Arquitectura y energía
MARCO Vitruvio escribió en sus X Libros de Arquitectura, en el año 25 a.C., que "los edificios particulares estarán bien dispuestos si desde el principio se han tenido en cuenta la orientación y el clima...". Ahora, dos mil años después, seguimos en ello.
Los primeros indicios documentados de preocupación por la relación entre los entornos naturales y la arquitectura, así como sus recomendaciones sobre el emplazamiento, la orientación, la iluminación natural? aparecen con Vitruvio, basados en planteamientos siempre centrados en el hombre, en la medida en que se veía la naturaleza como un recurso para satisfacer las necesidades humanas, fundamental como punto de partida para poder establecer las condiciones de habitabilidad.
Y así fue hasta finales del siglo XIX, con la creación de las grandes ciudades y las condiciones extremas de insalubridad, y la llegada del movimiento moderno que, a pesar de su defensa por el papel social de la arquitectura y el urbanismo, empezó a confiar cada vez más en los desarrollos tecnológicos, a homogeneizar la arquitectura y a apartarla de las condiciones de la naturaleza, abandonando los conceptos bioclimáticos de relación de la vida y el hombre (bio) con el clima, aspectos intrínsecos a la propia arquitectura durante siglos.
En estos años las palabras de los propios arquitectos pioneros del movimiento moderno ya eran premonitorias, como las de Walter Gropius, arquitecto fundador de la Bauhaus en 1919, "la arquitectura comienza donde termina la ingeniería".
A pesar de los incipientes desarrollos de los años 50 sobre fuentes de energía que pudieran remplazar algún día a los combustibles fósiles, fueron los últimos años 60 los que empezaron a poner de manifiesto una pérdida de la confianza en la ciencia y el progreso tecnológico. La crisis del petróleo originó una ola de investigación sobre las fuentes de energía no fósiles. El término ecológico comenzó a emplearse y se inició una etapa de concienciación sobre la fragilidad de nuestro planeta.
En esta corriente en el año 1969 el arquitecto americano Richard Buckminster Fuller publica su Manual de funcionamiento de la nave espacial Tierra. "Todos somos astronautas" gobernando la Tierra, nave en el espacio con una cantidad finita de recursos, y que no puede ser reabastecida, con el sol como nuestro proveedor de energía. Son los años de la primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano, celebrada en Estocolmo en junio de 1972, considerada como la primera de las cumbres de la Tierra.
A pesar del repentino auge de los años 80, que devolvía la fe en el desarrollo económico y técnico, y de que el bienestar material volvía a ser el máximo objetivo del ser humano, la ecología se había ganado una presencia significativa en los medios y sus preocupaciones empezaban a ser compartidas. En 1992 líderes de más de 170 países se reunieron en Río de Janeiro y se acuñó el término sostenibilidad: la salud de la naturaleza pasaba a ser considerada como esencial para el bienestar y supervivencia de la humanidad.
En Europa esta preocupación era patente y solo un año después de la Cumbre de Río se aprobó la directiva SAVE, que ya hablaba de eficiencia y certificación energética. Y desde allí las directivas europeas aprobadas hasta la fecha son numerosas, con objetivos ambiciosos: para finales de 2020 todos los edificios nuevos deben ser edificios de consumo de energía casi nulo, adelantándose a finales de 2018 para edificios públicos.
España refleja en este tema su incorporación tardía a la Comunidad Europea y veinte años después se acaba de aprobar el Real Decreto 235/2013 sobre certificación de la eficiencia energética de los edificios, que incorpora los edificios existentes a la certificación energética de los edificios nuevos en vigor desde 2007, con el Código Técnico de Edificación (CTE). Este decreto obliga, desde el 1 de junio pasado, a certificar energéticamente todos los inmuebles que se vendan o alquilen y se sumará al Informe de Evaluación de los Edificios (IEE), actualmente en estudio en Navarra, que obligará a certificar también todos los edificios con más de 50 años. Todas estas normativas no deben verse como una imposición, sino como una gran oportunidad de actuación, buscando el equilibrio entre los tres aspectos que se deben integrar en la sostenibilidad: ambientales, económicos y sociales.
Y en este camino la arquitectura sigue teniendo mucho que decir. Por mucho que otros técnicos estén capacitados para colaborar en la eficiencia energética participando en el desarrollo de proyectos, como siempre han hecho, -pero nunca desarrollándolos en exclusiva, como pretende la LCSP (Ley de Colegios y Servicios Profesionales)-, realmente somos los arquitectos los únicos que siempre hemos participado en todo el proceso edificatorio: desde el tirador a la ciudad, utilizando las mismas palabras de Mies Van Der Rohe, último director de la Bauhaus, cuando se refería al ámbito que abarcaba su oficio: la arquitectura.