NO se va a llegar a los cinco millones de personas paradas en este país, ha dicho la señora ministra. ¿Será cierto? Cuando hablamos de personas paradas nos podemos encontrar con todo tipo de situaciones, hemos de reconocerlo, porque no todo el monte es orégano. La vida laboral es más que una acumulación de fuerza de trabajo, las personas no son objetos o máquinas que se ponen en funcionamiento cuando se las necesita y se dejan en un rincón cuando estorban. Y se supone que la capacidad de transformar la vida en sentido positivo tiene mucho más que ver con el trabajo, un trabajo digno sí, que con un sentido de la pasividad que aplasta el ánimo. No está bien que los gobiernos jueguen al escondite con las estadísticas pues quienes salen en la foto mediática tienden a minimizar el impacto de esta tragedia, y quienes se encuentran en la oposición parece que se alegran de que aumente la incertidumbre sobre su evolución y ya no se sabe si se alegran de ello porque son así o porque de esa manera desgastan al gobierno y pueden conseguir así el poder. ¡Qué cosas! Cuando estamos bajo los efluvios de las vacaciones, tenemos mayor capacidad para evaluar las diferencias entre los tiempos de trabajo y los de descanso. Quien no trabaja no sabe lo que son las vacaciones, aunque las tenga perpetuas, porque el derecho al trabajo, que es universal, no se cumple. Cuando un 20% de la población se encuentra en el paro tenemos el termómetro de la injusticia a punto de explotar por mucho que utilicemos otras palabras para definir la encrucijada.
Para paliar la situación hemos de hablar también de empresas, públicas y privadas, y de productividad. Si queremos que los engranajes del colectivo social funcionen y no se expulse del sistema a demasiadas personas hemos de reconocer que algunos aspectos de la realidad no son demasiado favorables. Hemos hablado ya, y mucho, sobre un sistema financiero obsoleto e injusto, que premia a quien tiene mucho, castiga a quien no tiene nada, y se rompe cíclicamente, cuando la avaricia domina el cuerpo económico en exceso. De aquellas lluvias proceden estos lodos. Existen, hay que reconocerlo, excelentes gestores que con su esfuerzo y creatividad contribuyen a marcar el paso de la innovación. Pero también personas ambiciosas, dominadas por la prisa, que convierten las empresas en un infierno de exigencias, con unos ritmos de vida similares a los que pretenden para sus empresas y destrozan con sus prisas y presiones humanas insostenibles proyectos que a largo plazo podrían ser viables. Hablan también, cuando les queda un nanosegundo libre, de soluciones macabras, a estas alturas de la humanidad, como despido libre, reducir salarios, acortar la prestación de desempleo, que cada cual se busque su propio seguro personal a modo de pensión?
Pero no toda la responsabilidad negativa la tienen estos aventurados pilotos sin norte y sin estrella. No. También nos encontramos con muchas personas que no se encuentran en las listas del paro y saben inundar las tertulias de bar con los últimos descubrimientos en el mundo del fútbol, la política, los ordenadores, o las múltiples variables de la prensa del corazón. Conocen los últimos entresijos de lo que se mueve en la última fotografía de la realidad y descargan su sabiduría, sus consumos y sus juergas en internet. Como los lunes sienten demasiado cansancio como para soportar tal ritmo de vida, es posible que tengan algún problema laboral.
Hemos de tener la precaución de indicar que no pretendemos identificar este sector con la totalidad de las personas que por múltiples causas se encuentran en el paro. El problema del paro es otro que exige mucho respeto y otros planteamientos, sobre todo cuando chocan con vidas infelices a quienes la situación agranda la herida de la autoestima y observan este mundo con una cierta amargura y desconfianza, desde una situación brutal de sufrimiento interno. Paradójicamente, en un tiempo en el que la familia se encuentra en crisis, es el elemento que más contribuye a relativizar la dureza de algunos golpes, y el denostado Estado se convierte en cómplice por su inacción.
Pero como más vale encender una luz que maldecir la oscuridad, hemos de confiar en las personas que hacen su trabajo responsablemente, en quienes no venden su integridad por comisiones, en quienes hacen propuestas para que la brutalidad del sistema se humanice, en quienes entienden la acción política y sindical como servicio, en quienes hablan de compatibilizar la ética, la justicia y la economía.