Hay que reconocer que Donald Trump no deja de sorprendernos. Montó una fiesta en los jardines de la Casa Blanca que llamó el Día de la Liberación y que lo único que ha servido es para desatar el caos económico, empezando por su propio país y alcanzando de lleno a Elon Musk que, como lo sabían hasta los pingüinos y las focas que habitan en las remotas Islas Heard y McDonald, va a poner pies en polvorosa y dejará de ser el peligroso asesor de Trump, que ya se ha divertido bastante pero las amistades peligrosas cuestan dinero al bolsillo y eso ya no es tan gracioso. Además de una guerra en Oriente Medio, Ucrania, Sudán, Congo... por citar solo algunas, ya tenemos entre nosotros otra guerra, la comercial, que aunque no haya armas por el medio -o sí porque la industria militar será una de las grandes beneficiadas- es igual de dañina. Ya tenemos entre nosotros una de aranceles y de estos no se han librado ni los pobres pingüinos que habitan esas remotas islas, un territorio externo de Australia en el océano Índico y próximo a la Antártida que está deshabitado. Pues bien, los pingüinos y las focas que quieran comerciar con Estados Unidos tendrán que pagar un arancel del 10%. Lo que uno ya no sabe si es que la Administración Trump se está riendo de nosotros a la cara o su ineptitud no le da para más. Y, créanme, no sé qué es peor.