La ciudad, a pesar del bullicio del día a día, se mueve despacio. Tras plantar la semilla, la gestación de una línea de Metro o de un Guggenheim se prolonga durante años y genera el mismo tedio que el éxodo bíblico. Precisamente, Surbisa, el motor diésel de la regeneración urbanística de Bilbao, celebra cuarenta años, como la travesía del desierto liderada por Moisés, pero en este caso sembrando a su paso un vergel urbanístico que ha contribuido a florecer la ciudad. Casco Viejo, Bilbao La Vieja, Barrio Ferroviarios, Artatzu Bekoa, Otxarkoaga, Zorrotzaurre, Barrio de la Cruz, Grupo General Salazar, Olabeaga, Irala, Zapilanda, Uretamendi y Urribarri; la luz se ha extendido gradualmente hasta alumbrar casi una cuarta parte de los edificios de la capital vizcaina. El siguiente objetivo es llegar a un tercio de los edificios de aquí a 2036, que aunque suena lejano es un suspiro en términos metropolitanos. Surbisa es el complemento alimenticio necesario para los grandes platos que se sirven en la mesa de las grandes infraestructuras: torres, intermodales, estaciones de tren de alta velocidad o equipamientos deportivos que brillan con su propio resplandor serían oasis sin ese trabajo de hormiga que ha dado la vuelta a la ciudad para hacerla, sobre todo, más habitable. Repetir el listado de los barrios en los que ha actuado Surbisa suena a música, a bilbainada si se quiere. Y solo queda que la luz siga extendiendo y complete en tiempo y forma la necesaria regeneración de la metrópoli, que avanza hasta cuando duerme. l