La de veces que habrá escuchado a un dirigente vasco o estatal publicitarse tirando del mantra de que entre sus metas se halla aproximar a su sociedad hacia el modelo nórdico. Pongamos que parecerse a Dinamarca, catalogado como el país donde, pese al clima, más reina la felicidad. Un estudio a pie de campo durante 72 horas me bastó para descubrir cuánto de cierto hay en el señuelo. El sueldo medio de un danés ronda los 6.300 euros mensuales de los que casi la mitad van a impuestos que, eso sí, les allanan la vida: la práctica totalidad del sistema sanitario es público, lo mismo que sucede en el ámbito educativo, donde no se juzga a los alumnos con exámenes hasta la preadolescencia. Se da por hecho que uno se independiza con la mayoría de edad, cuando todos los universitarios, que no pagan ni matrícula, reciben de su gobierno mil euros al mes para sufragar parte de su nuevo rol. Apenas se ve a personas mayores por la calle porque, a cierta edad, quien quiera, puede decidir alojarse en geriátricos que parecen hoteles, a coste cero y sin tocar su pensión, para socializar y disfrutar. El índice de natalidad es elevado al incentivarse que cualquier mujer, sin rendir cuentas, pueda ser madre. Súmenle a esto una educación en igualdad libre de discriminaciones de género, raza u orientación sexual, prestaciones de diversa índole, atención psicológica, bajos ratios de delincuencia... ¿Todavía se preguntan cómo una dana puede arrasar con todo en España?
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