Si alguien se ha molestado en dirigir una mirada profunda al espectáculo deportivo que los atletas con discapacidad acaban de brindar en París habrá descubierto proezas como la del nadador chino sin brazos Jincheng Guo, cuya increíble técnica amasó cinco medallas (tres oros y dos platas) y dos récords mundiales (50 mariposa y 50 estilos). De haber echado una simple ojeada al evento zapeando con el mando, o topándose de repente con un tuit, se habrá enterado de casi nada porque los mismos medios que nos abrasaron durante dos semanas con titulares mayúsculos, gritos ensordecedores que jaleaban gestas patrióticas o asándonos con alertas de móvil a cada metal y heroicidad olímpica de rigor, se han pasado los Juegos Paralímpicos por el forro, acordándose de los protagonistas solo cuando, por ejemplo, una normativa carente de empatía birlaba el bronce a la maratoniana catalana Elena Congost por ayudar a su desfallecido guía, a escasas horas de que se apagara la llama. Una luz que en esta cita trata de narrar historias de perseverancia y resiliencia, de enarbolar más que nunca la igualdad, no solo entre géneros sino entre deportistas y, por extensión, entre ciudadanos. Pero a la que, como en la vida misma, no se le presta atención o, lo que es peor, se ve de distinta forma, desde la barrera de la condescendencia. Su esfuerzo sirve para que las marcas se publiciten unos días tirando de literatura y buenismo mientras la prensa les reduce a una columna.