A de partir hoy empieza lo bueno. Puede decirse así, sin tapujos, porque el interés del torneo se dispara con el sistema de rondas a partido único que implica a las mejores selecciones. La afirmación se sostendría igualmente tomando como referencia el desarrollo de la fase de grupos, puesto que el balance de los 36 partidos celebrados a duras penas opta al aprobado raspado.
El aficionado que se identifica con alguno de los participantes albergará razones de peso para sentirse satisfecho o lo contrario, en función de la suerte que haya corrido su selección. Pero incluso entre los que vayan a dar rienda suelta a sus emociones en los octavos de final, prevalecerá la impresión de que la calidad del juego ha dejado bastante que desear.
La culpa de que el potente reclamo de la Eurocopa 2024 y el grado de satisfacción que viene brindando a los millones de almas pendientes del balón se sitúen en los extremos de la ecuación, se ha de repartir. A los cerebros que organizan el evento les corresponde, sin ninguna duda, la mayor cuota de responsabilidad. Tampoco quedan exentos los países participantes, federaciones, técnicos y futbolistas que tragan lo que les echen. Con tal de asomar en el escaparate y percibir un dinero muy rico, se pliegan a calendarios insanos y se abonan al todo vale para intentar llegar lo más lejos posible en la competición.
Esta actitud se traduce en una renuncia expresa a dar espectáculo, aferrados sin rubor a la ley del mínimo esfuerzo, la especulación o el conformismo. Pautas que indistintamente adoptan los combinados más poderosos y los menos capacitados; unos para no desgastarse y los otros, en la esperanza de rascar algo con tácticas conservadoras y explotando el ocasional error del contrario. Que solo ocho combinados queden fuera tras la primera fase alienta tanta racanería.
En octavos solo se echará en falta a un ilustre, Croacia, penalizada por la caducidad de sus estrellas en la última década y el inagotable instinto de supervivencia de Italia. Las sorpresas se llaman Eslovenia y Georgia, representan la antítesis de Polonia, Serbia o Chequia, porque la rudimentaria Escocia estaba condenada de antemano, mientras que Ucrania fue víctima de unos contrincantes menos inocentes.
Empieza lo bueno y esto significa que el miedo se expande definitivamente e influye en el ánimo de cualquiera de los supervivientes. Quizás eludan esa presión extra quienes ni por asomo contaban en las quinielas y siguen al margen de favoritismos. Pero los convencidos de que es posible avanzar más y, en especial, varios que lo ven como un objetivo irrenunciable dado el potencial de sus plantillas, albergan motivos para sentirse inquietos. Para preguntarse, por ejemplo, si después de decepcionar con una versión ramplona podrán de repente cambiar de registro y evitar el disgusto. A este grupo instalado en la incógnita pertenecen Francia, Inglaterra, Italia, Bélgica, Países Bajos o Dinamarca, sombras de sí mismos hasta el momento. Ninguno merece reconocimiento, pero probablemente a la mayoría los veamos en cuartos junto a España, Alemania, Portugal y Austria, cuarteto que sí ha manejado argumentos sólidos.
A la propuesta de España cabe ponerle una pega nada más, el gol. Juega muy bien, está equilibrada, pero el desborde que exhibe por las alas no disimula cierto déficit rematador y el problema no se llama Morata. Como acumula más instinto asesino en el banquillo que en el once titular, De la Fuente baraja una solución para los atascos.
De Alemania debe esperarse mucho, no ya por ser la anfitriona, sino por oficio, mentalidad, riqueza de alternativas y físico. Al estilo envolvente de Portugal le penaliza el foco que acapara un Ronaldo pasado de rosca y de minutos que, para variar, va a lo suyo. Con la posesión y el criterio de Vitinha, Bernardo, Neves o Palinha, acaso se quede corta tras despachar a Eslovenia.
El último párrafo es para Austria, con diferencia el colectivo más sugerente. Ha enamorado por valentía y despliegue, siempre mira hacia adelante y hace gala de una fe envidiable. Su actuación ante Francia, pese a caer por la mínima, es de lo mejor que han dejado las dos primeras semanas de la Eurocopa. Conquistó a pulso el liderato de grupo y gracias a ello va por la parte del cuadro más amable. Sería estupendo verle en la final porque dentro del amplio surtido de formas de practicar buen fútbol, Austria, sin boato ni peloteros rutilantes, se ha distinguido por su firme apuesta por la autenticidad. En su librillo no hay espacio para el amaneramiento.