NOS dicen que hay síntomas de que vamos a salir de la crisis. No me muestro muy optimista, al menos, de que salgamos de forma más o menos sólida, duradera y permanente.
La razón principal consiste en que quienes nos dicen cómo tenemos que salir de la crisis son los mismos que nos metieron en ella. Si nos dejamos engañar de nuevo, querrá decir que no hemos aprendido la lección y nos mereceremos lo que nos venga.
La sociedad en que vivimos, al menos según los datos que se publicaron, estaba consumiendo demasiado. Señalaban las informaciones que si todo el mundo viviera al ritmo de los Estados Unidos de América, harían falta 7 planetas Tierra para producir todo lo necesario. Si los datos se referían a la Comunidad Autónoma de Euskadi serían necesarios 3,5 planetas Tierra. Indudablemente ese ritmo de consumo solo ha sido posible porque mientras nosotros teníamos mucho, otros no tenían lo necesario.
Quienes elaboran los datos señalan también que si una persona tiene para comer todos los días y un techo para guarecerse (no se exige que sea de su propiedad), se encuentra en el primer cuartil, es decir, en el 25%, de renta más elevada.
Es indudable que yo no quiero esa sociedad. Pienso que muchos de los ciudadanos de nuestra sociedad tampoco. Creo que somos muchos los que queremos una sociedad libre, solidaria, igualitaria, con un desarrollo sostenible que nos permita legar a nuestros sucesores un planeta, al menos, tan habitable como el que hemos recibido nosotros. Eso es lo que decimos cuando hablamos. Cuando tenemos que pasar a los hechos quizás flojeemos algo.
Nos han convertido en hedonistas y egoístas. Han aprovechado la tendencia del ser humano a querer más (siempre queremos más, y más y más, y mucho más, dice la canción Navarra), para convencernos de necesidades falsas. Necesidades falsas que abarcan al vestido, ocio, medicinas, vivienda y todas las facetas de la vida. Nos han convencido de que necesitamos lo que ellos nos quieren vender por su interés. Eso disparaba el consumo, el empleo y los beneficios de los productores y empresas financieras. Es cierto que como los trabajadores no llegábamos al nivel de gastos necesario para hacer frente a ese consumo inducido, teníamos que acudir al crédito, nos teníamos que endeudar.
Con los poderes públicos pasaba lo mismo. Por una parte tenían que hacer obras, cuanto más grandiosas mejor, para que el nombre del impulsor quedara para la posterioridad. No tenían en cuenta que su gasto suponía una reducción de las disponibilidades para el futuro ya que tenían que amortizar el préstamo añadiendo los intereses y los costes de mantenimiento en uso de las instalaciones. Había alguna excepción de gastos necesarios y rentables social y económicamente. Pero recordemos. ¿Qué relación hay entre el presupuesto de obras y la liquidación final? ¿Qué relación hay entre los servicios que va a prestar y los que presta?
Ahora para la salida de la crisis nos proponen lo mismo: más obras, más crédito, más deudas.
Debemos tener en cuenta que el crédito supone gastar hoy lo que vamos a ganar mañana. Por lo tanto, su utilización debe ser muy meditada y debe tener en cuenta, por una parte, la necesidad de aquello en que vamos a invertir y, por otra, la generación necesaria de recursos futuros para atender a las obligaciones derivadas del préstamo en sí, sus intereses y del mantenimiento en uso del objeto del crédito.
Tenemos responsabilidades con las generaciones futuras, no las podemos dejar endeudadas. No podemos dejar a las generaciones futuras un planeta esquilmado. Este comentario es válido no solo para las instituciones públicas, sino también para las personas privadas y las empresas.
Si queremos un mundo con un desarrollo sostenible, un mundo habitable por nuestros hijos y nietos, debemos ser responsables en el consumo. El ritmo del consumo debe ser menor o igual que la capacidad de regeneración del planeta Tierra. El crédito al consumo, admitiendo el riesgo de error cuando se habla en términos absolutos, no debe existir.
Sabiendo que los ejemplos siempre suelen ser criticables por no ser completos, voy a presentar uno: el petróleo. La generación del petróleo fue larga; fueron necesarios miles de años para que se generaran las bolsas de petróleo que existieron. Hoy en día escasea, se encarece, y se prevé que en pocos años estará agotado. En poco más de 100 años hemos agotado lo que tardó más de mil en generarse. No hagamos lo mismo con otras riquezas que tenemos.
¿Cuál ha sido la causa? Un uso irracional, irresponsable por no medir las consecuencias futuras en el consumo del petróleo y sus derivados. Ahora sufrimos las consecuencias ecológicas de su mal uso, ahora sufrimos guerras, disfrazadas de defensa de la democracia y otras cosas bonitas, que tienen como objetivo real controlar las fuentes de producción y distribución del petróleo y otras fuentes energéticas.
Es cierto que el desarrollo sostenible va a suponer una reducción del nivel de vida que tenemos. Si como señalaba antes los americanos viven 7 veces por encima de lo que el planeta Tierra puede producir, tendrán que reducir a la séptima parte su consumo. Y de forma semejante todos los que consumimos más de lo que el planeta puede producir (sin agotarlo). Como contrapartida habrá otros muchos que no teniendo ahora lo necesario, podrán ver mejorado su nivel de vida.
El problema es el egoísmo. Cuando una desgracia afecta a una parte del mundo, suelen darse movimientos de solidaridad importantes. Se envía alimentos, dinero, vestidos, etc., para ayudar. Pero no tiene continuidad.
Hace poco leía en Le Monde un artículo en el que se comentaba la diferencia de plazo de caducidad que tenían algunos productos según estuvieran destinados a su venta en territorio continental o en ultramar. ¿Por qué esa diferencia? ¿Hay ciudadanos de primera y de segunda? Si es suficiente el margen de seguridad para los territorios de ultramar ¿por qué no lo emplean en el territorio continental? ¿Cuántos productos se desechan por esta diferencia de fechas de caducidad o "consumir antes de..."?
Si queremos un mundo mejor, un mundo más justo, un mundo más igualitario, si queremos dejar un mundo mejor a nuestros hijos, tenemos que esforzarnos, tenemos que adecuar nuestro consumo global a las posibilidades del momento. No podemos estar pensando en lo que nos conviene a cada uno de nosotros y olvidar las consecuencias de ello. Tenemos que pensar en lo que conviene a la humanidad y a nuestra generación y futuras generaciones.
Si queremos un mundo solidario, un mundo más igualitario, tenemos que compartir trabajo y recursos, no podemos acaparar en nuestro beneficio ni en el de nuestra generación.