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Mesa de redacción

Jose Uriarte

De caballos y burros

Cada día que pasa es más aplicable a ciertos personajes de la política española el pesimismo filosófico de Schopenhauer. No tienen remedio. Y sus teorías sobre la percepción. No se enteran. También aquella idea suya de que “todo imbécil execrable que no tiene en el mundo nada de lo que pueda enorgullecerse se refugia en vanagloriarse de la nación a la que pertenece por casualidad”. Y no es necesario explicarlo ni proporcionar nombres. El caso es que entre audios de amoríos eméritos, la muerte que se globaliza en guerras varias y el universal balón andaba el populacho entretenido y ajeno a que esta es época de huracanes. Hasta que alguien se cayó del caballo, expresión que los argentinos emplean para quien se da cuenta de que no es tan importante como creía y debe adaptarse a la realidad. Valga de ilustradora imagen que el miércoles, desatada la tormenta por la trasposición de la norma europea sobre unificaciones de condenas y en plena intervención de Sánchez, al diputado Javier José Folch, que no es del PP por casualidad, no se le partió la caja sino el escaño, literalmente, y sufrió una aparatosa costalada. Ya, hay otra expresión de caída de un cuadrúpedo, caerse del burro, para cuando alguien se percata de que está equivocado. Pero esta tiene origen bíblico, en los Hechos de los Apóstoles y la conversión de San Pablo. Y pese a tanto borrico y tanta burrada, de eso hay bastante menos en la Carrera de San Jerónimo.