HACE unos añitos empezamos a usar y a abusar de la palabra sostenibilidad. Empezamos con la "sostenibilidad medioambiental" y ya vamos por la "sostenibilidad intestinal", aplicada a los yogures con bifidus.

Ahora le ha tocado a la expresión "participación ciudadana". Y como en el caso de la sostenibilidad, el concepto se está yendo al traste y está pasando a no significar nada. O lo que es mucho peor: el concepto se está empezando a asociar a pachanga entre coleguillas, lentitud, ineficacia e inmovilidad.

Procesos tan dignos y valiosos como la participación sectorial, las comisiones abiertas o los presupuestos participativos están siendo degradados, cuando no prostituidos, por no tener los conceptos claros o por hacer un uso engañoso e interesado de los mismos.

Así se acaba desviando la legitimidad de los concejales hacia otros grupos de presión, políticos o sociales. Se vacían de responsabilidades a los electos locales y las decisiones se toman solo en clave asamblearia. Nunca se decide nada y en cada reunión las decisiones se posponen hasta la siguiente. Y así, sin fin.

Como la gente no es tonta y sabe por experiencia que estos procesos están viciados y manipulados, simplemente, no participa. Se cansa y decide no volver. Al final, por puro cansancio y aburrimiento, en estos procesos solo quedan los comisarios políticos y los miembros del gobierno en la sombra. El engaño ya está sustanciado.

¿Y por qué este fenómeno se ha extendido tanto ahora? Esencialmente, por tres razones.

Primero, como ya he dicho, este sistema permite acceder a los niveles de decisión a personas o colectivos que, de forma natural, no gozan de la confianza de sus conciudadanos. Son foros perfectos para que los distintos conseguidores profesionales, individualmente o en grupo, puedan imponer sus intereses particulares frente a los intereses generales.

La segunda y más grave, por lo que tiene de engaño a los electores, es la ausencia de una reflexión previa a las elecciones seria y realista y, por tanto, de un programa electoral. El programa se va definiendo a medida que la pseudo-participación ciudadana plantea retos y soluciones concretas. ¡ Si los plantea, claro!

Por último, la desviación de la responsabilidad sobre las decisiones tomadas es otra de las ventajas de este montaje. El gobierno no es responsable de las consecuencias negativas de sus decisiones, porque se ha limitado a hacer lo que el "pueblo", directamente, les ha indicado en el correspondiente proceso. Esto sirve igual para la revisión del Plan General de Ordenación Urbana como para decidir el horario de apertura de los baños públicos.

Conclusión: por la "participación ciudadana" a la paralización. Es el nefasto resumen de lo que está haciendo ahora Bildu allá donde gobierna.

En democracia, los procesos electorales son el paradigma de la participación ciudadana (por más que les pese a quienes no creen en el sistema), tanto por la calidad de las decisiones que se toman en ellos, como por la cantidad de personas que participan. Las elecciones son las que otorgan la legitimidad para tomar decisiones en defensa del interés general.

Los verdaderos procesos de participación ciudadana son instrumentos añadidos e imprescindibles, para que los representantes legítimamente elegidos puedan estar al día sobre los planteamientos y las necesidades del pueblo al que representan, lo que mejora enormemente la calidad de las decisiones que se deben de tomar para el bien de todos.

Porque, desde mi humilde punto de vista, el objetivo último de los esfuerzos de todos los representantes públicos debería de ser la "satisfacción ciudadana" y, para conseguirla, la participación ciudadana, la de verdad, es una herramienta imprescindible.

Por la participación ciudadana a la satisfacción. Este es el buen camino. La satisfacción ciudadana es el objetivo.