EL 25 de julio de 1512 Nabarra perdió la soberanía, prenda de alto valor como recitó el paloteado de Monteagudo de finales del siglo XIX, derrotada por la superioridad militar de un ejército invasor y avezado en los combates de Italia y Granada, con sus casi veinte mil hombres bien pertrechados a las órdenes del duque de Alba. Desfilaron por la Burunda y entraron en Iruña y, a los pocos días, Fernando de Aragón arrebató para sí la corona a sus reyes legítimos.

Tras varias tentativas, en 1521, nueve años después, Enrique de Albret, hijo de Catalina, la última reina de las dos Nabarras, queriendo doblar la página de la historia, al frente de un ejército combinado compuesto de unos doce mil peones, ochocientas lanzas y treinta nueve piezas de artillería, intenta recobrar y recuperan la parte sur del reino. Se levantan a su llamamiento Iruña, Lizarra, Tafalla y Tudela, pero son finalmente vencidos por las tropas castellanas, superiores en número y armamento, aquella tarde del 30 de junio. Cinco mil hombres murieron en las salinas de Noain.

Castilla y Aragón, unidas sus coronas y conformada la unidad peninsular, con el bagaje extraordinario de las Indias descubiertas por Colón en 1492, añadidas a las posesiones de Flandes e Italia, formaron un imperio que abarcaba tierras más allá de Europa, del Océano Atlántico y en el Pacífico, en el que no se ponía el sol, enorme en población, diversidad cultural, idiomática y riquezas. Pese a esa asombrosa dimensión y desbordado peculio, el Imperio español sufrió varias bancarrotas debido a su desastrosa gestión.

Como un preámbulo, Carlos V hubo de arrendar, por deudas derivadas de su nombramiento como emperador, a los Welser y Funger, banqueros y financieros de Augsburgo, una provincia de su imperio, Venezuela. Sus indios goajiros vivían en palafitos en el lago de Maracaibo, sobre aguas pestilentes. Era petróleo y lo desdeñaron en aquel tiempo. El futuro Dorado negro de la entonces paupérrima Tierra de Gracia.

Los alemanes, también trastornados por la idea de encontrar el mítico Dorado, no fundaron ciudades por descubrir las de oro, ni catequizaron indios en su afán de esclavizarlos. Tras años de desastre, reconocieron su bancarrota y se retiraron. Otra contratación de Venezuela, debido a la precariedad económica endémica del imperio, fue en el siglo XVIII, concedida a la Compañía Guipuzcoana de Caracas que la transformó, gracias al comercio del cacao y la caña de azúcar, en una capitanía general próspera y cuna de independencia, a principios del XIX.

Nabarra, entre tanto, conservaba sus fueros, medida de autogobierno, pues el Imperio español prestó atención al oeste, hasta que en 1841, tras la I Guerra Carlista, en la que, perdida América por sus gestas independentistas, se resuelve a golpe militar la unidad peninsular centralista que ha de privar estos dos siglos. Protesta Nabarra por sus fueros en la Gamazada, 1893, activo movimiento popular, y así continúan las cosas, concierto tras concierto económico, tratando de salvaguardar y gestionar las arcas forales.

?Los Fueros no son gracias ni privilegios hechos por los señores reyes como a vasallos, sino fueros, usos y costumbres observadas como en república libre desde sus principios? antes que señores tuvo sus costumbres y leyes? afirmaron los hombres de la Rebelión de la Sal, en Bizkaia, en 1631. En el juramento de los Reyes de Nabarra ante las Cortes quedaba implícito que todos los nabarros valían más que su rey o reina. Los infanzones de Obanos estamparon para la historia su lema de hombres libres en patria libre, admirable en la Europa del siglo XIII.

Hoy, con un panorama social, económico y político desolador, se remueve el asunto del Concierto, como si con ello pudieran solucionarse los problemas de un Estado en bancarrota, con sus dos partidos relevantes sumergidos en escandalosas corruptelas. Mientras afirman la unidad centralista de España como fórmula mágica, o la de una Nabarra aislada de su contexto vascón, han dejado caer en el precipicio de la desdicha a sus conciudadanos, sin ápice de pudor, que ya tienen esos pocos suficiente fortuna en paraísos fiscales, tan alejados del ideario de centralismo político que predican.

Nuestro momento histórico puede introducirse en este contexto de exasperación política. Todos mal, salvo algunos, acorazados los gobernantes de Nabarra en la barrera del poder, sin importarles destruir la imagen de decoro de nuestra milenaria comunidad, ni admitir ser juzgados donde se cometió el más que grave delito económico de que se les acusa. Si es que el político no fue peor aún.

Disertaba el viejo Cicerón en el Senado de Roma, marcando en uno de sus discursos que él solo obraba dentro del marco de la ley, no así Catilina, que estaba en el empeño de destruirlo y asesinarlo para lograr sus visionarias glorias: "¿Hasta cuándo Catilina abusarás de nuestra paciencia?".