EL futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños… pero, “vísteme despacio que tengo prisa”.

Sin la mirada larga de Eleanor Roosevelt y la paciencia temporal aprendida por la sabiduría anónima, a lo largo del tiempo, resultaría absurdo e imprudente interpretar el presente y abordar un futuro deseable.

Día sí, otro también, participamos de una tormenta de preocupaciones y posicionamientos respecto del futuro esperable, poniendo el acento en las dificultades inmediatas que unos y otros exigimos. Parecerían predominar actitudes negativas fruto de maximizar los problemas existentes, exigir respuestas inmediatas ajenas a la coherencia necesaria de soluciones claves e inminentes alineadas con un futuro diferente, imaginariamente mejor, realizable en una siempre compleja interacción entre el hoy urgente y el prometedor mañana.

Sin duda, no resulta difícil enumerar señales concurrentes que identifican un presente confuso e insatisfactorio: una guerra en el corazón de Europa, bajo una combinación de destrucción militar propio de estrategias y herramientas clásicas con “nuevas modalidades bélicas” (información, propaganda, inhabilitación de infraestructuras y servicios, energía, desinformación y propaganda…) que impacta, también, a kilómetros de distancia, a poblaciones en apariencia lejanas y ajenas “a los motivos causales”. Guerra ya en sí misma suficiente para el desánimo y preocupación colectiva que viene acompañada de una “novedosa crisis inflacionaria y económica” ausente en la mayoría de los radares de generaciones jóvenes que se acercan a ella con indicadores y definiciones del pasado, sin herramientas de éxito probado, pasando a gran velocidad desde un entorno barato y abundante en capital disponible a una estrechez financiera limitante del acceso universal (sobre todo a pymes, micro pymes y familias), con una profunda crisis logística, industrial y de suministros que ha puesto en solfa la apuesta globalizadora y deslocalizadora que tanto logro, material, sobre todo, ha generado en décadas. Grave concurrencia de dificultades que no solamente interactúa y condiciona un mundo desigual y reconfigura escenarios geopolíticos y geoeconómicos distintos a aquellos que han determinado el período de posguerra mundial, sino fuente de la pérdida de ideologías y políticas determinadas que han guiado nuestros últimos años de avance. Escenario multimosaico en el que la tecnología irrumpe con fuerza irremplazable, para bien o para mal según quien la utilice, domine y controle. Todo un campo de minas en pleno compromiso y necesidad de salvar la naturaleza, acometer una inaplazable lucha contra el cambio climático, condicionando o impulsando una desorientación general, ideológica, política, profesional, de empleabilidad-formación, gobernanza y, sobre todo, de propósito y plan vital de todos y cada uno de nosotros.

Hoy, en cualquier lugar del mundo nos encontramos con todo tipo de reclamos y exigencias para ayer. La urgencia de nuestras demandas no admite transiciones inevitables. Pretendemos alargar un futuro mejor y distinto sin abandonar las posiciones actuales y demandamos de los demás aquello que no estamos dispuestos a comprometer cada uno de nosotros. De esta forma, nuestras calles están repletas de todo tipo de manifestaciones, reivindicaciones, exigencias mayúsculas de casi imposible respuesta inmediata. Paradoja que no es ni única, ni nueva.

Soñar el largo plazo no solo es deseable, sino imprescindible. A la vez, hacerlo posible es lo que, en verdad, resuelve el espacio hacia la realidad. Aludiendo a Antoine de Saint-Exupéry, “un objetivo sin un plan es solo un deseo”. De diferentes maneras, recibimos mensajes prometedores de un exitoso futuro al que llegaremos si observamos diferentes transiciones que se nos ofrecen inaplazables, inevitables, imprescindibles. Desgraciadamente, en casi todas ellas, observamos la ausencia de sus respectivas hojas de ruta, de su traducción desde las grandes imágenes finales al paso a paso por el que hemos de movernos y, por supuesto, de su distribución uno a uno, región a región, país a país. Nadie parece dudar en una apuesta por un futuro inclusivo, verde, digital, participativo, democrático… ¿Cómo, cuándo, para quiénes...?

Dos lecturas y seminarios relacionados me han resultado pertinentes en estos días. McKinsey (CEOs, Boards and Leading Through Crisis. Consejeros y Consejos liderando a través de la crisis) aborda un enfoque que, curiosamente, llama la atención sobre las dificultades especiales que enfrentan aquellos actores transformadores y dirigentes en manos de liderazgos jóvenes, considerados mayoritariamente (cuando no en exclusiva) los auténticos “cambiadores del mundo”. Sostiene que lo que estamos viviendo es el “terremoto” previo a un cambio de era que está en curso desde hace años, desde la puesta en cuestión de aquellos paradigmas que nos han traído hasta aquí. Recuerda y compara escenarios ya vividos desde el final de la segunda guerra mundial, la crisis energética de los años 70 del siglo pasado, las crisis industriales-económicas de los 90, la crisis financiera del 2.008 y la actual situación asociable, en términos temporales, al covid y las consecuencias provocadas en actitudes y comportamientos sociales. Alerta que la mayoría de los actores clave en la dirección y toma de decisiones de hoy no vivieron dichas fases, por lo que no pueden “tirar de las herramientas usadas en el pasado” y están a la búsqueda y experimentación de nuevas, distintas, cuyos resultados habrán de conocerse en el futuro.

