HAY cuestiones, depositadas en la caja del pasado, que es muy aconsejable no moverlas. En nuestro caso, hay una muy clara: el terrorismo. Material frágil que hay que tratar con mucho cuidado, sin dejar que caiga en el olvido aunque ya suene, afortunadamente, a trueno lejano. Así que el meneo político que le ha dado el PP al tema del cómputo del condenas en Francia de miembros de ETA viene a ser todo lo contrario de lo recomendable. Los populares han agitado el avispero con toda la intencionalidad electoralista. Siempre sacan ventaja con ese ruido. El caso es que esta pasada semana se podía ver en las páginas de política de prensa tres cabeceras en cadena. Lo de los chanchullos de José Luis Ábalos. Qué necesidad tenía el hombre, que ganaba dinero por encima de sus posibilidades, de, supuestamente, utilizar dinero público para poner un piso a su novia y llevarla de viaje oficial. Luego estaba lo de Eduardo Zaplana, que según su última condena era tan adicto al desvío del caudal del erario como a los salones de bronceado y a la ropa cara. Y en tercera posición figuraba la bronca por la reforma penal que traspone una normativa comunitaria y que ni PP ni Vox olfatearon como beneficio para los presos de ETA al votar a favor. El orden puede interpretarse en términos de importancia. Cuando el polvo se convierte en lodo nos llama la atención y hoy el principal barro es el de la corrupción, pese al chapoteo de algunos en otras cuestiones para ocultarla.
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