DESDE que se conoció la voluntad del Gobierno de la nación de iniciar un proceso de desregularización de algunas profesiones a través de la llamada Ley de Servicios Profesionales, son variadas las voces que se han dejado oír en representación de las distintas profesiones afectadas, pronunciándose en un sentido u otro. En lo que respecta a la de Arquitectura, tanto el Consejo Superior de Arquitectos, como los distintos Colegios de Arquitectos de todas las Comunidades Autónomas han denunciado los errores de apreciación que inspiran la iniciativa gubernamental y los muchos perjuicios que se derivarían no sólo para el sector afectado, sino para el conjunto de la sociedad.
De manera sintética, y por lo que se conoce de la ley, en lo que hace al sector de la edificación que nos ocupa se trataría de desbordar el marco de la Ley de Ordenación de la Edificación (LOE), actualmente vigente y fruto de un consenso que costó casi diez años alcanzar entre las partes afectadas, en la que se delimitan los espacios de actividad propios -las atribuciones profesionales- de cada una de las profesiones que operan en el ámbito de la edificación, arquitectos, arquitectos técnicos, ingenieros e ingenieros técnicos. Cabe recordar que la aprobación de la LOE supuso un hito de consenso en nuestra democracia, al aprobarse por el 95% de los diputados del Congreso y por el 100% de los miembros del Senado.
Lo que impulsa esta ley es el afán liberalizador que quiere exhibir el Gobierno frente a los requerimientos hechos desde la Unión Europea y su punto de partida en lo que atañe a la edificación es el sofisma de que todo aquel profesional que tiene algún tipo de competencia en edificación puede muy bien asumir cualquier otra. En definitiva y para decirlo de una forma clara, que la Arquitectura puede ser tanto competencia de ingenieros, de cualquier tipo de ingenieros, como de arquitectos.
Como consecuencia de esta declaración de intenciones se ha producido un conato de enfrentamiento entre las dos profesiones. No creemos que este sea el camino para evaluar la pertinencia o no de la referida ley. Existen otros argumentos para desestimarla que no necesitan entrar en el juego de descalificaciones. Señalamos a continuación algunos que nos parecen relevantes.
En primer lugar nos referimos a lo innecesario de la ley. En lo que respecta al conflicto de competencias, señalaremos que este es prácticamente inexistente. Desde la aprobación de la LOE, la litigiosidad sobre esta cuestión ha desaparecido; arquitectos e ingenieros trabajan en común en el sector de la edificación, en ámbitos de acción tanto compartidos como específicos, en una labor complementaria que resulta plenamente satisfactoria y enriquecedora. La edificación hoy es un hecho complejo y ambas profesiones encuentran en ella amplios espacios de desarrollo.
El posible abaratamiento de costes que se esgrime como otra de las bondades de la iniciativa no se ve por ningún sitio; tanto una como otra son profesiones perfectamente liberalizadas y el sector de la construcción está atravesando una crisis todavía mayor que el resto de los sectores, por lo que pensar que en la actualidad existe algún espacio para una mayor disminución de honorarios profesionales significa no conocer la realidad por la que están atravesando unos y otros profesionales y significa quebrantar la confianza legítima que deben tener los ciudadanos en que sus legisladores no cambien arbitrariamente sus modos y expectativas de vida y de desarrollo de su ejercicio profesional.
Tampoco existe una exigencia por parte de la Unión Europea. Todos los países de nuestro entorno disponen en su ordenamiento jurídico de regulaciones más o menos similares a las vigentes en España y no parece que haya pretensiones de modificarlas y menos de eliminarlas. Todavía más, la de arquitecto, como la de médico, es una profesión que cuenta con una Directiva Específica de la Unión Europea, en la que se establecen las condiciones que debe reunir la formación para su ejercicio. Esta directiva es la que ha guiado la reciente elaboración de los nuevos planes de estudio en el proceso popularmente conocido como adaptación al Plan Bolonia.
Y aquí llegamos a un aspecto clave en este debate, el de la formación. La carrera de arquitectura cuenta con una tradición de siglos que ha ido decantado y poniendo al día las competencias necesarias para su ejercicio específico en el momento actual; las carreras de ingeniería solo comparten una parte de esta formación específica y es variable según las distintas especialidades. Independientemente del prestigio de los arquitectos, de su calidad individual, la formación que han recibido loa arquitectos, les convierte en los profesionales mejor preparados para el ejercicio de la arquitectura; en primer lugar técnicamente, solo algunas especialidades de ingeniería alcanzan un mayor grado de formación en estructuras o instalaciones -y por ahí han encontrado acomodo sin problemas en el sector- y, en general, la formación específica en construcción es mucho mayor en la carrera de arquitectura.
Pero es que, además, los estudios de arquitectura dedican una buena parte de su currículo a la educación y al aprendizaje del arte proyectar los edificios que configuran nuestras ciudades y nuestro pueblos, contemplando dichos estudios formativos materias imprescindibles como los proyectos arquitectónicos, el urbanismo, la historia de la arquitectura, la composición, el dibujo en todas sus especialidades, etc. Despreciar o ignorar esta peculiaridad formativa, necesaria para el buen ejercicio de la arquitectura significa eliminar su propio concepto y reducirlo, en el mejor de los casos, a la pura construcción. Significa atentar contra una tradición brillante, la de la arquitectura española, en estos momentos una de las más prestigiosas del mundo, y significa abandonar los espacios de vida y hábitat (edificios, paisajes, tejido urbano, ciudades?) al más puro mercantilismo. Asumir tan grave responsabilidad solo para añadir una muesca al listado de reformas, no hace sino retratar la ofuscación de aquellos que están impulsando este proyecto.
Arquitectura e ingeniería son profesiones complementarias y no coincidentes. Solo queremos seguir trabajando por unos espacios urbanos que faciliten la comunicación y las distintas prácticas sociales y culturales entre los ciudadanos. Por eso decimos sí a la arquitectura.