Hace falta tener poco tacto, o puñados de serrín donde debería reposar un hilo de inteligencia, para sostener ser “víctima de una agresión” el mismo día en que cientos de miles de mujeres volvían a echarse a las calles para clamar por una violencia machista que lleva cobradas más de un millar de asesinadas. Al personaje en cuestión tampoco se le puede pedir más, ya que enfundado en su traje de estrella catódica justifica sus malas artes periodísticas en una sentencia de por sí aterradora, la de defender algo porque “siempre se ha hecho así”. Con independencia del interés de la televisión pública, si es que lo hubiera, por la broncaniana polémica, la mirada carpetovetónica del tal Motos marcha por el mismo carril que el reproche del juez Velasco a Irene Montero acusándola de “dar lecciones sobre el consentimiento desde su cajero de Mercadona”. “De cajera a juez, cumpla la ley y póngase a estudiar”, se la devolvió ella. En este país donde parece replicarse aquella línea divisoria entre el imperio del monopolio y el sindicato del crimen, cada vez hay más seres que protagonizarían la peor de las secuelas del género gore en versión sociopolítica bajo la dirección bizarra de Iker Jiménez, a quien ya en 2006 le pintaron la cara con el fraude de la historia del cosmonauta fantasma y que acabó pasándose al lado terrenal con un único horizonte: que ninguna verdad frustre tus objetivos. No hay nave del misterio con suficiente espacio para tanto necio.

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