Más allá de argumentarios y proyecciones ideológicas, no hay quien reconozca, para bien, a la televisión pública española si la comparamos con los tiempos del “ce ce o o”, cuando Urdaci, ante la circunspecta cara de la entonces periodista Letizia, exhalaba así una resolución judicial que les pintaba la cara. Con todos sus peros, que los hay, es hoy un reducto que conjuga información, entretenimiento y reivindicación social, lo que provoca sarpullidos en esa ola reaccionaria que nos asola. La elección de la actriz cómica Lalachus para presentar las Campanadas lo corrobora hasta el punto de haber recibido un torrente de improperios por tener como protagonista a una mujer que escapa de los cánones de tía maciza, si por esto hay que entender a un busto parlante de pasarela Cibeles. Nada nuevo en personajes como el activista camerunés Ndongo, afín a Vox, que compartía una foto de la colaboradora con el siguiente texto: “RTVE le pagará para que por fin coma algo de fruta. Espero que esas 12 uvas sean para ella el comienzo de una vida saludable”. Huelga calificar algo tan despreciable y certifica que el ente público, de la mano de tándem José Pablo López-Sergio Calderón, marcha por el camino correcto. Mucho más que el de Mediaset, que en el rescate del formato (GH), que estuvo siete años en barbecho por un caso de abuso sexual, ha vuelto a reincidir en episodios de presunto acoso y maltrato psicológico. Cómo no, hacia las mujeres.
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