CUÁL será el próximo gran invento capaz de crear empleo e inspirar la imaginación de los inversores? ¿La web 3.0? ¿La red semántica? ¿La internet de las cosas? ¿La nanotecnología? Recordando el destino sufrido por otras ideas en su tiempo revolucionarias, pero que quedaron en flor de un día, como por ejemplo la economía del hidrógeno, convendría no dejar que los sacerdotes del oráculo abusen otra vez de sustancias alcaloides. Los ejercicios de futurología no deben basarse en la imaginación y las ansias de notoriedad de unos cuantos gurús sino en indicios perceptibles, con potencial para el cambio y lo suficientemente extendidos para la formación de masa crítica. En estos momentos, el nuevo paradigma de moda lo constituye la denominada Internet industrial, es decir, la integración funcional de maquinaria e instalaciones productivas con una infraestructura de software, sensores y redes informáticas basadas en protocolos standard.

Desde 1970, la aplicación de principios modulares y abstracción ha permitido que la creación de programas informáticos esté al alcance de todo el mundo, incluso de empresarios de taller y simples aficionados. Se han elaborado soluciones de software para cualquier problema relacionado con la información: bases de datos, sistemas de reserva de billetes, realización de censos, tareas de contabilidad, gestión y marketing, buscadores de internet, redes sociales, etc. La Tercera Revolución Industrial supuso la incorporación de inteligencia, mediante circuitos integrados y microprocesadores, a gran parte de las máquinas y los productos que nos rodean. Una etapa posterior en este proceso evolutivo, tras la interconexión masiva de dispositivos en red que ya se está produciendo en nuestros días, consistiría en un traslado gradual de funciones de control desde componentes físicos a módulos de software que se ejecutan en servidores y realizan tareas de coordinación, vigilancia y optimización del rendimiento.

Uno de los primeros sectores propicios para el desarrollo de una Internet industrial es la aviación civil. Las aeronaves de línea tradicionales disponen de haces de cables y actuadores que comunican el tablero de mandos con cada uno de los elementos funcionales: motores, alerones, flaps, timón de cola, climatizadores, sistemas de a bordo, etc. En el nuevo Boeing 787 Dreamliner, que entró en servicio en 2011, todos los actuadores y bloques funcionales de la máquina están conectados a una red de datos interna que les permite compartir información y recibir órdenes de la cabina. Si este es un modelo característico para las aeronaves del futuro, algún día la misión del piloto podría quedar reducida a trazar rumbos y supervisar el funcionamiento del sistema. Todo lo demás quedaría en manos del software que controla y hace posible el diálogo de una jungla de sensores y módulos lógicos, a su vez conectados a los ordenadores de tierra, la torre de control, el plan de vuelos nacional y las redes del servicio meteorológico. Puede que haya quien lo vea como algo inquietante, pero ya hace tiempo que nuestro destino está en manos de las máquinas, sobre todo, cuando viajamos en avión. Lo único que hacemos es rematar la tuerca dándole otra vuelta. Además, los resultados merecen la pena: perfecta estabilidad en vuelo, mayor seguridad y confort del pasaje y, por supuesto, un importante ahorro de combustible, principal apartado del coste de las compañías aéreas.

El mismo esquema es aplicable a entornos industriales e infraestructuras: fabricación asistida por software en función no solo de los requerimientos de la máquina, sino también de datos procedentes en tiempo real de clientes, transportistas y proveedores o plantas de electricidad interconectadas que regulan el funcionamiento de sus turbinas con la información enviada desde el mismo hogar del consumidor a través de contadores inteligentes y que son capaces de desconectar automáticamente servicios no prioritarios para evitar picos de tensión, lo que permitiría reducir la capacidad generadora -actualmente sobredimensionada para atender el máximo puntual de consumo- y adaptarla a una demanda más plana, ahorrando inversiones de capital y combustibles fósiles. Asimismo, los objetivos de autosostenibilidad de la Unión Europea solo pueden alcanzarse a través de eso que llaman smart grid o red inteligente. El desarrollo de innovaciones como el coche eléctrico no solo requieren avances en la tecnología de carga rápida de baterías, sino también en los sistemas de gestión de la demanda que eviten la solicitud excesiva del sistema.

De aquí a pocos años, una máquina ya no será un complejo dispositivo provisto de controles y palancas frente al que un maestro tornero se pasa mañanas enteras haciendo ajustes antes de ponerlo en marcha. Se trataría, por el contrario, de un aparato algo más simple conectado mediante redes estandard al resto de los equipos de la planta y a un monitor desde el cual el operario selecciona un programa de trabajo y opciones básicas. Más o menos funcionaría como un servicio de internet. Y de hecho el control de procesos industriales se llevará a cabo a través de navegadores estandard como los que los internautas utilizan para leer las noticias o consultar su correo electrónico.

Para todos aquellos -y el ejemplo más próximo lo tenemos aquí mismo en Euskadi- que no contemplen la posibilidad de renunciar a su tejido industrial y se vean obligados a adaptarlo a las condiciones de un mercado globalizado, las implicaciones son considerables: disminución de los requisitos formativos de los operarios, una fabricación más simple de la maquinaria y los equipos y, sobre todo, la necesidad de concentrarse en el software como principal elemento de los procesos de producción y valor añadido en las empresas. Aunque no lo parezca, el esfuerzo en términos educativos será enorme. Por no hablar del desafío en cuanto a seguridad de datos, cambio cultural, exposición al riesgo de sabotajes cibernéticos y otros inconvenientes más que previsibles de este nuevo, inteligente e hiperconectado mundo industrial.

Gran Hermano no es, pese a lo que se pueda creer, el precio fáustico que la humanidad tiene que pagar por un hábitat organizado por las máquinas, más eficiente y confortable para el trabajador, sometido a perpetua vigilancia y quizá también desprovisto por completo de privacidad. En el centro de la Internet Industrial lo que hallaremos, de aquí a no muchos años, no es la voluntad de poder, sino un realismo político basado en consideraciones de rentabilidad y ahorro energético. A comienzos del siglo XXI la economía mundial está dominada por dos factores principales de producción: petróleo y software. El petróleo es un recurso agotable y tiene substitutos. Con el software sucede exactamente lo contrario.