El pequeño se va de campamento. De lunes a martes. Y la ikastola nos ha enviado la lista para la mochila. Zapatillas de casa y de deporte, chancletas y botas de monte; no detallan cuántas unidades de calcetines, pantalones, camisetas y ropa interior pero, en proporción, calculo unos ocho de cada. Por lo bajo. Con el jersey me la voy a jugar, lo cambio por una sudadera. A lo loco. O cinco, que creo que estará más proporcionado. Neceser, toalla, saco de dormir y pijama. Check, chek y check. Para las excursiones, mochila pequeña, cantimplora y servilleta (de papel, especifican). La comida y hamaiketako del primer día, que tienen que llevar de casa, mejor metida en esta, que facilita el trabajo. No hay previsión de lluvia ni lunes ni martes pero si tienen que llevar chubasquero, por algo será, razono. Lo mismo para el abrigo. Una amatxu avisa en el wasap de la gela que va a incluir un bañador, por si acaso. “Si van a la playa o a la piscina, una toalla estaría bien, ¿no?”, se anima otra. Le hago hueco como puedo, que es de microfibra y abulta poco. “En la circular pone mochila pero, ¿no será mejor maleta de ruedas?” “A veces tienen que subir escaleras”, advierte otra. Cómo explicarles que he llenado la de 25 kilos, una bolsa de deporte y la mochila con la que recorrí Turquía en mis tiempos mozos. Pasan una noche fuera de casa, apenas treinta horas. Y todavía se nos olvidará la de la comida en casa...
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