EL marco festivo que inunda nuestros pueblos y que, al parecer de manera especial este año, redobla su entusiasmo como una necesidad absoluta y prioritaria, compensatoria de dos años de pandemia restrictiva, posibilita el reencuentro distendido y físico con mucha gente de la que estábamos un tanto alejados. Así, hemos tenido la oportunidad de intercambiar mucho más que mensajes limitados al formato de las redes sociales, videoconferencias o similares.

En esta ocasión, son muchos los problemas y preocupaciones que nos acompañan en cualquier conversación, por mucho ambiente exclusivamente festivo que queramos mantener: los amigos y familiares ausentes, la juventud que ha optado por iniciar su vida profesional fuera de nuestro país, la invasión rusa y sus consecuencias en nuestra vida diaria, la inflación, las expectativas de un otoño ardiente, el cambio climático, el empleo… y, como no podría ser de otra manera, “el gobierno”.

En este contexto, no resultaba ajeno, en mi caso, alguna referencia a mi último libro (Bizkaia 2050: Bilbao-Bizkaia-Basque Country) y lo que muchos amigos que lo han leído (o hecho el amable esfuerzo de hojearlo) me transmiten, considerando se trata de una visión demasiado optimista y poco consciente de nuestra sociedad actual, entendiendo que se aleja de la actitud, voluntad y disposición a afrontar los desafíos que tenemos por delante. Trato de convencerles de que lean el libro en su totalidad, y que vean que no se trata de un ejercicio teórico de jugar con diferentes escenarios con mayor o menor probabilidad de logro, sino de apostar por una sociedad y país deseados, en el que me gustaría que pudieran vivir las próximas generaciones, de modo que quienes se encuentren en aquella sociedad del 2050, tengan la satisfacción de saber que su proyecto vital y su proyecto profesional se ven realizados en y desde este espacio geográfico, geopolítico, geoeconómico, social de bienestar, que será diferente al actual, consecuencia de la decisión democrática que haya permitido que la voluntad de los ciudadanos opte por dotarse de la articulación institucional, política, social, económica que realmente acompañe sus sueños. Dicha sociedad deseada no será un paraíso que nos llegue del cielo, sino fruto de todo aquello que seamos capaces de construir desde este momento hasta el año 2050. Será nuestra responsabilidad, nuestro compromiso, nuestra voluntad y esfuerzo colaborativo el conseguirlo. Un proceso complejo y tremendamente exigente.

En coincidencia con estos comentarios y reflexiones, llega a mis manos la última publicación del prestigioso analista Ian Bremmer, considerado uno de los oráculos influyentes de actualidad. En El poder de la Crisis. Power of Crisis, se plantea el impacto de tres grandes amenazas de carácter global, y, sobre todo, la forma en que respondamos a todas y cada una de ellas, cambiarán el mundo. Bremer parte de la constatación de una gran preocupación que recorre el mudo, desde una insatisfacción y preocupación generalizada, ante la cantidad de conflictos domésticos e internacionales cuyas consecuencias vivimos de una manera directa o indirecta. Centra su potencial concentración en los Estados Unidos de América que describe como un país paralizado por su división interna, desacoplado en término de relación con China, abordando una nueva versión de guerra fría (sin despreciar el espacio ruso-ucraniano y sus consecuencias), encerrándonos en la ausencia de liderazgo y respuesta a los desafíos del futuro. Destaca la incapacidad de trabajo conjunto o colaborativo entre los diferentes agentes que tienen o tendrían en sus manos afrontar la transformación y soluciones requeridas. Analiza tres grandes amenazas que simplificarían aquello que de verdad habría de preocuparnos en los próximos años: una más que previsible sucesión de emergencias globales en materia de salud, las enormes transformaciones que habremos de vivir como consecuencia del cambio climático (muchas de las cuales hemos visto ya este año como el incremento de temperaturas, incendios...) y el enorme recorrido que hemos de emprender, y el tercero, más grave aún que las anteriores, no del todo percibido por muchos, la revolución de la inteligencia artificial, convergencia de tecnologías exponenciales en uso.

Entiende que vivimos un mundo lleno de peligrosos desafíos presentes y perceptibles, con una cada vez mayor sensación de fragilidad, enorme desencuentro con gobernantes y dirigentes, modelos y potenciales soluciones, y un más que relativo temor al futuro. Adicionalmente, la convergencia de problemas, dificultades y sus consecuencias, parecería llevarnos a una actitud derrotista y negativista respecto del futuro esperado. Sin embargo, confiere un carácter absolutamente optimista a su trabajo. Nos habla de la esperanza de saber, que, a lo largo del mundo, líderes políticos, empresariales, sociales y ciudadanos colaboran de manera activa a la búsqueda y aplicación de soluciones a dichos desafíos.

