TAL como se manejó el período de sede vacante tras la muerte del carismático Juan Pablo II, no me sorprendió lo más mínimo que el cardenal Joseph Ratzinger fuera elegido Papa. Tampoco que optara por el nombre de Benedicto XVI. Por el contrario, y por aquello mismo, su renuncia ha sido una muy fuerte sorpresa. Sí. Y casi inmediatamente he calibrado tal acto de monumental valentía. Aunque no fuera más que por haber roto definitivamente el absurdo tabú de "Papa para toda la vida", Benedicto XVI pasará a la historia. Pero hay mucho más valor en su renuncia. Porque tampoco creo que haya en ella solo una cuestión de salud y el deseo de evitarse y evitarnos el penoso espectáculo de su predecesor que no podía con su alma -y menos aún con su cuerpo- en aquellos últimos y lastimosos, inhumanos, actos papales.
A raíz de su elección en 2005, acababa mi artículo en DEIA, 29 de abril, "confiando en el espíritu, 'que sopla donde quiere', para hacer verdad aquello de que 'para un cambio progresista nadie mejor que un conocido conservador". Ratzinger lo era y de los bravos. Lo avalaban los 25 años desde que en 1981 Juan Pablo II le pusiera al frente de la Congregación para la Fe -antiguo Oficio de la Inquisición-; cargo que desempeñó a conciencia de inquisidor.
Aquel brote de esperanza se agostó muy pronto. El espíritu no la secundó. Sopló por otros lares. De cambio, nada de nada. De cardenal había sido el apoyo firme de los actos más chocantes y duros de J. Pablo II y siguió su mismo camino involucionista, pero sin su carisma. Su larga y estricta actividad como guardián del gueto de su ortodoxia caló muy hondo en su fuerte personalidad, ahogando lo que pudiera subsistir en ella de su joven aspiración conciliar. Como teólogo, el Ratzinger de los grandes temas sistemáticos, Dios y Jesucristo, incluso el de su Introducción al Cristianismo (1968), -en Münster tuve ocasión de escuchar algunas de sus lecciones-, no fue mi favorito, ni mucho menos. Como Papa, lo mismo que J. Pablo II, me puso repetidas veces en la incómoda y dolorosa situación de tener que criticar actos y escritos del líder de una Iglesia a cuyo servicio has entregado tu vida. Como dijo un personaje ilustre, "amo a la Iglesia, pero amo más a la verdad", a lo que uno tiene por verdad.
Cuando los medios se hicieron eco durante varios días del solemne acto de Benedicto XVI en Ratisbona (Regensburg), en la que considera su universidad, critiqué su polémico discurso, sobre todo por algo teológicamente más importante que la acusación de violencia al Islam, por inoportuna y grave que esta pudo ser. Varias de sus solemnes alocuciones en América, África y Europa no fueron muy afortunadas. En estos casi ocho años desde aquel 2005, el pontificado y la persona de Benedicto XVI, dentro del continuismo indicado, presentan marcas muy diversas. En relación con las demás religiones, solo el rabinato, que yo sepa, se ha mostrado agradecido a la apertura del Pontífice: "El trato más fluido que nunca entre cristianismo y judaísmo". En el ecumenismo cristiano, nada especial.
Los gestos más involucionistas han sido quizá en relación con los lefebrianos. En modo alguno soy amigo de excomuniones, pero ¿aceptaron en realidad, no de palabra y en general, sino de hecho, en su contenido concreto, el Concilio Vaticano II? Aunque plantear esta pregunta exige la previa: ¿está de hecho vigente el C. V. II en la vida de la Iglesia y del propio Vaticano? ¿No es precisamente lo que se hubiera podido esperar de un Papa que, en el pleno vigor de sus 40 años, fue teólogo asesor en la magna asamblea? ¿Cómo explicar -pues no creo que se puedan justificar- aquellas vueltas a la misa en latín y de espaldas al pueblo? ¿Fueron simplemente débiles concesiones ad casum a alguno de esos colectivos ultra que envolvieron a J. Pablo II? Pero ¡mojarse de esa manera Benedicto XVI!
Dio más que hablar su viaje a África, sus comentarios durante el mismo y su postura sobre el preservativo, incluso en relación con el sida y dentro de la teoría del mal menor y del pensamiento bioético de muy serios moralistas católicos, que ya levantaron su voz desde el caso de la Humanae Vitae, de Paulo VI. Para más inri, aunque sin culpa suya, sobre Benedicto XVI ha caído la mayor parte del vergonzoso y humillante fardo de los repetidos casos de pederastia exhumados durante su pontificado, incluido el del guía de los Legionarios de Cristo, tan cercano y de la confianza de J. Pablo II. Por encima de su dolor, Benedicto tuvo el valor de enfrentarlo y ponerlo en manos de la Justicia. Y supo pedir perdón como representante de una humilde Iglesia, santa y pecadora a la vez y siempre necesitada de reforma.
