No es mentira que antes de jugar en el Metropolitano, por situación clasificatoria, existía una posibilidad de minimizar la distancia respecto al trío de aspirantes al título. Pasaba por ganar allí, sin olvidar que encima el Madrid había caído en el Villamarín, quedando a la espera de lo que ayer sucediera en Montjuic. Alentar este tipo de cuentas obedece más a un impulso anímico, a partir de la trayectoria de los de Valverde y su ristra de jornadas sin derrota, que al dictado de la razón.
El Athletic ha dado un paso adelante, si en la temporada anterior opositó con fundamento a una plaza de Europa League, en la presente acaricia subir un peldaño, lo que significaría participar en la próxima edición de la Champions. Desde diciembre permanece instalado en el cuarto puesto y en condiciones normales únicamente el Villarreal podría discutirle tan suculento botín. Pero cabe que también la quinta posición dé acceso al torneo continental más prestigioso.
Este sería el ámbito en el que puede y, por tanto, debe centrar sus aspiraciones. Elucubrar con la liga, donde ciertamente se observa cómo los favoritos tienen problemas para establecer sobre el resto la superioridad a la que estaban acostumbrados, no deja de ser un ejercicio gratuito. Todavía existe en el campeonato de la regularidad un territorio reservado a los clubes más poderosos, que por algo portan esa vitola. Una certeza que se repite invariablemente en los años precedentes y no tiene visos de diluirse en el futuro inmediato.
La reciente derrota sufrida ante el Atlético de Madrid trae a colación lo de zapatero a tus zapatos. El 0-1 registrado en San Mamés en la primera vuelta apuntalaría la validez del popular consejo. Pero una vez asumida la dificultad objetiva que entraña codearse con los mejores en la carrera de 38 jornadas, merece ser resaltado el salto dado por el Athletic para plantearles un tuteo desacomplejado en los duelos directos.
El sábado, por ejemplo, el Athletic acumuló en territorio ajeno más situaciones de gol que el anfitrión, once y siete. La iniciativa del juego se saldó asimismo con un reparto muy equitativo y en última instancia el factor desequilibrante orbitó en torno a la amplitud y calidad de las nóminas de futbolistas que dirigen Valverde y Simeone.
Mentar el acierto o el infortunio es una forma de aludir con eufemismos al hecho de que, estando como estuvo el resultado en el aire, el Atlético dispone de argumentos más sólidos para inclinar la balanza. Se llaman Griezmann, Sorloth, Julián Álvarez, De Paul o Correa, por citar a los que más suelen influir en el balance ofensivo. Tipos contrastados en lides internacionales, al igual que quienes se ocupan del resto de las funciones en la propuesta colchonera. El dato reduce las probabilidades de éxito del adversario, sea cual sea y, sin embargo, no supone un hándicap insalvable para el Athletic. Al menos, tal es la impresión que resulta del repaso de lo que han dado de sí los 180 minutos en que han coincidido en el vigente curso.
Con esta conclusión en la mano, sumada al recordatorio del tiempo que ha transcurrido desde que el Athletic rascó puntos en el Metropolitano, conviene relativizar la trascendencia de la derrota del Athletic. Más allá de que sea molesta, de que escueza o genere rabia porque perfectamente el desenlace pudo ser distinto, permite analizar lo sucedido en clave positiva y encarar la parte final de calendario con la moral intacta y el convencimiento de que las metas marcadas son asequibles.
Alcanzarlas depende básicamente de la entereza que muestre el equipo de aquí a mayo. Las expectativas se apoyan en el bagaje amasado a lo largo de un extenso período que engloba la campaña previa y dos terceras partes de la actual. Esa base otorga un crédito incuestionable. Esa base se denomina nivel de competitividad.
No hay más secretos que la confianza que ha ido interiorizando la plantilla para desplegar sus bazas con naturalidad y constancia. Por supuesto, atesora calidad, cuenta con elementos capaces de atenuar determinadas limitaciones, pero lo que prevalece es la energía que desprende el colectivo. Hasta el histriónico Simeone tuvo a bien conceder al Athletic un trato amable, acorde a su puesta en escena. Detalle que revelaba el alivio que sintió cuando el árbitro señaló la conclusión.