Hay calles de la capital vizcaina que se mueven entre dos mundos y marcan el ritmo vital de sus vecinos. Pongamos el ejemplo de General Concha, radiante en las inmediaciones de Moyúa y sombría y asociada al oficio más antiguo del mundo en la orilla más cercana a la plaza de toros hace tiempo. También está en esa categoría Iparragirre, escenario cinematográfico cuando mira cara a cara al Guggenheim y con rostro gris en el entorno de Autonomía, a punto, por cierto, de transmutar de trinchera a oasis con la remodelación que afronta. Seguro que todos los bilbainos tienen en mente una o varias calles con doble vida, el día y la noche en unos metros. Añado otra, Xempelar, que durante décadas fue un tobogán que moría donde empezaban las minas que han dejado paso a Miribilla y que hoy, de alguna forma, da continuidad al Bilbao del siglo XX y lo engarza con el del XXI, pura modernidad en cuanto habitantes y costumbres. Esa calle es puro funambulismo. Desde Juan de Garay hasta Zabala, barrio de toda la vida, y a partir de ahí se dibujan las primeras viviendas del barrio más joven de Bilbao. Ocurre que esa separación estética también lo es desde el punto de vista de la capacidad adquisitiva de sus habitantes. En la parte de arriba languidecen los negocios y bajan las persianas. En la zona de abajo empieza esa nueva realidad en la que hay iconos como el tardeo o combates de artes marciales mixtas, que es una trifulca de taberna con público que paga.