Me había propuesto no hablar sobre las declaraciones de María Pombo, una de las influencers con más seguidores, que han sembrado la polémica en las redes en las últimas semanas por reconocer abiertamente que no tiene libros porque no le gusta leer. Su estantería, ha reconocido, solo incluye un único libro: un ejemplar de El Principito que ha comprado en Zara Home. Ni siquiera uno de su tatarabuela, que fue Concha Espina, triple nominada al Nobel de literatura, como ella misma ha recordado en Instagram. “No sois mejores porque os guste leer, hay que superarlo”, ha dicho en las redes sociales. Y tiene razón. No hay ninguna superioridad moral en el hecho de que te guste leer, pero no leer, y presumir de ello, sí dice mucho. Precisamente, ayer estuve con dos jóvenes ucranianas, Viktoriia Dorofieieva y Ruslana Bodnar, que han montado una editorial en Kyiv para que la gente no tenga que prescindir de la lectura durante el terrible conflicto bélico que atraviesa Ucrania. Su otra compañera en esta arriesgada aventura está en el Frente. “Los libros son una válvula de escape, cuando vamos a los refugios o cuando no podemos soportar más las imágenes que vemos de muertos por las calles nos ponemos a leer y nos adentramos en otros mundos”, aseguran estas jóvenes valientes. No estaría nada mal que María Pombo las oyese y comprendiera el verdadero valor de la lectura.
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