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Rojo sobre blanco

El míster Valverde, de vuelta

MÁS de setecientos encuentros oficiales dirigidos en la élite contemplan a Ernesto Valverde y le avalan. Como cualquier entrenador de largo recorrido, acumula experiencias de todo tipo, aunque el cómputo global arroja, sin discusión, un saldo positivo. De lo contrario, sería muy complicado, imposible, que tuviese el registro apuntado en el inicio. El de entrenador es un gremio donde sin pausa se produce un considerable número de altas y también de bajas, aunque estas enseguida pasan al cajón del olvido; existe gran movilidad, los banquillos queman, sus inquilinos asumen su condición de aves de paso, son la diana favorita de los directivos o propietarios de los clubes cuando vienen mal dadas.

El míster, de vuelta

Mañana mismo, Valverde se vestirá de corto y calzará las botas de tacos para dar continuidad a una carrera con mucha miga y que acaso a él se le haya pasado volando, pese a que esté rondando la sesentena. Volverá a dirigir una sesión de entrenamiento después de casi dos años y medio, desde que la dirigencia del Barcelona decidiese destituirle a mitad de campaña, seguramente para arrepentirse a las pocas semanas. El Camp Nou siempre plantea un examen durísimo, de ahí que sea un escenario reservado a una minoría selecta, lo que no quita para que vez en cuando se cuele algún intruso. Valverde dio la talla antes de ser engullido por esa espiral autodestructiva tan arraigada en Can Barça, un ventilador de titulares de prensa que jamás deja de funcionar. Esa clase de vivencias tan singulares son muy valiosas, de gran ayuda para la formación de la persona. No estamos hablando de un novato, pero da igual porque solo el hecho de que una de las taquillas del vestuario pertenezca al mejor futbolista del mundo supone algo muy especial, irrepetible, que a la fuerza marca la totalidad de las decisiones a tomar, dentro y fuera del campo.

Bueno, pues con dicho bagaje a modo de referencia más fresca ha querido Valverde afrontar la tercera parte de su relación con el Athletic. Parte con la ventaja de que lógicamente protagonizó la segunda, la que tiene mala fama, y sin embargo le fue más que bien. Cierto que acabó cansado, normal cuando se encadenan cuatro cursos completos, pero dejó un regusto agradable en amplios sectores de la afición. Sin duda, él era muy consciente de esto último cuando ha aceptado regresar a Lezama. No obstante, en su presentación no pudo reprimirse, su carácter le empujó a lanzar un mensaje, digamos, poco optimista.

Era un día señalado para conectar con la gente tras una prolongada ausencia y Valverde, que no es ni será nunca el rey de la alegría, ni falta que le hace, transmitió más preocupación o gravedad que otra cosa. Y que conste que en absoluto faltó a la verdad cuando desgranó las causas que convierten su tarea en “un reto difícil”. En este orden señaló: que ya ha estado antes en el Athletic, los resultados que logró entonces y su condición de paisano, “por ser de aquí” soltó. Tres argumentos que, mezclados, generan “presión añadida”.

Comentó y respondió a más cuestiones, sin apenas concretar o pronunciarse sobre nada, pero a la hora de abordar su perspectiva, no se cortó. Explícito y sin rodeos: prevé que no lo tendrá fácil, lo cual no quitó para que afirmase sentirse ilusionado. Lo de la presión extra se escuchó nada más abrirse la rueda de prensa y poco antes de la conclusión, Valverde dejó caer la única noticia de la jornada: “El contrato es por un año”. Agregó que a él “así” ya le va bien y que Jon Uriarte estaba de acuerdo. Se entiende que es su voluntad firmar solo para una campaña y que el club asiente. Pero que precisamente Valverde, alguien tan vinculado a la entidad, prefiera comprometerse por el período mínimo coincidiendo con el inicio de un mandato presidencial, resulta un tanto chocante. Lo uno y lo otro no casan del todo, suenan hasta divergentes.