Patiendo de una de las leyes físicas más de andar por casa, la energía ni se crea ni se destruye, se transforma, hay cosas que celebrar en Bilbao y en la gran urbe que nació por el empuje de las mareas de la ría y hoy se vertebra con el chemin de fer o el caballo de hierro. A veces la realidad no defrauda, al contrario, y, donde el común de los mortales ve una unidad de Metro que arranca y frena, hay quien echa las manos a la cabeza por una energía echada a perder y busca fórmulas para aprovecharla. Para evitar en definitiva que se rompa el círculo. La idea es brillante: inyectarla en los autobuses eléctricos que recorren cada día distancias entre los barrios de Bilbao. Por ese camino, llegará el momento de pensar qué hacer con la energía de los Bilbobus o del alumbrado público, si no hay movimientos ya en esa dirección. Hablamos de una ciudad viva en la que los problemas registrados en el suburbano el pasado martes generó una corriente alternativa: un repunte del uso del servicio de bicicletas eléctricas. Que se sepa, el complejo día que se vivió en el Metro no supuso un uso masivo del taxi o de las plataformas de vehículos con conductor que brotan en la capital vizcaina. El personal apostó por desgastar suela de zapato o subirse a la versión moderna y eléctrica de la bici, que mueve a la humanidad desde hace más de dos siglos. Es energía que mueve a la sociedad hacia un futuro más verde: aprovechar la electricidad residual del Metro o subirse a una bicicleta pública cuando falla algún eslabón de la cadena de movilidad.