FUE un 25 de marzo de 1977, cuando procedente de París tras hacer escala en el Aeropuerto de Hondarribia, una avioneta tomo tierra en Iruñea, la capital histórica de los vascos, transportando en su interior a Don Manuel Irujo Ollo, histórico dirigente nacionalista. Ante una multitud de ilusionados abertzales, Don Manuel salió de la avioneta para dirigirse a quienes ardientemente esperaban su llegada. Con voz firme y con el saber estar que dan los años, dijo: "Cuarenta años de exilio os contemplan". En ese instante, un escalofrío recorrió los cuerpos de los presentes y un profundo sentimiento de respeto se apoderó de ellos, conscientes de que ante sí se mostraba, con toda su humanidad, una parte muy importante de la historia reciente del pueblo vasco.

Eran años de gran ilusión y esperanza, se abría un mundo lleno de oportunidades para un pueblo largamente sometido. La fuerza de un pueblo se alzaba dispuesta a recuperar el tiempo perdido.

En esos años, el nacionalismo histórico, como en los años 1931 y 1937, apostó por poner en marcha la apuesta estatutaria, como vía más realista y pragmática para empezar a construir la estructura política correspondiente a la Nación Vasca, después de la abolición foral del siglo XIX. Era la primera estación de un largo camino.

Quienes optaron por la ruptura nunca perdonaron que el nacionalismo histórico tomara la vía de la responsabilidad y nunca han aceptado el más mínimo beneficio aportado por esta apuesta. Al contrario, tomaron el camino oscuro, el camino sin salida, que tanto daño ha causado incluso a ellos mismos y del que hoy no saben cómo salir sin reconocer su trágico error.

Pero también el nacionalismo histórico cometió sus errores. Graves errores, luchas intestinas de poder, intereses económicos al calor de los nuevos tiempos y las nuevas estructuras políticas y económicas, rencillas personales, divisiones, escisiones, pérdida incluso de la noción de su razón de ser. Acomodación y cierta autosuficiencia empezaron a engendrar y a crecer.

Sin embargo, el nacionalismo histórico nunca perdió unos principios fundamentales, que lo hicieron acreedor de la confianza mayoritaria de su pueblo. Un profundo espíritu democrático, el rechazo contundente y sin ambigüedades de la violencia y el deseo de avanzar en el autogobierno en beneficio siempre de la sociedad vasca.

Hoy, más de treinta años después de todo aquello, el nacionalismo histórico se encuentra ante la tesitura de la pérdida del Gobierno vasco, de una reordenación de las consecuencias de la escisión pero que no llegan a corregirse definitivamente por falta de voluntad y de una supuesta dualidad estratégica dentro de su ser que se nos muestra como incompatible.

La renuncia de algunos a su historia para echarse en brazos de la izquierda abertzale, lleva camino de engullirles en sus arenas movedizas. Se hace muy doloroso presenciar esta deriva para quienes creyeron ciegamente en aquel proyecto de complemento y contrapeso, que no de confrontación, dentro del nacionalismo vasco.

Sin embargo, lo que resulta sorprendente es que algunos, dentro incluso del partido mayoritario, prefieran hacer guiños a una izquierda abertzale cuya aspiración manifiesta es la de sustituirles, descartando colaborar con quienes comparten sociología y tradición política. Pero cada uno es libre de tomar sus propias decisiones.

Independientemente de eso, y al contrario de lo que dicen voces interesadas al respecto, soy de los que cree que no hay dos caminos dentro del nacionalismo histórico, sino sólo uno, el tránsito hacia el autogobierno pleno, paso a paso, competencia a competencia, con el principio básico de que sólo al pueblo vasco corresponde decidir su futuro, con respeto y democracia, pero a él solo.

No sé si tendremos que esperar a que otro Irujo se nos aparezca para darnos cuenta que el nacionalismo histórico debe caminar unido, de la mano, si no quiere terminar por sucumbir ante los extremos que buscan, hoy como ayer, su derrota.

El acuerdo de Madrid recientemente cerrado es un acuerdo histórico que no debe minusvalorarse porque supone un gran paso adelante, porque es así, especialmente así, como se construye la nación vasca. Pero por supuesto, no debemos perder perspectiva, porque ahí no acaba el camino. Como dijo el lehendakari Ibarretxe aquel uno de febrero de 2005 en las Cortes Españolas, palabras que muchos escuchamos desde nuestras casas con gran orgullo y emoción y que quedarán grabadas para siempre en nuestra memoria:

"Estoy orgulloso del pueblo vasco, de nuestra historia milenaria, de nuestra lengua, el euskera, una de las lenguas más antiguas de Europa, pero estoy aun más orgulloso de nuestros hombres y mujeres, de todos los vascos y vascas que hoy vivimos y trabajamos en Euskadi, como antes decía, hayamos nacido donde hayamos nacido y votemos al partido político que votemos. Es fundamentalmente a vosotros a quienes quiero dirigirme para deciros que el futuro nos pertenece y que lo escribiremos nosotros, pactando con los demás, pero lo escribiremos nosotros de nuestro puño y letra".

Hala bedi Lehendakari jauna, hagámoslo posible.