidos en asociación cultural, los nacionalistas de Basauri negociamos la compra del inmueble. Se formalizó un crédito -por entonces elevadísimo- con una cooperativa de crédito perteneciente al sector financiero. Crédito hipotecario contra avales de los socios de la agrupación cultural basauritarra (los afiliados-afiliadas del PNV).
Para su habilitación, trabajamos todos. Unos más que otros. Picamos las paredes, levantamos los suelos, alicatamos, pintamos, modificamos el sistema eléctrico? Una obra comunitaria que nos llevó, en otoño de 1978, a inaugurar un nuevo y flamante batzoki en Basauri. Para entonces, éramos ya más de 500 afiliados. El local disponía de una doble estructura de uso. La pública, fundamental para el mantenimiento de la sede, comprometía un amplio bar, con entrada y salida abierta al público en general. Y en el ámbito privado estaban las oficinas en las que el partido celebraba sus juntas municipales y establecía su archivo y contingencia de propaganda.
La explotación del bar -una de las funciones básicas del batzoki era abrir el PNV a la sociedad- estuvo gestionada, durante un largo tiempo por los propios afiliados. Mujeres y hombres comprometían su tiempo y su dedicación a sacar adelante aquella empresa. Era una cuestión de patriotismo. Había que pagar la inversión realizada y quien más quien menos arrimó el hombro sirviendo txikitos, haciendo tortillas, limpiando el local y sacando cuatro duros con los que hacer frente al débito contraído. No fue tarea sencilla ni grata. Al margen de las obligaciones laborales, durante largos meses, los nacionalistas de Basauri nos comprometimos mediante cuadrillas a sacar adelante aquel proyecto. La fatiga del trabajo mancomunado llegó tras largos meses de desinteresada participación de quienes nos sentíamos concernidos con aquella casa. Y ante el porvenir incierto de que el grupo de voluntarios, cada vez menor, se resintiera, de común acuerdo tomamos la decisión de contratar la gestión del bar a un tercero a cambio de una renta de explotación. El modelo funcionó -funciona hasta nuestros días- y en breve plazo, antes de lo establecido, el PNV de Basauri pagó su crédito hasta la última chiquita. Sin quitas ni condonaciones. El local estaba amortizado.
Este esquema se repitió pueblo a pueblo, territorio a territorio. En muchos municipios, los franquistas habían requisado, tras la guerra, los inmuebles pertenecientes al PNV. Habían expoliado decenas de batzokis y sedes nacionalistas para ser utilizadas por el régimen y sus parásitos sociales. Llegada “la democracia”, el Partido Nacionalista Vasco pleiteó para su recuperación. Allá donde se pudo, los inmuebles fueron ocupados, pero su titularidad no fue restituida hasta años después, tras una pugna jurídica insoportable en la que el Estado y sus gobiernos se resistieron miserablemente a devolver lo que en justicia no era sino un botín de guerra.
Tras 119 años de historia, y con las dificultades propias de cada coyuntura, el PNV ostenta una red de sedes, de puntos de encuentro, de batzokis, que evidencia el arraigo social de su militancia al territorio próximo. 119 años trabajando para tener un txoko, una casa de reunión, en la que los nacionalistas desarrollan su actividad. Batzokis construidos con el esfuerzo, con la aportación económica, con las garantías personales y familiares, y cómo no, con el trabajo de miles y miles de militantes.
El patrimonio podría ser mayor. Si el expolio y el robo franquista no se hubiesen producido, el balance a favor del PNV sería superior. Y todo ello con una gestión honesta. Sin comisiones ilegales de por medio, ni prebendas, ni sobres bajo manga, ni corrupción que empañara el balance.
Cuento todo esto para responder al secretario de libertades democráticas del PP, Iñaki Oyarzábal, quien por segundo verano consecutivo ha tenido la poca vergüenza de cuestionar, sin una prueba que lo acredite, la limpieza, la legalidad y la honestidad de los nacionalistas vascos a la hora de financiar los batzokis. Oyarzábal ha seguido la estela de su sucesora en el cargo de secretaria popular en Euskadi, Nerea Llanos, quien en un ejercicio cobarde utilizó la fórmula potencial del verbo poder -“podría haber”- para señalar indecentemente al PNV en casos de corrupción que ni presentó, probó ni denunció ante el juzgado de guardia. Calumnia, que algo queda.
A ellos les han seguido, como papanatas idiotizados, tertulianos de baja consistencia, lengua larga y nulo contraste y hasta algún senador socialista que ya cesó como concejal bilbaino por su escasa credibilidad y dedicación al cargo.
Contestar con el “tú más” sería sencillo pero contraproducente. Sobre todo cuando no se necesita del reproche para hacer resplandecer la verdad. Quien quiera saber de los balances económicos del PNV, este partido tiene publicados en su página web los últimos auditados por el Tribunal de Cuentas del Estado, órgano poco sospechoso de ser filonacionalista. Los ingresos y gastos de los últimos ejercicios también verán la publicidad una vez sean oficialmente fiscalizados. Como ordena la ley. Porque el PNV no tiene nada que ocultar.
Cuando en cualquier actividad humana, y la política lo es, se practica la calumnia o la injuria para desacreditar al adversario, la relación normalizada se rompe y solo se recupera recobrada la confianza. El PP vasco tendrá que probar lo que dice. Y si no puede, porque no es cierto, deberá rectificar sus graves acusaciones. Solo así, el PNV volverá a tenerle en consideración. Porque lo que sus representantes han hecho no es cuestionar la honestidad y limpieza de una siglas, que también. Su gravísimas menciones veraniegas han puesto en entredicho la honorabilidad de miles de afiliados y afiliadas a los que han acusado de prácticas ilegales. Unos afiliados que harían bien en unir sus firmas para exigir una compensación judicial de quienes, por un miserable titular de periódico o por una gracia de tertulia televisiva les han vinculado a la corrupción política.