SE cumplen 75 años del levantamiento militar que causó una guerra civil de 3 años, logrando como resultado funesto, miles de muertos, encarcelados, exiliados y una dictadura de 40. Desde los lejanos cuarteles de Tetuán el desafío de Franco al orden constitucional, provocó una reacción de perplejidad y miedo en los pueblos que conformaban el estado español, que se preparaban a unas vacaciones estivales. No a una confrontación bélica.
Manuel Irujo es sorprendido, de regreso de Madrid a su casa de Lizarra, con la noticia del golpe militar, en Tolosa. Se enfrenta a una decisión que resuelve con rapidez y valentía, dos características suyas: hay que mantenerse fiel al orden constitucional. Aunque los nacionalistas se mueven para proteger a la ciudad del caos que produce la noticia de un golpe de Estado y la desaparición de la autoridad policial, fuerzas incontroladas tomaron las calles, desquiciando el orden. Comienzan a contarse los muertos.
Irujo, detentando su cargo de diputado que le otorgaba autoridad en el territorio histórico de Gipuzkoa, decide acciones que marcarán el rumbo de la guerra en Euskadi, ante un sorprendido Mola que esperaba, cándido en eso, que los vascos apoyarían el golpe que llevaba tan bien urdido con Franco y San Jurjo. Una de las acciones importantes de Irujo, en esos momentos, fue lograr la rendición de los cuarteles de Loiola, el 27 de julio, tras una serie de conversaciones telefónicas con el comandante Villaespín, hombre de carácter colérico e impredecible, en las que Irujo, para amedrentarle, hizo gala de disponer de una fuerza militar mayor de la verdadera, que era cero.
Los cuarteles, situados a la margen derecha del Urumea y comunicados con dos puentes al barrio Loiola, contenían 35 cañones y 1.700 fusiles. Muchos de sus soldados eran mozos donostiarras que realizaban el servicio militar. A esa fortaleza acceden en coche, sin escoltas y con mucho temor, los diputados Rafael Pikabea, José Mª Lasarte, Miguel Amilibia, Juan Antonio Irazusta y Manuel Irujo, que relata: "? ¿Para qué negarlo? Echamos a andar en un coche precedido por el que había sido portador de la última nota de los militares. Una sola condición: bandera blanca".
Villaespín desestimó un sitio de parlamento, previamente elegido, indicando que la reunión debía celebrase en el cuartel, lo cual hace que los diputados queden prácticamente en sus manos. Gracias posiblemente al poder de persuasión de Irujo y sus acompañantes, no solo no son detenidos como temieron, sino que logran una tregua de 24 horas, que acogieron entusiasmados. Se otorgaba un respiro a la ciudad. Villaespín, en la noche, escapó del cuartel, abandonó a sus subalternos, dirigiéndose hacia las tropas rebeldes, despachadas por Emilio Mola de Iruña, encabezadas por Alfonso Beorlegi, apostadas en Beasain y Villafranca, dando paso libre a la toma del cuartel de modo inesperado, rápido e incruento. La situación era muy grave, sin embargo, respecto a los prisioneros del cuartel que, al ser desplazados a la Diputación, son amenazados por una multitud ávida de venganza.
Irujo, secundado por los otros diputados, con sus cuerpos los amparan en el descenso de los camiones y su entrada al edificio. Poco más tarde algunos son liberados, contra el parecer de Irujo, quien declaró que estaban más seguros en prisión que sueltos en una ciudad bombardeada desde el mar y el aire, con la amenaza de las tropas rebeldes en continua avanzada y por ende, entre una multitud exaltada. Calibrando estas realidades brutales, no renuncia a su empeño de salvamento: solicitó petición de indulto para la pena capital expedida por un consejo de guerra contra los militares de Loiola, declarando a Donosti plaza sitiada, reseñando la fuga del responsable militar de la misma y la rendición de los mandos. Se encara al jefe del piquete de ejecución, pero no logra la salvación de los hombres. La ferocidad de una contienda civil, la hiperestesia colectiva, no hacía más que empezar, empujada por los militares sublevados.
Irujo inicia así, en un tiempo en que toda Europa se encendía en la mecha militarista, y en la defensa de Donosti, lo que sería su loable actuación posterior como ministro de la república: recorre y a las horas de mayor peligrosidad, lugares sospechosos; se presenta sorpresivamente en las cárceles, interviene de modo directo en las brigadas de orden, con el fin exclusivo de salvar vidas. Reorganizada la comandancia de Azpeitia, de donde saldrán los primeros gudaris, Irujo reafirma su condición de cristiano, demócrata y vasco y, desde esos baremos cívicos, se declara enemigo de la pena de muerte porque "?una vida humana es el tesoro más grande del mundo. Salvé las que pude". Y quienes le conocimos en su intimidad, podemos afirmar que lloró por todas aquellas que no pudo salvar.