EN estas mismas páginas y en un muy sugerente análisis de los recientes comicios, Igor Filibi escribía que el gran triunfador de las elecciones españolas, francesas y griegas era el nacionalismo de Estado. No sé si puede decirse tanto, ya que ganadores ha habido varios, pero sí que cabe concluir que políticamente los europeos distamos mucho de ser tales.

En un momento de crisis irrefrenable, de la que parece evidente que nadie es capaz de salir por sí mismo sin la solidaria colaboración del resto de miembros de la UE (al menos de los ligados por el vínculo interdependiente de la moneda común), es sorprendentemente llamativa la ausencia en mensajes y programas de propuestas relacionadas con una mayor unión política o siquiera de una más intensa colaboración económica entre los estados miembros (armonización fiscal, nuevos instrumentos comunes de inversión y ampliación de los existentes, nuevas competencias para la Comisión y el Parlamento Europeo...).

Ya no sorprendente, pero sí significativo es que la única conexión de las susodichas elecciones con el proyecto europeísta sea la controversia griega sobre la asunción de los ajustes demandados por el Consejo Europeo, y la proclama de Hollande en torno a la necesidad de desarrollar no solo medidas de ajuste sino también otras que impulsen el crecimiento. Y ya no sé en qué medida significativo, pero sí descorazonador, que la mayor parte de los responsables políticos se centre en buscar culpables y chivos expiatorios entre el resto de estados (los griegos que falsean las cuentas, los españoles que no trabajan, los alemanes y franceses que tienen una vara de medir para sus incumplimientos y otra para los de los demás y que se han lucrado notablemente financiando déficits y deudas que ahora les escandalizan...) eludiendo las propias responsabilidades, que todo lo más trasladan genérica e injustamente a toda la ciudadanía con el falaz argumento de que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora toca pagar la fiesta", cuando no todos la hemos disfrutado o no al menos en idéntica medida. Y que pretenden, además, que contribuyamos a pagar de forma casi inversamente proporcional al nivel de disfrute: los que más, menos y los que menos, más.

Pero si no mostramos ser europeos, políticamente hablando, lo que la crisis económica está poniendo claramente de manifiesto es que estamos en el mismo barco. Que compartir moneda es como compartir hipoteca, casi hasta que la muerte nos separe. Cualquier medida que adopte (o que se niegue a adoptar) un Estado de la Unión (y dejando a un lado solo en parte a británicos y nórdicos) tiene consecuencias inmediatas, y a veces dramáticas, sobre todos o buena parte de los demás.

Si esto es así, la responsabilidad en el éxito o en el fracaso no puede dejar de ser compartida. Si hemos llegado hasta aquí es porque entre todos lo hemos hecho posible. No todos habremos contribuido en igual medida, pero todos los estados han seguido políticas similares porque las han fijado entre todos ellos (con la oportuna colaboración de la Comisión Europea y sobre todo del BCE).

Más allá del acierto de gestores concretos (y ni Zapatero, ni Papandreu, ni Berlusconi, por poner algunos ejemplos, pero tampoco Rajoy ni mariachis suyos del pelo de la ínclita Esperanza o del Camps, "amigo del alma", han sido ni están siendo dechados de virtudes), las reformas laborales en España (todas fracasadas) han venido exigidas y elogiadas desde la misma Europa que exige recapitalizaciones de bancos al mismo tiempo que se escandaliza de un paro imposible de evitar si ese capital no se destina a impulsar el crecimiento. Y si a algunos les va mal, quizá sea porque a otros la cosa les funciona. Porque la línea seguida tiene beneficiarios previsibles y damnificados inevitables. En términos de personas y de países.

La conclusión es obvia. Si no somos europeos en sentido político, la solución pasa porque lo seamos. No porque algunos se sacrifiquen para que otros estén de fiesta. Si somos económicamente interdependientes hasta el punto en que lo está pareciendo, no caben, por ejemplo, políticas fiscales contrapuestas, sino que habrá que avanzar en la armonización, ni caben divergencias significativas en cuanto a regímenes de contratación, jornadas laborales, edad y condiciones de jubilación, entre tantos otros aspectos, como hace tiempo que ha quedado claro en relación con los incentivos a las empresas.

Hay más cosas sorprendentes. Tantos años oyendo, sobre todo, en boca británica, despotricar contra el excesivo poder de los eurócratas de Bruselas, y ahora simplemente parecen haber desaparecido del mapa. Cuando el proyecto de unión monetaria se tambalea, cuando el de unión política parece haber fallecido sin duelo ni condolencias, cuando tantos europeos se ven privados de derechos que no hace mucho solo los británicos se negaban a constitucionalizar, ¿la Comisión y el Parlamento Europeo no tienen nada que decir? ¿O es que dicen algo, pero nadie les presta atención, porque se sabe quiénes les mandan?

Que los líderes europeos no piensan en clave europea está muy claro. Oímos hablar del coste del rescate de este o aquel país, sin que normalmente se ponga en la balanza el coste de la no Europa. ¿Qué les sale más barato a Alemania y a Francia, financiar la parte del león de los 400.000 millones de euros de coste estimado en el caso de Grecia (por cierto, solo por comentar, entre Bankia y CAM nos van a costar 40.000) o asumir las ayudas que necesitarán sus bancos si resucita el dracma y la pérdida de un mercado semicautivo en el que colocan todo tipo de exportaciones? (Entre ellas ingentes cantidades de armas para poder hipotéticamente enfrentarse a otro Estado, Turquía, que aspira a entrar en la UE).

Y si además de ser todos culpables de la causa, somos también todos beneficiarios del rescate, ¿a qué viene excitar las bajas pasiones? Que lo hagan Le Pen o los fascistas de cualquier pelaje está en el guión, pero ¿qué hacen Sarkozy, Hollande o Monti cargando contra los españoles, Rajoy contra los griegos y la Europa del norte contra todos los PIGS en su conjunto?

Si no se espera desde arriba el impulso europeísta, habrá que relanzarlo desde abajo. Igualdad de derechos, armonización fiscal, más amplios recursos para las instituciones comunes y el desarrollo de programas de solidaridad, mayores competencias para la Comisión y el Parlamento (que peor que esta cuadrilla de ineptos populacheros y cortoplacistas será difícil que lo hagan) proclama decidida de que nos una o no el amor, nos vincula el espanto hacia las consecuencias del fracaso de esta historia... Estas recetas no están en los manuales del Consejo, pero son imprescindibles para que seamos de verdad, lo que no parecemos en época de crisis: europeos.