Fue hacia el comienzo de su pontificado cuando, a raíz de aquel lefebriano que no reconocía el Holocausto, saltó la sospecha de que al Papa le ocultaba información su propia Curia. Más recientemente sonó el dinero y el Banco Vaticano y, por último, el mazazo de su confianza traicionada en su rincón más íntimo, en medio del revoloteo de cuervos en los pasillos y despachos vaticanos en pugnas por rencillas y cotas de poder, en torno al "Papa solitario". No es extraño que en poco tiempo Benedicto aparezca viejo, cansado, sin fuerzas. Pero las ha tenido para algo muy difícil: Renunciar. Renuncia que para mí abarca todo aquello desde que salido del C.V.II pasó a la Curia.
Por tanto, recupero ahora al Ratzinger de 42 años cuando, con el C.V. II fresco en sus labios y en su pluma, describía la Iglesia que ansiaba: Das neue Volk Gottes. El nuevo Pueblo de Dios (1969). Valgan unos cuantos textos de esta obra, todo un programa para un futuro Papa: "Volvamos una vez más a las desviaciones de tiempos pasados que oscurecen nuestro presente cristiano (?) la desviación más próxima a nuestro presente (?) nos referimos al estrangulamiento de lo cristiano (?) en los Syllabi de Pio IX y Pio X, de los que dijo Harnack (?) que con ellos condenaba la Iglesia la cultura y ciencia modernas (?) y así, añadiremos nosotros, se quitó a sí misma la posibilidad de vivir lo cristiano como actual por estar excesivamente apegada al pasado (?) ¿no ha intentado la Iglesia salirse del mundo para construirse un propio mundillo aparte quitándose así en gran parte la posibilidad de ser sal de la tierra y luz del mundo? El amurallamiento del propio mundillo no puede salvar a la Iglesia".
"La Iglesia ha recibido la herencia de los profetas, la herencia de los que sufrieron por causa de la verdad (?) por lo que lo profético no puede estar muerto en ella (?) La Iglesia vive del llamamiento del Espíritu, en la crisis del paso de lo antiguo a lo nuevo. No es azar que los grandes santos no solo tuvieron que luchar con el mundo, sino también con la Iglesia, con la tentación de la Iglesia de hacerse mundo y en la Iglesia tuvieron que sufrir".
"¿Quién no recordará aquí el relato de Pablo sobre su choque con Pedro? (?) Si fue flaqueza de Pedro negar la libertad del Evangelio por miedo, (?) su grandeza estuvo en aceptar la libertad de Pablo que le resistió cara a cara (?) ¿Qué significaría para el camino de la Iglesia en el mundo, si en un siglo que tiene sed de libertad, que por el señuelo de la libertad se ha salido de la Iglesia, madurara de nuevo en ella (?) la palabra de Pablo (?) , preciosa experiencia de la fe: "Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Cor. 3,7) (?) y no el estrecho gueto de una ortodoxia, que a menudo no sospecha lo ineficaz que es entre los hombres y que, en todo caso, se hace a sí misma tanto más ineficaz cuanto con mayor obsesión defiende su propia causa?". "El Concilio manifestó su voluntad no solo de escuchar la tradición dentro de la Iglesia Católica (?) sino que dio finalmente el mandato de escuchar los interrogantes del hombre de hoy y, partiendo de ellos, repensar la Teología y, por encima de todo esto, escuchar la realidad, la cosa misma, y aceptar sus lecciones". "¿Y no ha sido fenómeno constante (?) de la Iglesia que el Papa, el sucesor de Pedro, haya sido a la par petra y scandalon, roca de Dios y piedra de tropiezo?"
¿No hay aquí, con la definición de la Iglesia, la descripción, el programa de su reforma, de la obra de un Papa para el mundo e Iglesia actual? ¿No sobran los Syllabi, las condenas? ¿Dónde están los profetas? ¿Quién los ha callado por miedo? ¿Dónde está la libertad, el Espíritu del Señor? ¿Qué pasó a este Ratzinger conciliar convertido en el guardián del gueto de la ortodoxia antes de ser Benedicto XVI? Parafraseando a León Felipe, concluyo: No al comienzo, sino al fin de la jornada podrá acaso decir el hombre cómo se llama. ¿Quién somos cada uno de nosotros?
Ni Benedicto XVI ni Ratzinger han acabado su jornada. La renuncia de Benedicto ha sido un acto valiente, un ejemplo a imitar. ¿Por qué no renuncia la Curia Vaticana en pleno? Podría desnudarse así de ese montaje fastuoso y odioso de siglos de mundo, ajeno a Jesús de Nazaret. Volveríamos al día de la Resurrección de Cristo y comienzo sencillo de una Iglesia, sin poder temporal, sin Estado de la Santa Sede, sin Jefe de Estado, una curia sencilla del s. I, -aunque crecerían los nuevos mundillos-, acomodada al XXI, pero sobre Jesús de Nazaret, el Cristo, el Hijo de Dios (Mc. 1,1).