HACE diez años, por estas fechas, comenzó la guerra de Irak. Cuando decíamos no a esa guerra desconocíamos que iba a haber cien mil personas muertas y un millón de personas desplazadas. Aunque quizá lo sigamos desconociendo, porque otros estudios consideran que estas cifras mucho más elevadas. Además? ¿Cómo podemos describir la situación de las personas heridas física o psicológicamente, que todavía siguen sufriendo las consecuencias de aquella tragedia? Es que las cifras, incluidas las de los billones de gastos ocasionados, tienen menos valor en sí que cada tragedia personal.

Cuando se mezclan el petróleo y el armamento debería quedarse espantado el mundo, pero no, sigue permaneciendo indiferente, atisbando nuevos horizontes para la rapiña. Se le llama guerra preventiva, o guerra asimétrica, pero los nombres ya no importan. ¿De qué sirve hacer estudios geo-estratégicos? Y aunque ya está todo dicho y hecho, podemos dejar caer, como cuchillos en la conciencia, retazos poéticos del canadiense Jean-François Poupart que, entre otras cosas, dice: "¿Cuántos Saint-Exupéry se necesitan para llenar Auschwitz? / El arte no cambia las cosas, pero el horror lo inspira / Los poetas de Irak están muertos o en prisión / el más cruel conservará la vida". Quienes alardeamos de conservar la vida "entre tanta sangre inodora", "mil veces nos lavamos las manos/, ponemos minas / y arrancamos lentamente el corazón".

Estos días se está destacando el hecho de que también soldados españoles han realizado torturas en Irak. Daba un poco de vergüenza cuando algo por el estilo sucedió con soldados norteamericanos e ingleses. Jamás se atreverá uno a minimizar le denuncia de torturas en Diwaniya o en Abu Ghraib. Pero no son más que episodios en una tempestad de crímenes inhumanos donde se mezclan la luz y las tinieblas. Hasta la palabra victoria suena a óxido, porque los temblores que se adentran en los uniformes de los soldados llamados vencedores, a tantos euros o dólares al mes, pueden hacen aflorar la miseria del alma humana en todos los bandos. ¿Solo hoy nos escandalizamos?

Ahora, en la posguerra, podemos pensar por qué el poeta iraquí Adnan Al-Sayeg dice: "En el autobús, su asiento es un ataúd temporal. / Cierra sus párpados hasta la última estación / sin que le despierte el ruido de este mundo". Y añade en El canto de Uruk: "Otra cosa no somos más que piedras de molino. / Si dais una vuelta por nuestra tierra, piedra por piedra, / por todas partes encontraréis nuestra sangre. / ¡Cuánto dolor hay en una nación en guerra!".

No leamos de nuevo, desde la mesa de cristal, las cifras que hablan de los billones de dólares gastados en tal presunta gesta. Hablemos de por qué los tambores de la guerra siempre se hacen con los girones de piel de las personas heridas, por qué razón los mensajes sobre la situación están llenos de lágrimas, y recordemos que la memoria en la cal viva del dolor solo resuena en las personas que lo viven, normalmente en silencio, ante el abandono general.

¡Qué frío es el pasto de la estadística! El caso es que ni siquiera en la posguerra ha terminado la guerra y cada día, como dice Jamal Juma: "Las heridas son líneas en el libro del dolor".

Aunque han terminado algunos capítulos, el libro no se cierra.