Se pregunta, sin embargo, si su trabajo llegará a tiempo en términos de resultados y si, sobre todo, estamos preparados como sociedad e individuos para responsabilizarnos del esfuerzo y compromiso que supone. Y sobre todo, ¿trabajaremos pensando en el bien común y futuro de los demás o, por contra, emprenderemos el camino de la “gran deserción”, añado yo, abandonando el intento y nos ocuparemos de nosotros mismos en exclusiva?

Esto mismo es lo que hemos de preguntarnos todos, uno a uno, desde nuestros puestos de responsabilidad, desde nuestros diferentes roles personales en las diferentes sociedades de las que formamos parte, ante nuestras apuestas o sueños de futuro. La sociedad del futuro que soñamos exigirá de un intenso compromiso individual y colectivo. ¿Estamos preparados y comprometidos para asumir la responsabilidad de su logro?

El optimismo esperanzado de Bremmer lo basa en un amplio repaso a los últimos 100 años identificando diferentes respuestas que la humanidad ha construido e implementado, con diferentes planteamientos políticas y estrategias que se han seguido a lo largo de la historia, a los múltiples proyectos colaborativos existentes a lo largo del mundo, las propuestas que se han instrumentado y que ha sido capaz de hacer disponibles la humanidad, a la innovación permanente y radical experimentada, a la actitud, comportamiento y el compromiso en momentos de crisis…

Analizar y plantear los cambios que debemos afrontar es precisamente esta esperanza y confianza en las personas, en la sociedad, la que nos lleva a enfrentar y superarlos muchos desafíos por venir. Debemos ser conscientes que el mundo de hoy es infinitamente mejor que lo era hace 100 años, son mayores las oportunidades que nos ofrece y existen grandes espacios de desarrollo y futuro. No se trata de soñar de manera irresponsable o irracional en un futuro cualquiera. Se trata de ser conscientes de las dificultades existentes, mitigar sus riesgos, y asumir los para convertir las dificultades en oportunidades. El líder, dirigente, gobernante no es ignorante de los conflictos y las consecuencias que parecen provocar entre los diferentes temas cada decisión que toma, sabe perfectamente que se ha de enfrentar, a la vez, a las implicaciones en el corto plazo en una renovación de la confianza y del poder que le posibilite transformar y seguir avanzando. Pero, por encima de todo, el líder soñador, el líder que gobierna, el líder que dirige y el líder que debemos llevar todos dentro de nosotros mismos en nuestro entorno próximo, es claramente responsable de ese mundo que tiene que vivir y sabe que la cantidad de oportunidades y el espacio de futuro que habremos de reconfigurar es exigente, pero a la vez posible.

Hoy, cuando escribo este artículo, se cumplen 31 años del inicio de un sueño en Ucrania. Nuevamente, y son varias veces a lo largo de su historia, Ucrania celebra su apuesta por su independencia. Diferentes circunstancias, diferentes oportunidades le llevaron a apostar por un camino propio fuera de la ex Unión Soviética, iniciando un recorrido de esperanza , creyendo en una libertad con nuevos compañeros de viaje, soñando su integración en una Europa que parecía ofrecerle unas oportunidades de futuro, si bien consciente del enorme recorrido que tenía por delante. Este año, su celebración es poco festiva, invadida por Rusia antiguo protector, con trece millones de compatriotas desplazados, con miles de muertos caídos en tan solo seis meses, con un futuro incierto, inmersa en los peligros y temores de que, día a día, el impacto y las consecuencias de esta guerra que ellos son los primeros en sufrir, pueda llevar a un cambio de actitud y decisión de aquellos que les han empujado a mantener una determinada apuesta por este camino de sacrificio, de esfuerzo, de trabajo, para conseguir un futuro mejor.

Hace unos días, en un artículo anterior escribía en esta columna, cómo mucha gente trabaja en superar y ganar la guerra, pensando, a la vez, en recuperar los territorios perdidos, en la doble victoria de la guerra y de la paz, y no solamente está en lo inmediato, extremadamente doloroso y exigente, sino en todo aquello que vendrá después, la reconstrucción, la superación de la paz, la integración dentro de un nuevo espacio geopolítico diferente al actual.

A lo largo del mundo, todos, también nosotros, enfrentamos la necesidad exigente de la búsqueda de nuevas soluciones y nuevas apuestas (en muchísimo menor escala a la señalada), necesitados de conformar nuevos espacios geopolíticos, articular nuevos modelos de gobernanza, nuevos espacios empresariales en una reinventada economía y estado social de bienestar y comprender el nuevo rol que han de jugar o hemos de jugar todos los actores de cambio.

Sin duda, un largo y esperanzado despertar. l