DESPUÉS de tantos años seguidos y superpuestos de plomo -franquismo, ETA, GAL?- sin que nada fuera posible plantear en torno a la memoria y reconocimiento de las víctimas de la violencia, me parece que los foros abiertos este último año sobre el tema son una buena noticia, aunque solo sea por el hecho de que se hayan producido. Al menos algunas víctimas se habrán sentido, de alguna manera, consoladas y apoyadas en sus heridas y cicatrices. Sin embargo, el objetivo ético de mínimos es que se facilite la convivencia en forma de reconocimiento y reparación a las víctimas así como una política de reinserción que promueva la integración social de los encarcelados por terrorismo. Y aunque a estas alturas no sea posible un relato único compartido de lo que sucedió, de lo que nos ha sucedido durante tanto tiempo, bajo el paraguas de que el fin justificaba los medios violentos de unos y otros.
Si nos llegan a predecir, todavía hace un par de años, que la situación actual iba a ser esta, muchos no lo hubiésemos creído. Aun quedan cosas, claro que sí, pero una abrumadora mayoría ha interiorizado que la violencia de tantos años toca su fin. Por eso es difícil de entender algunas posturas numantinas que no están dispuestas a que este escenario finalice de una manera honesta y ejemplar para que las generaciones que nos pisa los talones aprenda a convivir desde la superación de nuestros errores. Por ejemplo, la reelegida presidenta de la Asociación Víctimas del Terrorismo (AVT), Ángeles Pedraza, ha anunciado una campaña contra el plan de reinserción de presos de ETA anunciado por el Gobierno: "La AVT será siempre un dique de contención de las tentaciones del Gobierno de hacer experimentos con los presos etarras, empeñado en la reinserción de los reclusos de la banda". Incluso se preguntaba con ironía "por qué el Ministerio del Interior no pone en marcha también un programa de reinserción de violadores". Como si la reinserción fuese un delito en lugar de ser el objetivo esencial de cualquier política penitenciaria democrática y que en este Estado es la base teórica del sistema penal.
En el otro extremo, los llamados encuentros restaurativos están pasando con más pena que gloria. Y me parece que son de lo mejor que le ha ocurrido a este país en los últimos cincuenta años en materia de convivencia y reconciliación. Una docena de ex militantes de ETA, expulsados de su colectivo de presos (EPPK) han propiciado reuniones a fondo entre Emiliano Revilla y su secuestrador, José Luis Urrosolo Sistiaga; o la de Iñaki García Arrizabalaga con la del asesino de su padre, Iñaki Rekarte.
Los encuentros fueron intensos y constructivos escuchando los testimonios de sus víctimas, frente a frente unos de otros: cómo vivieron los atentados, lo que supuso para sus familias y la falta de solidaridad que sintieron por parte de mucha gente que puso en cuestión no solo la utilización de la violencia, sino también la mentalidad con la que han vivido todo esto. Además del perdón y la voluntad de reparación en lo posible, estos presos han creado un taller de convivencia para la recuperación de una convivencia normalizada. Analizaron los procesos de memoria, verdad y reconciliación en otros países, las bases éticas para la construcción de la nueva convivencia entre nosotros, la realidad de las víctimas a través de sus propios testimonios, la necesidad de una reflexión crítica del pasado, la aportación que pueden hacer...
Entre las conclusiones de los encuentros con las personas que han participado en el taller, Iñaki Rekarte señala el contacto directo como una de las claves para afrontar de manera positiva estos temas cuando se tiene voluntad para ello: "Pensamos que llevando este tipo de encuentros a otros ámbitos de la sociedad, a los pueblos, a la universidad, etc. para la recuperación de la convivencia, más allá de las declaraciones o escritos".
Otro ejemplo significativo es el de José Luis Álvarez Santacristina (Txelis), ideólogo de la ETA más salvaje y padre de la kale borroka. El juez de vigilancia penitenciaria de la Audiencia Nacional, José Luis de Castro, le concedía el segundo grado penitenciario, y justificaba su decisión: "Este preso es una persona distinta a la que entró en prisión. Durante los últimos años ha mostrado un rechazo absoluto a la violencia y unas convicciones personales y morales firmes y sólidas". "Ha manifestado por escrito su renuncia a la violencia, reconociendo el daño causado y expresando su petición de perdón a las víctimas". El juez De Castro va incluso más allá al afirmar que Txelis abandonó ETA por su condición de cristiano y por su "militancia en pro de la libertad, la justicia y la paz desde sus convicciones y principios evangélicos".
Estos ex etarras están dando una lección de humanidad además de marcar el camino para la mejor convivencia y reconciliación posibles. Pero no son noticia principal, como si nos incomodara su audacia y solidez moral. Ahí quedó el rechazo a que Carmen Guisasola y Txelis pudiesen testimoniar su postura reconciliadora en el foro organizado por el Gobierno vasco. O la triste coincidencia del PP y la izquierda aber-tzale sintiéndose ambos excluidos en el foro más importante impulsado hasta el momento: el Instituto de la Memoria, y todo porque este foro pretende integrar a todas las víctimas, sin sectarismos.
Todavía queda un largo camino hasta lograr una memoria si no totalmente compartida, sí al menos inclusiva, con tantas víctimas y victimarios que aun no se sienten con fuerzas para emprender esta liberadora senda. Además todavía existen personajes como Mayor Oreja que trabajan hasta la extenuación por alentar a toda costa cualquier postura de enfrentamiento y rechazo frente a cualquier atisbo de una sociedad reconciliada; él, que acaba de activar una fundación ¡para defender el cristianismo! Ojalá que poco a poco la sociedad acabe por aceptar con esperanza el poder sanador individual y social de la reconciliación, que puede ser una realidad porque algunos están empeñados en lograrlo.