Esta final de la UEFA Europa League tiene varias caras. Para unos es una oportunidad de negocio llovida del cielo y están exprimiendo la vaca gorda, la gallina de los huevos de oro y todo animal que se acerque. Para otros es un incordio que va a sumir en el caos la ciudad y confinar a la mitad de los bilbainos en su casa.
Están también los que lamentan que no la juegue el Athleticcuando lo tenía a tiro y parecía que estar en esa cita era lo más difícil, perder en casa no entraba dentro de los posibles.
Luego están en otro grupo las aficiones de los equipos que sí han alcanzado el último partido, que ya empiezan a notarse en la ciudad. También se están dejando ver desde hace días en las inmediaciones de San Mamés las personas de la organización del evento, que han tomado al asalto la calle Capuchinos de Basurto, donde está ubicada la oficina de acreditación. Es en la planta baja del edificio en el que también está DEIA y se vive estos días un auténtico Babel, por el lado idiomático pero también por el de la confusión. Y en la misma calle, justo en el giro de 180 grados tras el que aparece a la vista San Mamés, se apilan los cartones que sirven desde hace meses de refugio a un homeless. El contraste es brutal.
Mientras los hoteles elevan los precios, los aficionados británicos se quejan pero apoquinan, los bilbainos se arman de paciencia; el hombre aprovecha los kilos de embalaje que está dejando la final para reforzar la única casa que puede permitirse.