LO que empezó como una insurrección contra la dictadura de Bashar Al-Assad dentro del contexto de las revueltas árabes, se ha convertido en una guerra civil entre las dos corrientes predominantes en el islam, la suní, en la que se encuentran los diversos grupos rebeldes, y la chií, formada por el ejército sirio, los grupos armados próximos al gobierno Shabiha y la milicia libanesa de Hezbolá.
Dentro de este juego de bandos, cada uno tiene apoyos dentro y fuera del mundo musulmán. Los suníes reciben su gran soporte en los países de la Península Arábiga, sobre todo, Arabia Saudí, también Pakistán y sectores de países como Túnez, Libia, Egipto y Turquía, en menor medida. Por su parte, el mundo chií tiene su centro neurálgico en Irán, controla el gobierno de Irak y el sur de Líbano a través de Hezbolá.
A nivel exterior, el bando suní posee hasta cierto punto el apoyo de Occidente, EE.UU. y Europa, mientras los chiís tienen como aliado a Oriente, Rusia y China. Al igual que en tiempos de la Guerra Fría, vemos cómo Occidente se enfrenta a Oriente por el mantenimiento de su influencia a nivel mundial, usando como campos de batalla los conflictos existentes en otros países, en función de lo que supone defender los intereses occidentales. De esta manera EE.UU. y Europa deciden apoyar a los suníes para contrarrestar la influencia china, rusa e iraní.
El problema reside en que al observar de cerca a los rebeldes sirios vemos cómo grupos vinculados a Al-Qaeda (Frente Al-Nusra) son los que llevan la voz cantante. Mientras los europeos gastamos millones de euros para combatir el terrorismo yihadista, la Unión Europea está entregando armas a estos yihadistas que ahora combaten en Siria contra el régimen de Al-Assad. Como ejemplo de esta paradoja tenemos a Mustafá Setmariam, ideólogo de Al-Qaeda y responsable del tercer atentado mas grave de la democracia española (Restaurante El Descanso) y que, probablemente, se encuentra combatiendo junto a los rebeldes sirios al mando de la brigada de los Mártires de Hama, a pesar de la reciente negativa del Gobierno español respecto a las informaciones sobre su liberación.
Ante la inminente ofensiva del régimen sirio contra el bastión rebelde de Alepo, Estados Unidos se ha apresurado en anunciar un aumento en la ayuda a la oposición y, por supuesto, nosotros, los europeos, también. Nuestros líderes políticos consideran más importantes los intereses geoestratégicos que la seguridad de sus ciudadanos, que son los que padecen los estragos de los atentados terroristas.
El caso español es especialmente sangrante, puesto que una gran porción de su territorio (la antigua Al Ándalus) es demandada por los visionarios del sufismo. Si los atentados del 11-M no sirvieron para abrirnos los ojos ante esa amenaza, no sé si posibles atentados futuros lo harán. EE.UU. ya decidió en la década de los ochenta financiar la yihad internacional para combatir a los soviéticos y todos sabemos cuáles han sido las consecuencias. No cometamos el mismo error. Por lo tanto, si Europa ha de apoyar a algún bando, debería ser a los grupos de laicos y musulmanes moderados que deseen instaurar gobiernos más afines al sistema político democrático. El triunfo de Hezbolá (chií) o Al-Nusra (suní) suponen el triunfo de la intolerancia religiosa y un obstáculo para el progreso y las futuras relaciones entre Europa y Siria.