HAY textos, tiempos y lugares sagrados en todas las religiones, mediante ellos, a través de metáforas y revelaciones, se materializa la relación con lo sagrado. Son el resultado de la fe de una comunidad religiosa que desde tiempos antiguos lo expresa de esa manera. Y si hay algo característico, a pesar de que en muchas ocasiones pensamos lo contrario, es el constante cambio y adaptación que se produce tanto en el seno de los mismos grupos religiosos como en sus modos de expresión. Es un proceso que en la mayor parte de las ocasiones ha tenido un origen oral y ha tardado muchos años en ponerse por escrito, o en construirse, o en hacerse costumbre.
En este contexto uno considera que la película El árbol de la vida, de Terrence Malick, es algo más que una propuesta de cine experimental, y algo más que un poema visual. Es uno de esos borradores de un visionario que dice algo a la humanidad, aunque no se trate de algo definitivo. Habla tanto del cielo como de la tierra, desde un punto de vista en el que no entiende lo uno sin lo otro. Y es que hoy, como ayer, el problema no es la religión, sino cómo se interpreta una determinada religión. A la pregunta sobre la existencia de Dios se responde con otra pregunta más interesante: ¿Cuál es el concepto que tenemos sobre Dios? Y es que determinadas personas que rechazan lo religioso en realidad están rechazando un determinado concepto de Dios.
En este momento en el que la todavía más poderosa potencia mundial cuenta con bastantes posibilidades de que el candidato republicano sea un fundamentalista cristiano o, más aún, un declarado mormón, cuyo libro, entregado al señor Smith en tablas de oro, supone que los amerindios son descendientes del pueblo de Israel, no estamos hablando de una cuestión baladí. En el fondo coinciden con algunos grupos fundamentalistas norteamericanos que consideran a su país como el nuevo Israel elegido por Dios, y que interviene en la historia a su favor.
Decimos que quien fundamenta su ateísmo en una visión de un Dios vigilante, castigador, severo, que alienta a unos pueblos contra otros para vencerlos en su nombre está dando un paso al frente ante un determinado concepto de Dios que purifica la religión y en concreto se acerca al concepto que el Nuevo Testamento cristiano expresa sobre Dios. El concepto de Dios misericordioso, Dios padre que perdona siempre, Dios madre tierna que acoge siempre en su seno es otro concepto de la religión al que muchas personas no acceden ya porque se han encontrado demasiados tropezones en el camino a cuenta del otro concepto de Dios y prefieren referir todo el sentido de la vida a un proceso mecánico y casual.
En la película El árbol de la vida, la imagen del padre rígido, que cuando abraza a su hijo le hace daño, que le invita a salir adelante peleando por cualquier medio, contrasta con la figura de la madre que acoge siempre, que acompaña, que termina incluso confrontando a ese padre de quien han llegado a decir: ¿Por qué nuestro padre nos hace daño? Y como pregunta constante desde el principio se eleva el grito de Job preguntando por qué la persona justa también puede sufrir y por qué existe el mal.
El caso es que una determinada concepción de Dios tiene una gran implicación política y el actual conflicto en Israel, condicionado por una historia concreta, junto con los fundamentalismos cristianos en Estados Unidos, determinados fundamentalismos islámicos, y no identificamos islamismo con fundamentalismo islámico, repercute de manera importante en la organización de lo terreno.
No es Dios quien cambia, somos las personas, y los movimientos religiosos, quienes tenemos formas diferentes de acercarnos o alejarnos de su figura. En El árbol de la vida se realiza un acercamiento a ese concepto de Dios que no hace triunfar a unas personas sobre otras, a unos pueblos sobre otros. Incluso se excede en la prolongación de unas imágenes que expresan la evolución del cosmos hasta la vida humana, con lo que supone de aceptación de la ciencia, mientras se dirige a ese mismo Dios con frases bíblicas. Un Dios que no expulsa del paraíso, pero un paraíso que se encuentra en la ternura de la familia cuando atiende a los bebés en los primeros años, pero que se complica, Caín y Abel, cuando surgen los celos entre hermanos. Y un Dios a quien después del grito de pérdida por el ser querido, se le termina aceptando, con el reconocimiento de que el sufrimiento, aun desde su permanente incomprensión, a veces humaniza a quien lo vive desde una opción de sentido.
Pueblos o personas elegidas que utilizan un determinado concepto de Dios vigilante y castigador que es reclamado para vencer a los enemigos no traen la paz ni la justicia entre las religiones ni entre los pueblos. Conceptos religiosos que promueven el perdón y la reconciliación, la alteridad y el servicio, la justicia y la paz siembran también el "Árbol de la vida" para que perdure.