Tienen que estar encantados de haberse conocido. Ellos para sí por puro ego. Y entre ellos, para qué vamos a engañarnos, también. Les pone ser y estar y que se sepa que son porque están. Que quienes están porque son se cuentan con los dedos de la mano izquierda de Cervantes. Y quizá convenga aclarar que sucede en ese país, el de Cervantes, y en quienes se desempeñan en su gobierno y en la oposición igual que en una galera de combate en pleno mar Jónico hace más de cinco siglos, a arcabuzazo limpio. O sea, como en la batalla por la que se conoce al manco, la de Lepanto, que se desarrolló en el Golfo de Patrás, escenario con nombre apropiado para hablar de truhanes y de una política que no avanza, que retrocede, que siempre vuelve a lo mismo. Así, cosas veredes, uno se querella contra el otro y el otro demanda al uno. Aunque la trama de uno se parezca a la trama del otro. Y, pues ahora no respiro, uno se enclaustra porque se han metido con su mujer. Y, pues ahora no ajunto, la otra no acepta su invitación porque han acusado a su novio. Y que si el fiscal general, que si la sala nosequé del tribunal nosécuántos, que si una filtración y una grabación, un informe, que la UCO, que una comisión... Pero tú más; pues mira que tú... ¿Y los infelices ciudadanos? Pues el autor de El Quijote ya lo puso en boca de Sancho: tanto si la piedra toca al cántaro como si el cántaro toca a la piedra, será malo para el cántaro.
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