Cuesta enfocar el último estudio oficial sobre violencia de género y juventud. Solo el titular que se extrae del mismo dejaba un poso de amargura capaz de hacerse perenne en nuestro paladar. Porque si ya es difícil asumir la idea de que nuestra juventud, sí, ‘nuestra’, no cree en la violencia de género con cifras inasumibles (cifran ese negacionismo en un 13,2% entre las mujeres -frente al 5,7 % de cuatro años antes- y en un 23,1% entre los hombres -ante al 11,9% anterior-), entonces es que tenemos un problema. Y grande. Sangra tanto o más que el porcentaje de mujeres que reniegan de la violencia de género sea tan elevado. La realidad es que son cifras que nos colocan ante el espejo como sociedad. Y si, como parece, estamos haciendo algo mal, no queda otra que rearmarnos ética, moral y políticamente. Debemos enfrentar esas corrientes ideológicas que reniegan de la violencia de género, de sus causas y de sus consecuencias. Y un dato: las denuncias por violencia de género suben un 4,28% en el primer trimestre de 2025. El informe, entre demoledor y triste, incide también en cuestiones que parecían correctamente enfocadas. El feminismo y la igualdad de género han perdido pujanza. Y no es una cuestión baladí. No. Estos resultados nos obligan a ser activos de nuevo. Pues nos activaremos. Hay peleas, hay luchas que no se pueden dejar y desde luego, perder a nuestra juventud, sí, ‘nuestra’, no es una opción.