LA vinculación de las prestaciones sociales y la activación laboral parece que es uno de los ejes de la reestructuración de los Estados del Bienestar en Europa. Se está dando una redefinición de la relación entre las políticas sociales por un lado y el mercado laboral por el otro, de tal forma que la obligación a acceder al mercado laboral se está convirtiendo en uno de los ejes de la mayoría de las políticas de lucha contra la exclusión social. La Renta de Garantía de Ingresos (RGI) vasca entra de lleno en esta lógica ya que, salvo excepciones, las personas perceptoras de la RGI están obligadas a aceptar el empleo o el curso de formación que se les ofrezca, so pena de ser expulsadas del sistema de protección.

Los estudios realizados en torno a la activación no son para nada concluyentes y la mayoría de ellos subrayan que el gasto en las políticas activas de empleo es muy alto y frecuentemente el impacto de las mismas más bien modesto. Dicho de otra forma, se necesitan muchos recursos para obtener una activación que frecuentemente es muy limitada e incluso fallida. En este sentido, no es descabellado pensar que incluso utilizar dichos recursos en una mejor cobertura de las prestaciones sociales podría ser hasta más eficiente, por lo menos en términos de eficacia social.

Pero, sobre todo, no podemos dejar a un lado que la mayoría de los estudios subrayan que la activación funciona, sobre todo, con las personas que tienen menos carencias para acceder al mercado laboral y en aquellas zonas geográficas con menores nichos de exclusión social. Por el contrario, su impacto sobre los colectivos y las zonas más desfavorecidas es muy limitado. En ningún momento nos podemos olvidar de esta afirmación, aun cuando parezca una verdadera perogrullada. Más aún cuando la activación ha funcionado en un periodo de bonanza y crecimiento económico, pero no tenemos en la actualidad informes exhaustivos acerca del éxito de este modelo en un momento como el actual, de crisis económica y aumento de desempleo.

En resumidas cuentas, no está nada claro que la activación sea el factor determinante del crecimiento del empleo que se dio en los últimos años previos a la crisis actual y parece más bien que son elementos estructurales como el crecimiento o la precarización laboral los que influyen en este caso. En otras palabras, parece que estamos mezclando causalidades y casualidades y que estamos dando por sentado las bondades y potencialidades de la activación para crear empleo cuando todavía esta afirmación no está nada clara. Es como decir que gracias al canto del gallo sale todos los días el sol y que como no cuidemos al gallo nos quedamos sin luz? Hay que profundizar mucho más en los factores que influyen en la creación del empleo y la calidad de éste.

Además, la activación hace, sobre todo, hincapié en las capacidades y voluntades del individuo para acceder al mercado laboral, poniendo todo el peso de la responsabilidad en la persona. Tal y como ya se ha apuntado, los factores personales pueden influir, pero no es menos cierto que los elementos estructurales también lo hacen y de forma nítida y determinante. Por ello, la culpabilización sobre la persona que sufre la situación de precariedad y vulnerabilidad más allá de ser injusta también parece que puede ser tendenciosa y quiere esconder una realidad en la que el mercado laboral, de forma parcial o total, excluye a ciertos colectivos del acceso a un empleo o en todo caso les ofrece la posibilidad de acceder a empleos precarios que no posibilitan salir del umbral de la pobreza. De hecho, esta es otra de las principales conclusiones de los estudios disponibles en lo tocante a la activación. Como es lógico, a través de la obligación de obtener un empleo se consigue que las personas perceptoras de prestaciones sociales las abandonen a través de empleos muy precarios y temporales, dándose así dinámicas de carrusel infinito, en el que la persona perceptora intercala constantemente empleos precarios y prestaciones sociales, pero sin darse realmente una inserción social y laboral real y duradera en el tiempo.

Por todo ello, creemos que el debate en torno a la activación está mucho más abierto que lo que algunas instituciones quieren hacer ver. La visión sacralizada de la activación creemos que hace un flaco favor al propio concepto. De hecho, la activación puede ser una herramienta útil y fructífera para el acceso al mercado laboral, pero siempre que se entienda como un concepto criticable y debatible.

En definitiva, frente a un modelo de la activación cuasi-divino y omnisciente, que no deja opción al debate y la controversia y que subraya la obligación y el castigo para obtener el acceso al mercado laboral, podría ser mucho más interesante partir de una definición de la activación mucho más modesta y realista, abierta al debate y a la reflexión en todo momento y que parta de premisas en las que prime el derecho sobre la obligación y en la que se dispongan de incentivos para acceder al mercado laboral. Si realmente queremos fomentar la inserción social y laboral de los colectivos peor situados y garantizar la cohesión social de nuestras sociedades puede resulta mucho más fructífero atender a una activación mucho más mundana e ir olvidándonos de la activación divina, más aún en un momento como el actual.