La UER ha prohibido a la representante de Malta en Eurovisión pronunciar en su canción el vocablo “Kant”, que en su idioma significa “cantando”. Lo hace a instancias de la BBC inglesa porque fonéticamente (se pronuncia “cunt”) suena como cierto órgano sexual femenino. Después llegará Israel y nos contará en su letra que vayamos a protegerle de algún enemigo y que la paz le cuesta sangre, y la citada red de radiotelevisiones públicas se pondrá la venda en los ojos alegando que no es más que una metáfora. Viene el ejemplo a ilustrar la situación en que se halla Europa, dispuesta ahora a ejercer de Unión y a invertir lo que no tiene en un ejército al que nadie querría alistarse para hacer frente al que ha descubierto como eje del mal. Ha tenido que ir Zelensky a bajarse corriendo los pantalones, ante la presión de su pueblo, y prometerle a Trump que se comportará como buen chico –una humillación mayor que la que sufrió en sus carnes en el despacho oval– para aliviar la subida de tensión de unos líderes que, en verdad, deben haberse percatado de que la trascendencia de su porción del mundo es un mero pasatiempo para quien controla el joystick del juego desde la Casa Blanca, pies sobre la mesa, puro en boca y avisando de que “esto no ha hecho más que empezar”. Europa está condenada a achantarse y lo demás es palabrería crítica de la razón, que diría Kant, el filósofo. No se extrañen si ven a Netanyahu celebrando también haber ganado el festival.
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