El discurso generalizado que parecería focalizado en dejar tan solo en generaciones futuras la construcción de un nuevo mundo por llegar, excluyendo al resto de grupos etarios simplificando de forma reduccionista y excluyendo a la población “mayor y envejecida” presuponiéndola “conservadora” y ajena a cualquier proceso de futuro, encuentra un doble reconocimiento (de aquello realizado y, sobre todo, de su imprescindible contribución en las próximas décadas) en el compromiso de rediseñar una nueva sociedad deseable, para todos. La inclusividad también implica compromisos, convivencia y resultados distribuibles, con carácter intergeneracional.

Por otra parte, siguiendo las experiencias concretas de líderes actuales que abandonan movimientos dentro de lo que pudiera entenderse como el mundo del Shared Value-Valor Compartido, el máximo ejecutivo de una de las empresas líder, a nivel mundial, en el campo de las medicinas y la atención y solución a enfermedades raras, en especial, en poblaciones vulnerables (Vasant Narasimhan - Novartis) explica su renovada estrategia basada en “reimaginar medicinas con resultados reales para la gente” que tracciona sus procesos de cocreación de valor en salud, rediseñando la oferta de modelos para acceder a la innovación, facilitando la transformación del concepto y prestaciones de salud para resolver los verdaderos desafíos a nivel global, poniendo en solfa sistemas actuales de salud, el rol de sus protagonistas, los nuevos perfiles y espacios exigibles, la especial focalización en poblaciones vulnerables y la oportunidad real de promover partenariados y alianzas coopetitivas entre modelos, tecnologías, procesos, conocimientos de múltiples jugadores con propiedades y capacidades diferenciadas. Avanzar en el logro de este complejo concurso entre diferentes, en espacios desiguales a lo largo del mundo, exige de todos y cada uno de los actores, un propósito que impacte la totalidad de nuevos modelos de servicios, atención y “negocio”, para poblaciones en distintos niveles de desarrollo y capacidades preexistentes, de la mano de proposiciones únicas de valor, cocreando (en este caso, salud), sobre nuevas plataformas de innovación, tecnología y compromiso.

Vasant Narasimhan no es un líder improvisado. Muchos años luchando contra la malaria, todo tipo de enfermedades raras, responsable de procesos de investigación, fabricación y aplicación de vacunas en África, la India y China, nos recuerda que el mundo de las vacunas ha transcurrido en 150 años de trabajo sobre moléculas biológicas y los últimos cinco en torno a la genética y el RNA para llegar al “rápido” RNA y modelos colaborativos que han permitido disponer de vacunas (al mayor de su desigual distribución en el mundo), en menos de 18 meses para atacar la última pandemia del COVID-19: Destaca las grandes enseñanzas de este proceso “trágico” para poner en valor aquellos elementos irremediables a los que hoy el mundo (no solo de la medicina o la salud) no puede dar la espalda: partenariados, clusters, ecosistemas. En definitiva, crear espacios compartibles para la innovación, con propósito, a la búsqueda de la cocreación de valor desde proposiciones y estrategias únicas. Y, por encima de todo, pone el acento en una variable esencial: tiempo. Necesitamos apuestas, esfuerzos, visiones de largo plazo, desde la humildad de sabernos incapaces de resolver todas las urgencias que creemos ser capaces de resolver, casi por arte de magia. Vivimos, en su opinión, tiempos de grandes oportunidades, avanzando en mejoras claras y sorprendentes, construyendo un mundo mejor. Eso sí, en una realidad compleja. Hemos e ser capaces de construir desde activos reales, desde capacidades y culturas adecuadas, identificando y explicando las dificultades y aportando soluciones. Largos caminos vigilando su coherencia estratégica y distinguiendo la emergencia y urgencia (actuando sobre ella) en marcos cuya realidad e interconexión sistémica y compleja, no se supera con demagogia, propaganda o toneladas de desinformación. Está en nuestras manos movilizar las “fuentes de capital” (humano, económico, financiero, organizacional, político, social, científico) disponible. Movilizados en un sentido y propósito concreto, desde capacidades y conocimiento híbrido terminará generando el impacto deseado. Es un gran momento para crear “un espacio adecuado para las ideas”.

Los líderes de las crisis anteriores hubieron de afrontar diferentes desafíos. Los de hoy afrontan y afrontarán los suyos. Unos y otros han sido (y serán) capaces de alumbrar y crear los espacios para generar potenciales respuestas a los problemas de la gente y del planeta. Hemos de empezar por superar la sensación excluyente de urgencias particulares sugiriendo que todo es soluble en un cuento de hadas. Pongamos en valor la importancia del largo plazo para determinar hacia dónde vamos. Sin ese marco, por mucho que se corra, podremos ir a ninguna parte.

¿En qué medida seremos capaces de innovar, convertir ideas y sueños en realidades, optimizar tecnologías orientadas al servicio y soluciones sociales, rediseñar e inventar productos, y, en definitiva, alcanzar un mundo diferente, ante la evidencia de múltiples “terremotos” que nos vienen reconfigurando una nueva era? Era aún por concretar. De lo que hagamos o dejemos de hacer terminará siendo una u otra cosa. l